Todas las filias de David Cronenberg: las obsesiones del director de 'La mosca' en cada una de sus películas

De los hermanos siameses de 'Inseparables' a los vicios de Viggo Mortensen, desgranamos las curiosas formas que ha tenido el canadiense de excitarnos y horrorizarnos en el cine.
David Cronenberg en el rodaje de 'Videodrome'
David Cronenberg en el rodaje de 'Videodrome'
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David Cronenberg en el rodaje de 'Videodrome'

Decir que David Cronenberg y su cine siempre se adelantaron a su tiempo podría ser una frase hecha más. Y, sin embargo, el estreno en el pasado Festival de Cannes de su última película, Crímenes del futuro, fue la prueba definitiva de cómo el cineasta canadiense ha ido siempre por delante hasta de sí mismo. Hasta llegar a este distópico futuro en el que habitan seres con extraños órganos, el canadiense se ha dedicado a plasmar en la gran pantalla todo tipo de filias y fobias de lo más bizarras. Repasamos algunas de ellas para celebrar esta obsesión por la nueva carne.

Sinforofilia: Crash (1996)

De director de serie B con ínfulas arty a ponerle el estómago en la boca a todo un Festival de Cannes, ganándose en el proceso el odio de aquel Francis Ford Coppola que presidía el jurado (y que, pese a todo, no logró impedir que se le concediera un premio especial): en mayo de 1996, David Cronenberg tenía razones para sentirse como el rey necropurulento del mundo. 

Y, si bien su adaptación del libro homónimo de J. G. Ballard (“la primera novela pornográfica basada en la tecnología”, afirmó el escritor) se queda corta al reflejar la perversión y el gore del original, consigue espeluznarnos gracias a esa frialdad mecánica que preside desde la fotografía de su habitual Peter Suschitzky (El Imperio contraataca) hasta la espléndida BSO de Howard Shore, pasando por el trabajo de unos intérpretes (James Spader, Elias Koteas, una Holly Hunter en carne viva…) cuyos gestos de maniquí transmiten el tema principal asignado por Ballard a su novela: “la muerte del afecto”.

Coches, sexo y muerte se entrelazan en la adaptación de J. G. Ballard por parte de Cronenberg, transformando su hondura filosófica en formas metálicas y rituales rigurosos con el fetichismo de la propuesta. Bertolucci definió la cinta como una “obra maestra religiosa”, una transgresión del auto sacramental. Escena clave: El coito de James Spader con la cicatriz en forma de vagina de la pierna de Rosanna Arquette. P. A. R.
Coches, sexo y muerte se entrelazan en la adaptación de J. G. Ballard por parte de Cronenberg, transformando su hondura filosófica en formas metálicas y rituales rigurosos con el fetichismo de la propuesta. Bertolucci definió la cinta como una “obra maestra religiosa”, una transgresión del auto sacramental. Escena clave: El coito de James Spader con la cicatriz en forma de vagina de la pierna de Rosanna Arquette. P. A. R.
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Erotofonofilia: Una historia de violencia (2005)

Opinión impopular: la adaptación del cómic de John Wagner y Vince Locke, en sí mismo nada del otro jueves, dista de ser el mejor noir rodado por Cronenberg, por mucho que le llovieran los aplausos y obtuviese dos nominaciones a los Oscar. Su auténtico valor reside en ser la primera colaboración entre el canadiense y Viggo Mortensen, protagonista de sus mejores trabajos del siglo XXI, que aquí se luce de lo lindo como ese vecino que era muy majo y siempre saludaba.

Fratrilagnia;  Inseparables (1988)

La extraña muerte de los ginecólogos gemelos, un reportaje de la morbosa Linda Wolfe, fue el punto de partida de esta tragedia grotesca sobre la identidad, el incesto y los instrumentos quirúrgicos para operar úteros mutantes. Robert De Niro y William Hurt huyeron espantados tras leer el guion, así que Cronenberg contó con Jeremy Irons (con quien volvería a trabajar en M Butterfly, 1993) para el filme que inaugura oficialmente la etapa ‘seria’ de su filmografía.

Escopofilia: Videodrome (1983)

La película más ambiciosa del período más bestia de Cronenberg, con el amor por Philip K. Dick y la ciencia-ficción ‘New Wave’ saliéndosele por sus catódicos poros, fue un desastre económico que recaudó dos millones de dólares sobre un presupuesto de seis. Lo cual no nos extraña: en plena edad dorada del slasher salchichero, una sátira cancerosa sobre el efecto corruptor de los mass media en el cuerpo social (y en el de un James Woods penetrado con cintas de vídeo Beta) estaba destinada a ser un espléndido fracaso, por mucho que Deborah Harry, la líder de Blondie, participara de sus perversiones.

