'Estamos muertos': la serie de zombies de Netflix es un ajuste de cuentas con el sistema educativo surcoreano

Llega una nueva épica zombie dispuesta a conquistar los mercados globales, siguiendo la fórmula de evasión pura más crítica social de 'El juego del calamar' y 'Rumbo al infierno'.
Estamos muertos
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Cinemanía
Estamos muertos

Una hecatombe va a desencadenarse en Hyosan, una ficticia ciudad de provincias de Corea del Sur. El instituto se convierte en la zona cero de un virus que transforma en zombi a su huésped y se propaga como una imparable plaga. Una trampa mortal en la que quedarán atrapados un grupo de estudiantes obligados a colaborar entre ellos para sobrevivir. 

Como suele pasar en el género, descubrirán muy pronto que los muertos vivientes son el menor de sus problemas.

Un instituto, un grupo de adolescentes y una epidemia zombie, el terror surcoreano vuelve a hacer de las suyas.

Una lacra muy real

El origen de la catástrofe se encuentra en la desesperación del profesor de ciencias del centro, Lee Byeong-chan –Kim Byung-chul–. Su hijo, Jin-su –interpretado por el debutante Lee Min-goo–, sufre bullying y ha intentado suicidarse. Ante la pasividad y la indulgencia de la dirección y las autoridades, crea para el joven una particular ‘vacuna’ para volverlo más agresivo y que se defienda de sus acosadores. 

Las consecuencias son apocalípticas. Si El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021) es una sátira del poder omnímodo del neoliberalismo y Rumbo al infierno (Yeon Sang-ho, 2021) alerta del peligro del descreimiento y del consecuente auge del radicalismo, Estamos muertos habla sobre la deshumanización en las aulas.

El (k-) drama de la generación Z(ombi)

Corea del Sur tiene uno de los sistemas de educación más exigentes del mundo, apoyado en una poderosa industria de la enseñanza. El suneung es la temida prueba de acceso a la universidad, un examen de 8 horas que determina qué estudiaran, dónde y a qué trabajos podrán aspirar los estudiantes. Un día trascendental para el cual se preparan durante 12 años y que determina por completo su futuro, en una sociedad donde el estatus lo es todo. El suicidio es la causa principal de muerte entre los adolescentes del país.

Sin que –aún– se les caiga la carne a cachos y gorgoriteen hemoglobina, los escolares surcoreanos ya son muertos en vida sin haber tenido la oportunidad de ser niños, ni siquiera humanos: se han convertido en zombis de un cruel maratón para aspirar a ser piezas perfectamente engrasadas del sistema. Lo único que se espera de ellos, lo único para lo que se los quiere, viene a decirnos Estamos muertos de manera bastante evidente. 

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Gana el mejor y sobrevive el más fuerte: falta de empatía, acoso, competitividad despiadada, clasismo... todas estas enfermedades ya están presentes en el Hyosan High School antes de que surja el caos. Los zombis son un reflejo honesto de los alumnos. Persiguen a sus presas –sus semejantes– para devorarlas, replican su comportamiento del día a día cuando estaban vivos, solo que ahora se valen de herramientas depredadoras menos sofisticadas, como los mordiscos.

El viejo apotegma de George A. Romero, padre del zombi moderno, sigue plenamente vigente. En la que se convirtió en su película de despedida, la simpática La resistencia de los muertos (2009), los zombis resultan más humanos que sus prójimos vivos. Mientras estos se matan por rencillas y odios, ellos, a su ritmo, van siendo cada vez más libres –esa hermosa imagen de una muerta viviente montando a caballo por la pradera–. Solos, en paz, quién sabe si no alumbrarían la arcadia zombi. Un mundo mejor.

La vida (muerta) se abre paso

En la serie –de protagonismo coral, donde encontramos a la actriz Lee Yoo-mi, la bondadosa Ji-yeong de El juego del calamar, interpretando aquí a la odiosa Lee Na-yeon– las pantallas de móviles, portátiles o videocámaras se convierten en la última zona de seguridad –como en la convencional #Vivo (Il Cho y Matt Naylor, 2020), también de Netflix, que podría suceder en el mismo universo de Estamos muertos–. 

