OPINIÓN

No pelees con un 'león', él disfruta y tú te ensucias

Javier Milei, presidente de Argentina
Javier Milei, presidente de Argentina
Agencia EFE | EFE
Javier Milei, presidente de Argentina

Ya no se lleva el equilibrio o la racionalidad. Ahora todo el mundo está llamado a asociarse a un campo de batalla u otro. Nada de medias tintas o matices equilibrados. Los argumentos que se esgrimen en las controversias y debates públicos como en las propias discusiones entre amigos o rivales son cada vez más maniqueos, y la polarización preventiva e ideológica fomentada por algunos gobiernos -incluido el español- anula de entrada la posibilidad de una postura matizada. En el fondo es el propio miedo a la verdad argumental, la que empuja a no querer intercambiar ideas, no sea que esas cuestiones queden en evidencia y se demuestre que son falaces o ineficaces.

El ambiente político y mediático se está volviendo irrespirable. Demasiada gente creyéndose en posesión de la verdad o pensando que tiene razón en todo. Otro de los factores determinantes son las redes sociales que se han convertido en una plaza pública donde no hay debate sino que se ha suplantado el diálogo por el combate. Además, se permiten todos los golpes posibles y cuanto más bajos más ruido provocan. Es el tiempo de las trampas y las falacias insoportables. El 'matonismo' ideológico es lo que se lleva ahora. Lo practica Milei cuando arrecia contra la mujer del 'César'. Lo practica Sánchez cuando menosprecia al presidente de la República Argentina. Lo practica Óscar Puente cuando se olvida de que es ministro del Gobierno y se dedica a ser una persona que habla demasiado y dice cosas que no debería.

Como escribe el periodista francés de 'Le Monde', Jean Birnbaum, que acaba de publicar 'El coraje del matiz. Cómo negarse a ver el mundo en blanco y negro', un libro interesante y útil para combatir la polarización de hoy día y salvaguardar una franqueza respetuosa que evite descalificar al adversario: “Estoy dispuesto a indisponerme con los espíritus dogmáticos de todas las tendencias”; es cuestión de frenar y combatir la agresividad, la impaciencia, y evitar la necesidad de poner muy pronto etiquetas para catalogar al que está enfrente y querer conocer rápidamente a qué “orilla” pertenece el que habla. ¿Por qué no escuchamos el discurso del rival y luego matizamos ideas y propuestas? Quizá descubramos que hay más cosas que nos unen que no que nos separan. Aunque, tal vez sea esa la trampa, no desear la verdad, ni la igualdad, ni la concordia… sólo la pelea.

Entre los muchos autores que menciona Birnbaum en su libro, destaca Albert Camus como un claro referente en la manera de preservar el espacio de una discusión leal en medio de la violencia: “¿En qué consiste el mecanismo de la polémica? Consiste en considerar al adversario como un enemigo, en simplificarlo, por consiguiente, y en negarse a verlo. Cuando insulto a alguien ya no conozco el color de su mirada, ni si sonríe ni cómo lo hace. Tres cuartas partes de nosotros nos hemos vuelto ciegos por la gracia de la polémica, y ya no vivimos entre hombres, sino en un mundo de siluetas”, alertaba Camus en 1948. Nada nuevo bajo el sol, simplemente vuelven las oscuras golondrinas del resquemor y el dolor. Son esas que imaginan que toda discrepancia se convierte en una insolencia.

No es una batalla entre fascistas y comunistas, entre populistas de izquierdas o de derechas, es una necesidad de rebajar el tono y fomentar la mesura entre seres humanos recalentados por sus propias ideas y por las informaciones tendenciosas de algunos medios de comunicación que no se dedican a informar sino a ofrecer propaganda, la que les dicta el gobierno o el partido de turno. Es hora de reivindicar que algunas voces sensatas y casi heroicas dados los tiempos desorientados que corren, arríen la bandera de la tolerancia y el respeto por la ideas ajenas, por una ética de la verdad, por una moral del lenguaje y de la sinceridad, pero sobre todo por recuperar el tan necesario sentido del humor y de la amistad.

De repente, en España el problema entre Sánchez y Milei, y viceversa, se ha convertido en una cuestión testicular de carácter nacional. No hay que salvar la honra de ningún país, solo los intereses personales y de vanidad de ambos mandatarios, a cual más chulo y prepotente. Como casi siempre, Pedro Sánchez ataca y menosprecia, y luego cuando alguien le responde se siente ofendido. Sánchez fue el primero que deseo en una de sus intervenciones en el Congreso que Milei perdiera las elecciones por ser lo peor del mundo; luego, Sánchez y sus ministros se han dedicado a menospreciar en todos los niveles al mandatario argentino. Cierto es que el presidente de Argentina es un bocazas y en lugar de mejorar la economía de su país se dedica a pelearse con otros presidentes. Pero que un político se rebaje tanto, no le da derecho a otro político, que se considera menos populista, a hacer lo mismo porque al final queda retratado en el mismo marco.

El y tú más nunca ha sido una buena excusa para justificar tropelías. Y menos, cuando ha quedado claro que todo esto es un montaje estratégico de la factoría de propaganda de Moncloa, donde sabían cómo iba a actuar Milei en Madrid y cómo había que responderle para montar una guerra diplomática entre países. Sánchez quiere arrastrar a España y a los españoles a su lodazal particular en el que ya no defiende ni a su mujer, sino que sólo pretende subir él en las encuestas. El estilo inconfundible del sanchismo no deja dudas. Hay que estirar el conflicto hasta las elecciones europeas. Y mientras tanto, ¿seguirán los españoles tragando con estos cuentos seudo políticos? Creo que habrá más ciudadanos honestos y honrados que no vean con buenos ojos las trampas políticas y populistas de Milei y Sánchez, hartos todos de tanta estrategia tendenciosa de dos presidentes de Gobierno que deberían dedicarse a buscar la paz y no la guerra. Pero quizá ninguno de los dos sepa cómo hacerlo porque han nacido ambos para la bronca continua.

Por último, un detalle a tener en cuenta del gran dramaturgo irlandés, Bernard Shaw: «Aprendí hace mucho tiempo, a no pelear con un cerdo. Te ensucias, y además, al cerdo le gusta». Dicho esto, espero que unos y otros tomen buena nota de lo que es la verdadera política honesta y no se ensucien tanto.

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