Jeremy Irons daba vida hermanos siameses en 'Inserparables'
Jeremy Irons daba vida hermanos siameses en 'Inserparables'
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Maschalagnia: Rabia (1977)

Fascinado con Malas tierras, Cronenberg quería a Sissy Spacek como protagonista de este filme, pero sus productores no estaban por la labor. Así pues, aconsejado por su amigo Ivan Reitman, el director recurrió a la modelo y actriz porno Marilyn Chambers para el rol de una mujer que desarrolla un micropene vampírico (y contagioso) en el sobaquillo tras un tratamiento experimental de cirugía plástica. Tal vez por amarga experiencia, Chambers encarnó a la perfección un reflejo distorsionado de los prejuicios hacia la sexualidad femenina.

Hibristofilia: Promesas del este (2007)

La segunda colaboración entre Cronenberg y Viggo Mortensen (y la mejor, al menos de momento) es, a primera vista, un noir de manual acerca de la mafia rusa. Sin embargo, basta con escrutarla de cerca para percibir en ella las neuras habituales en el cineasta, expresadas no solo a través de una trama sobre los aspectos más repugnantes del tráfico de mujeres, sino también en la fascinación morbosa (cómo culparle) por el cuerpo de su actor principal: échale un vistazo a la escena de la sauna para comprobarlo.

Formicofilia: Vinieron de dentro de... (1975)

Al debut comercial de Cronenberg se lo suele señalar como una adaptación oficiosa de Rascacielos, novela de su admirado J. G. Ballard que llegó a las librerías ese mismo año. Especulaciones aparte, es verdad que libro y película comparten premisa (un aséptico edificio de apartamentos convertido en teatro de impulsos primordiales), pero solo el filme tiene babosas mutantes: por algo su título de rodaje fue La orgía de los parásitos sangrientos.

Mecanofilia: ExistenZ (1999)

¿Le gustan los videojuegos a David Cronenberg? Pues, a juzgar por lo bien que aprovechó sus mecánicas en esta secuela oficiosa de Videodrome (y su último filme fantástico hasta Crímenes del futuro) cabe sospechar que sí. La sobredosis de grumos, fluidos y dispositivos biomecánicos corre, eso sí, por cuenta de la casa.

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Imagen de ExistenZ
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Necrofilia: The Death of David Cronenberg (2021)

La obra breve del canadiense tiene una de sus cimas en este trabajo, dirigido junto a su hija Caitlin tras la muerte de su hermana Denise, diseñadora de vestuario en sus filmes. Un enfrentamiento cruel y extrañamente tierno con la propia mortalidad que te pondrá un nudo en la garganta.

Acrotomofilia: Scanners (1981)

Tras Cromosoma 3, un ajuste de cuentas con su exmujer parido a dentellada limpia, Cronenberg hace estallar cabezas (literalmente) en una cinta cuyos momentos más surreales presagian el salto sin red de Videodrome. El director recuerda su rodaje, en solo dos meses y con el guion inacabado, como el más frustrante de su carrera.

Misofilia: El almuerzo desnudo (1991)

Rodar el libro tal cual habría costado una fortuna y nos habrían prohibido la película en todo el mundo”, señaló Cronenberg. Y tenía razón, porque la obra más conocida de William S. Burroughs (llamarla “novela” sería impreciso) bate deliberadamente todos los récords de obscenidad. Para solventar tamaño desafío, el canadiense trasvasó a imágenes el universo particular del escritor y de su álter ego William Lee (un Peter Weller que rechazó RoboCop 3 para incorporarse al rodaje) a base de alusiones biográficas al asesinato de su esposa Joan Vollmer y la consiguiente huida a un Tánger lleno de heroína y chaperos. El resultado, ni que decir tiene, es complicadillo.

Teratofilia: La mosca (1986)

Rodando Videodrome, Cronenberg afirmó que sus protagonistas eran “gente cuyas conductas extremas les llevan a cambiar su entorno y, debido a ello, sus cuerpos”. Cualquiera diría que esa premisa sobreviviría a un trabajo de encargo, pero así fue, gracias a un Mel Brooks (productor no acreditado) que ya le había dado el espaldarazo a David Lynch con El hombre elefante. De esta manera, el remake de la cinta de Kurt Neumann (1955) se convierte en el retrato de la relación destructiva entre Geena Davis y un Jeff Goldblum entomológico.

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