Se supone que Echo abre una nueva era en el terreno seriéfilo de Marvel con su aparición bajo el sello Marvel Spotlight, dedicado a agrupar títulos protagonizados por los personajes más callejeros del sello editorial sin estar tan vinculados a los tentáculos más espectaculares y cósmicos del MCU.
Un propósito encomiable, pero que no parece exactamente lo más ajustado a una serie que nace del final de Ojo de Halcón (de la que directamente inserta metraje con Jeremy Renner), bebe de los personajes y el casting de la Daredevil de Netflix y cuyo final con escena postcréditos está consagrado a adelantar la futura Daredevil: Born Again.
Si se ignoran todas esas ramificaciones, Echo podría considerarse independiente. Pero, más que su aislamiento, lo que la serie comandada por la showrunner Marion Dayre (Better Call Saul) busca con mayor ahínco es diferenciarse del resto de teleficciones de Marvel apelando a un contenido más adulto y violento. Curiosamente, parece que el tono adusto de aquellas series urbanas de Netflix con Daredevil, Jessica Jones, Frank Castle y compañía es el objetivo deseado, pero queda a mucha distancia.
Se busca contenido adulto
Por muchos borbotones de sangre digital que salgan de los puñetazos de Maya Lopez (Alaqua Cox) contra sus enemigos, o toda esa gente que es ejecutada de disparos en la cabeza, la violencia explícita es poco aliciente para Echo cuando, a pesar de todo, ni llega al nivel de un episodio cualquiera de Jon Bernthal en The Punisher. Se queda en aspavientos de adolescente que quiere llamar la atención porque se cree muy atrevido, pero en realidad hace el ridículo.
Lo mismo se puede decir del esfuerzo volcado en las escenas de acción. Más allá de la reedición del encuentro de Maya con Clint Barton como Ronin y un enfrentamiento en el primer episodio contra Charlie Cox como Daredevil, todos los huevos de la acción cuerpo a cuerpo están en la cesta del tercer episodio (el único dirigido por Catriona McKenzie; la realización del resto la firma Sydney Freeland) con uno de los consabidos planos secuencia con sutura digital que han acabado por convertir las coreografías de acción en un aburrido trámite.
Aburrimiento es una reacción que asalta en varios momentos de Echo pesar de que el desarrollo argumental se haya reconcentrado en cinco episodios de menos de 50 minutos. Por limitado que parezca el metraje, las tres parejas distintas de guionistas que llegan a firmar alguno de los episodios no parecen haber encontrado mucho que decir sobre Maya y sus raíces choctaw y se ven obligados a repetir hasta en tres ocasiones un supuesto careo final contra su tío adoptivo Wilson Fisk (Vincent D'Onofrio); con quien ya ajustó cuentas de manera bastante similar al final de Ojo de Halcón, por cierto.
Los flashbacks centenarios al pasado de la nación choctaw aportan poco más que una capa de maquillaje a base de capital cultural pretendiendo realizar algún tipo de reparación por el silenciamiento de las culturas amerindias en la ficción mainstream. Al final, su tratamiento tiene la misma profundidad que el recurso a la imagen en blanco y negro y formato cuadrado al inicio de un episodio para significar un episodio de forajidos de western que ni siquiera capta correctamente el lenguaje del cine mudo.
Eso es lo que termina siendo Echo: un intento por quedar bien en apariencia, darse más relevancia de la que nunca debería haber aspirado a tener... e inmediatamente ser olvidada en el mar del streaming marvelita. Y, con todo, se puede decir que tan terrible como Invasión secreta no es.
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