Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

¿Y si las hormonas fuesen más inteligentes que tú?

Pareja caminando por la playa
Pareja caminando por la playa
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Pareja caminando por la playa

En un estudio de una universidad americana leí que la andropausia cambia la vida a los hombres. Una bajada en la producción de hormonas masculinas les condena a sentirse cansados y fatigados, irritables, menos tolerantes, sufrir olvidos frecuentes o cambios en su temperatura corporal, léase sofocos. Lo de la próstata y los fallos de erección lo dejamos para otro día. Me lo ha recordado un artículo donde se alude a un presentador de televisión a quien parece habérsele agriado el carácter en la madurez y el crítico se pregunta qué le habrá sucedido para que se vuelva un sieso. ¿Andropausia, quizá? ¿No esgrimen que la regla desquicia a las mujeres y durante la menopausia estamos insoportables?

En verdad, utilizar las hormonas como arma arrojadiza es de pésimo gusto pues caducan en cualquier sexo. Las mujeres nos cruzamos con andropáusicos a diario y no se nos ocurre soltarles su condición biológica a bocajarro, cosa que sí hacen ellos; en esto diré que nosotras tenemos una viva curiosidad por descubrir cómo cambia nuestro cuerpo, mientras que los hombres tienden a suponer que sus alteraciones hormonales son leyenda urbana.

Mujer en la cama
Mujer en la cama
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Durante años observé a los hombres como un entomólogo a sus moscas. Escribía semanalmente un artículo donde desmenuzaba esa cosa llamada 'condición masculina' y, puesto que la revista lo era también, la mayor parte de mis lectores se agitaban ante algunos temas, como quien no termina de reconocerse frente a un espejo. La psicología femenina está habituada a repasar lo que hay y lo que falta, aplicamos una lupa de aumento sobre nuestros defectos, sobre aquello que vamos perdiendo y a lo que nunca llegamos; en cambio el hombre ha mantenido una mirada indulgente sobre sí mismo y, cuando el paso del tiempo le impone nuevas condiciones, se rebela como si le hubiese alcanzado un derechazo de improviso.

Cierto que generalizar entraña un riesgo y ellos van cambiando, pero todavía hay a quienes les cuesta desprenderse del tópico. De hecho, suelo impartir charlas sobre el potencial de la curiosidad en el desarrollo personal y al finalizar las mismas no se acercan a mí los hombres sino ellas, mujeres buscando más herramientas que les ayuden a alcanzar su mejor versión, como si el espíritu de superarnos fuese una constante, sea cual sea nuestro oficio o nuestra condición. Si logramos un paso adelante, la satisfacción nos dura un nanosegundo de los de Tamara, porque pronto nos vence la inquietud de lo que nos queda por hacer. Difícil toparse con una mujer complacida del todo. Somos como esas madres que tras ordenar el último cajón de los armarios vuelven a la cocina a sacar brillo al aluminio por enésima vez. No hay tregua en la limpieza doméstica, como no la hallamos nosotras para dar lo mejor de cada una, quizá porque a autocríticas no nos gana nadie.

Somos como esas madres que tras ordenar el último cajón de los armarios vuelven a la cocina a sacar brillo al aluminio por enésima vez.

Por eso me ha llamado la atención ese artículo, firmado por un hombre, afeando las salidas de tono de un presentador, cuando lo habitual sea criticar a una mujer frente a una cámara. ¿Será que las hormonas están cumpliendo su misión?

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