Mucho antes de la SGAE, mucho antes de Series Yonkis, mucho antes de la hiel de Ana Rosa Quintana y de que Luixy Toledo alegase que el exitoso Thriller de Michael Jackson era en realidad una copia de sus "extraños sueños", siglos antes de todo eso, el ser humano ya había desarrollado una gran preocupación por reivindicar y proteger la autoría de sus creaciones y los derechos de explotación de las mismas.
Lo que hoy conocemos como "propiedad intelectual" tiene su origen en el Renacimiento, con la invención de la imprenta de tipos móviles de Gutenberg y su posterior expansión por Europa. El ingenio permitía la reproducción masiva de escritos a un bajo coste y una velocidad sin precedentes, lo que dio lugar a una producción cultural capaz de generar beneficios.
Este nuevo negocio obligó a buscar mecanismos legales que garantizasen réditos a aquellos que invertían en talleres de impresión y otros aspectos relacionados con los mismos. Así nacieron los privilegios, derechos exclusivos sobre la edición y distribución de determinados catálogos. La primera patente de monopolio de la que se tiene constancia data de 1474 y alude a los derechos de impresión y distribución en la República de Venecia de la obra Fénix, de Pietro di Ravena.
En los siglos XV y XVI, los derechos pertenecían al impresor (casi siempre la monarquía o la Iglesia), no al autor, pero era un primer paso hacia la propiedad intelectual. El concepto evolucionaba con el paso de los años, aunque no fue hasta finales del siglo XIX cuando, a partir de la Convención de París para la Protección de la Propiedad Industrial (1883), la convención de Berna (1886) y la constitución de la Confederación Alemana del Norte (1887), se forjó el término con el sentido que tiene hoy. Aun así, fue el siglo XX el que vio el máximo desarrollo de conceptos como los derechos de autor y las patentes.
El la actualidad, la propiedad intelectual, cuyo Día Mundial se celebra todos los 26 de abril "para fomentar el debate sobre el papel que desempeña a la hora de alentar la innovación y la creatividad", abarca un amplísimo número de creaciones divididas en dos grandes categorías: los derechos de autor —que se aplican a obras literarias y artísticas de todo tipo— y la propiedad industrial —vinculada a patentes, marcas, inventos, denominaciones de origen, diseños industriales...—. Su área de aplicación es vastísima y afecta a creaciones muy diversas, aunque ante semejante heterogeneidad existe una realidad que permanece inmutable, el conflicto. La propiedad ha generado infinidad de disputas a lo largo de la historia, y la intelectual no se queda atrás. Las batallas por los derechos sobre creaciones intelectuales han dado lugar a infinidad de casos célebres.
Cervantes y las copias del Quijote
Ya en el siglo XVII, la obra española más universal, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605), fue protagonista de un curioso caso de propiedad intelectual. Tal y como puede leerse en las primeras páginas la primera edición del célebre Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra consiguió una licencia, avalada por la realeza y la aristocracia, en la que se le otorgan los derechos para la publicación de su obra y se detallan penas para todo aquel que reprodujese el libro sin permiso del autor.
Aunque Cervantes recuperó los derechos sobre su obra y logró controlar la impresión de su obra, no puedo evitar la proliferación de libros basados en Don Quijote. El más conocido de todos ellos es El Quijote apócrifo de Alonso Fernández de Avellaneda, publicado en 1614 como una segunda parte de la obra original. En el prólogo, Avellaneda tachaba a Cervantes de envidioso por sus críticas a Lope de Vega. Un año después, en 1615, el manco de Lepanto publicó la segunda parte oficial de su obra, donde también aprovechaba el prólogo para defenderse de las muchas acusaciones de su rival. Además, en un ejercicio metaliterario, el autor incluyó en el relato comentarios tanto sobre la primera parte de Don Quijote como sobra la obra apócrifa.