Una imagen de 'Estamos muertos'
Una imagen de 'Estamos muertos'
Netflix

El youtuber Orangibberish –Lee Si-hoon– no duda en lanzarse a las calles armado con su móvil para comprobar en sus propias carnes la veracidad del holocausto zombi y satisfacer a sus hambrientos followers. “¿Esto es real?”, dice uno de los comentarios que aparecen en la retransmisión. 

La vida digital aniquila la física –una idea ya presente en Rumbo al infierno– y la existencia ‘post mortem’ hace lo propio con la digital, para satisfacción de Min Eun-ji –Oh Hye-soo–, víctima del ciberacoso liberada de las pantallas. De repente el mundo recupera su fisicidad. Putrefacta y pletórica, sin injusticias.

Al luchar por su vida, estos alumnos viven plenamente, por primera vez. Se enfrentan a la realidad en toda su crudeza, y a sí mismos. Ya no existe ningún examen al que presentarse. Cada miembro de la pandilla de Estamos muertos va a recibir la lección más importante de su vida, que no se imparte en las clases ni se pregunta en el suneung: sobrevivir es una elección que conlleva sacrificios y decisiones categóricas. 

Ponerse del lado del bien o del mal, pensar en uno mismo o pensar en los demás, esconderse del peligro o enfrentarse a él. Unos se reencontrarán con su humanidad perdida; otros se despojarán de ella por completo.

Ficciones contagiosas

La sombra de Train to Busan (2016) y su continuación, Península (2020), es alargada. Podríamos considerar las películas de Yeon Sang-ho –también responsable de Rumbo al infierno (2021)–, que rompieron récords de recaudación en su país, como principales inspiraciones de Estamos muertos, sirviendo esta de secuela espiritual. 

Y por si alguien alberga alguna duda, uno de los protagonistas de la serie que nos ocupa, el abnegado Lee Cheong-san –encarnado por Yoon Chan-young–, menciona el taquillero título al comienzo del segundo episodio para describir el horror que presencia: “Es como en Tren a Busan”. 

Estamos muertos no pretende engañar a nadie: es una serie zombi, muerta por dentro –menos mal que el reparto le insufla vida–, fruto de una infección –una moda– que dio el campanazo en el país asiático hace unos años con la estimable película del tren infestado y que parece haber renovado fuerzas tras el surgimiento del COVID-19.

Los directores de Estamos muertos, Lee Jae-Gyu y Kim Nam-soo, junto a los guionistas Cheon Seong-il y Joo Dong-geun –los cuatro desconocidos por nuestros lares–, han tomado de base un webtoon –cómic ‘online’– de éxito, All of Us Are Dead, firmado por este último y publicado entre 2009 y 2011. La serie supone un paso más en la construcción del arquetipo del zombi a la coreana, que tan bien se está exportando: descoyuntado –debido a su transformación, una grimosa danza contemporánea–, espasmódico e incansable. Es sensible al sonido, rabiosamente veloz y se mueve en masa, como una plaga de insectos.

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Los directores han diseñado para el espectáculo interminables planos secuencia y vistosas coreografías, adobados con gore desenfadado, en un gigantesco set de 100 metros de largo que reproduce el instituto.

Un ‘survival’ en toda regla

Pese a la frescura de algunos momentos, Estamos muertos es tan agotadora como una embestida de zombis; adolece de una total falta de cohesión en ritmo y tono. Sus responsables aspiran a contentar a todos los perfiles de espectadores con dosis de (k-)drama, romance, comedia o terror según toque, lo cual lleva su tiempo, dilatantando las tramas hasta ocupar ¡12! capítulos de una hora de duración –algunos, incluso un poco más–. 

Además, la reiteración de las situaciones lastra lo más interesante: la intensidad y oscuridad de la que se va embozando esta cruda historia de supervivencia a partir de su ecuador.

En este sentido la serie parece servir de altavoz al célebre filósofo surcoreano Byung-Chul Han. En una entrevista para La Vanguardia, comentó a propósito de las consecuencias de la pandemia mundial: “Vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida”. Exactamente lo que pretende cualquier virus: sobrevivir.

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