Tesla, el inventor desafortunado
Tras el nombre de Nikola Tesla se esconde el que está considerado como uno de los mejores inventores que ha dado la humanidad. Por desgracia, Tesla es también uno de los genios más desafortunados de la historia. Este maestro de la mecánica, la electricidad, las matemáticas y el diseño nacido en 1856 en Smiljan (actual Croacia) llegó a registrar más de 700 patentes, muchas de las cuales son auténticos prodigios que han resultado determinantes para el progreso tecnológico: inventó el control remoto, realizó estudios sobre los rayos X y sus aplicaciones en medicina, creó las primeras lámparas fluorescentes, sentó los principios teóricos del radar, realizó innovadores diseños de velocímetros para automóviles...
También él es inventor de la radio, al menos desde el punto de vista tecnológico, y no Guillermo Marconi. Tesla registró la patente del radiotransmisor en 1897, tres años antes de que el italiano intentase registrar la suya. "Marconi es una buena persona. Dejémoslo continuar. Está utilizando 17 de mis patentes", dijo el inventor de origen serbio en una ocasión. Así comenzó un conflicto que también se resolvió a favor de Tesla, pero una vez más la celebridad cayó del lado del rival, que aún hoy suele citarse como inventor de la radio.
Ben-Hur en los tribunales
El primer juicio por derechos de autor en la industria cinematográfica giró en torno a la película Ben-Hur, no el oscarizado largometraje de 1959 protagonizado por Charlton Heston sino una cinta muda de 1907. El origen de este conflicto se sitúa en realidad en el teatro. Durante el siglo XIX se habían popularizado en el mundo anglosajón las adaptaciones teatrales de existosas y a menudo gruesas obras literarias, ya que muchos preferían verlas representadas durante unos pocos minutos que leerlas durante horas.
Aunque en un principio parecía una buena idea, pronto se descubrió que no lo era. Kalem Studios no tardó en recibir no una sino dos demandas, una de los herederos de Wallace y otra de Klaw & Erlanger, los responsables de la obra teatral. Éstos defendían que sus derechos de adaptación de Ben-Hur alcanzaban no sólo a la representación sino también a la película, ya que por aquel entonces el cine se consideraba poco más que teatro filmado. De poco sirvieron los argumentos del estudio cinematográfico. En 1911, los tribunales fallaron a favor de Klaw & Erlanger. Tras la sentencia, la película fue destruida y a día de hoy tan sólo se conservan algunos fragmentos.
La manzana de la discordia
Poco imaginaban las deidades griegas que la historia nos regalaría una manzana más conflictiva que aquella mitológica de Paris. La moderna, la que ha generado no pocos enfrentamientos durante las últimas décadas, tiene dos caras, una mordida por la multinacional tecnológica Apple Computer y otra, verde y musical, recogida por Apple Corps, la compañía discográfica fundada por los Beatles. El litigio entre las dos empresas se remonta a 1980, cuando George Harrison vio un anuncio de los ordenadores Apple en una revista y se dio cuenta de que podría haber un conflicto de marcas con la empresa de los Beatles, fundada para gestionar sus proyectos creativos
Se enfrentaron de nuevo en 2003, cuando Apple Inc. entraba —ahora sí— de lleno en el negocio de la música con el lanzamiento de la tienda 'online' iTunes y el reproductor portátil iPod, productos que la empresa de los Beatles percibió como una invasión de su terreno artístico. El conflicto se extendió hasta 2006, cuando el Tribunal Supremo de Londres sentenció que ninguno de los productos de Apple rompía el pacto alcanzado por ambas empresas, ya que ambos son métodos para transportar música pero no tienen nada que ver con el proceso creativo. Un año después, las dos manzanas llegaban a un nuevo acuerdo que ponía fin a la batalla legal.
El auge de YouTube
En 2005 veía la luz YouTube, una página web que estaba destinada a convertirse en todo un fenómeno de masas. Para 2006, el portal había alcanzado tanto éxito que el todopoderoso Google no dudó en pagar 1.300 millones de euros para adquirirlo. Sin embargo, con YouTube llegó también la popularización de los vídeos de Internet, una nueva realidad que generó problemas en los que hasta entonces no se había pensado: ¿qué pasaba con los obras protegidas por derechos de autor que los usuarios subían masivamente a la web?
Además, la compañía ha desarrollado herramientas que permiten a los creadores controlar sus contenidos. YouTube cuenta con un avanzado sistema que compara, frame a frame, cualquier vídeo subido a la web con una amplia base de datos. Si el vídeo o parte de él pertenece a otro usuario, se le avisa y se actúa en función de sus indicaciones. El usuario tiene la opción de bloquear esos vídeos subidos sin permiso, de dejarlos en la web o incluso de intentar sacar un rendimiento económico de los mismos.
Apple, Samsung y la guerra de las patentes
Dentro de esta gran guerra de patentes, en la que intervienen multitud de compañías, destaca la madeja de litigios en la se han enzarzado Apple y Samsung en los últimos años. En abril de 2011, la compañía estadounidense demandó a su rival surcoreana por copiar presuntamente el diseño y funcionamiento de sus populares dispositivos iPhone y iPad para desarrollar su línea de dispositivos Galaxy. A partir de ese momento, ambas compañías iniciaron una serie de demandas cruzadas relacionadas con la propiedad intelectual.
El juicio principal, desarrollado en Estados Unidos, concluyó en agosto de 2012 con la victoria de Apple. Un jurado federal estadounidense ordenó a Samsung pagar 1.000 millones de dólares (800 millones de euros) al considerar que había copiado la tecnología de Apple para algunos de sus modelos. El jurado de una corte federal en San José (California) determinó que Samsung violó "intencionadamente" varias patentes de Apple, incluida su tecnología y el diseño de zoom táctil propia de sus teléfonos inteligentes y de la tableta iPad. A pesar de este veredicto, ambas compañías mantienen litigios abiertos en países de todo el mundo.
China, el imperio de la falsificación
Desde la automoción hasta la electrónica pasando por productos textiles, relojes, joyas u obras de arte, no hay nada que se resista a la capacidad falsificadora de China, un país donde la copia es un negocio millonario y la propiedad industrial y los derechos de autor se ignoran con total impunidad. La calidad que alcanza la falsificación de algunos productos logra ser tan elevada que en ocasiones son los productos originales los que acaban siendo considerados falsos por los consumidores chinos.
Hollywood contra Megaupload
Napster, eMule, BitTorrent o The Pirate Bay son algunos de los nombres más conflictivos que han surgido de la Red, aunque el caso más sonado hasta el momento es el de la página de almacenamiento de archivos Megaupload. El 19 de enero de 2012, el FBI cerraba la página y detenía en Nueva Zelanda a varios de los responsables —el fundador de la web, Kim Dotcom, entre ellos— por supuestos delitos contra la propiedad intelectual. EE UU acusa a Megaupload haber causado más de 500 millones de dólares (387 millones de euros) en pérdidas a la industria del cine y de la música al transgredir los derechos de autor de compañías y obtener con ello unos beneficios de 175 millones de dólares (135 millones de euros).
Un año después, Dotcom lanzaba Mega, un portal que aspira a convertirse en el sucesor de Megaupload. Él y tres de sus socios, actualmente en libertad condicional, están a la espera del inicio del juicio de extradición a EE UU previsto para agosto.
Las leyes antipiratería
Las presiones de la industria cultural, que busca minimizar el daño que hace la piratería a negocios como el cine, la música o los videojuegos, han llevado a gobiernos de todo el mundo a intentar desarrollar legislaciones que penalicen la violación de la propiedad industrial a través de Internet. Francia creó la ley Hadopi, Reino Unido tiene la Digital Economy Act, Estados Unidos intentó sacar adelante la ley SOPA y Europa debatió durante meses sobre el ACTA antipiratería, que fue rechazada definitivamente el pasado diciembre.
En España, el caso más comentado fue el de la polémica norma conocida como ley Sinde, que tras años de tramitación y con el cambio de Gobierno pasó a popularizarse como ley Sinde-Wert y ahora parece evolucionar hacia ley Lassalle a causa de la nueva reforma de la Ley de Propiedad Intelectual impulsada por el secretario de Estado de Cultura.
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