Sexo, retos y terror: TikTok impulsa con vídeos virales la popularidad de películas olvidadas

La interacción entre los usuarios de la red social de vídeos y ciertas películas las ha dotado de nueva vida.
Megan Is Missing
Megan Is Missing
Cinemanía
Megan Is Missing

Un fenómeno que antes era habitual en los videoclubs de barrio y ahora se ha multiplicado de manera exponencial a audiencias planetarias a través de las plataformas de streaming es la obsesión o moda pasajera con una película cuya popularidad se dispara por el boca-oreja. Antes podían ser las recomendaciones entre los clientes y amigos; ahora, las redes sociales permiten que señalar la existencia de un título impulse que sea visto en la otra punta del globo.

No se trata de éxitos previos de taquilla en las salas de cine, ni películas con un incesante fenómeno fan detrás como los superhéroes de Marvel o DC, que a diario monopolizan las conversaciones sobre cine en las redes sociales. En este caso nos referimos a títulos, entre olvidados y mediocres, que de repente repuntan en los tops de más vistos de plataformas como Netflix, Movistar Plus+ o Amazon sin que haya existido un impulso visible de márketing por detrás. Son caprichos del algoritmo que repentinamente prenden una mecha efímera que pronto se consume.

Así se explica que la gente de pronto recupere fracasos calcinados como R.I.P.D.: Departamento de policía mortal (2016) –porque presentar a Ryan Reynolds con Jeff Bridges de compañeros en una comedia de acción es un engaño que siempre va a funcionar con incautos– o el remake de Poltergeist (2015) –porque habrá quien ni siquiera sepa que no está viendo la original–, y eso se refleja en las métricas de consumo tan obsesivamente escrutadas. Esos dos demenciales ejemplos son casos reales tomados de los datos de FlixPatrol, por cierto.

TikTok y el crecimiento orgánico

Dejando a un lado esa clase de fenómenos paranormales, otros más interesantes suceden cuando una película cae en gracia en la comunidad de TikTok. La red social de vídeos está orientada a la hiperviralización de contenido, así que casi cualquier tendencia puede coger una velocidad de propagación de vértigo en el momento en el que toma el primer impulso. Esto ha llevado a que los números de visualización de ciertas películas peguen un respingo en sus respectivas plataformas debido a que se popularizan en TikTok.

Megan Is Missing probablemente sea el caso más arquetípico. Película de terror de bajo presupuesto, escrita y dirigida por Michael Goi, estrenada en cines en 2011 sin apenas repercusión más allá de críticas destempladas y una antediluviana prohibición en Nueva Zelanda por considerarla pornografía de la violencia. Si saltamos a 2020, nos encontramos a miriadas de adolescentes asustados en TikTok tras retarse a verla mediante la misma red social.

Cierto es que Megan Is Missing es una película altamente desagradable, en la que se muestra de manera brutalmente explícita la violación y tortura de dos chicas adolescentes que son secuestradas por un acosador online. La película pertenece a la tendencia, ya por entonces decadente, del torture porn y su director dice que pretendía servir como advertencia contra el comportamiento de depredadores por internet; lo que no le impidió explotar el morbo violento de la historia, pero ese es otro tema.

¿A que no te atreves?

En 2020, en plena pandemia y con los confinamientos domiciliarios a la orden del día, Megan Is Missing gozó de una enorme popularidad gracias a un reto de TikTok que animaba a verla y grabar las reacciones (tuyas y de tus amigos) ante sus escabrosas imágenes. Una tendencia que sigue candente años más tarde, brindando a la película de Goi mucha más popularidad de la que nunca pudo haber soñado durante su paso por los cines y lanzamiento en dvd.

Otra cuestión es la clase de relación que se establece con el público de esta manera. Puede que muchos chavales quedaran para ver Megan Is Missing, y lo pasaran entre regular y mal como corresponde a las películas de terror barato, pero es la propuesta del reto la que impulsa a ponerse la película. 

Algo de lo que también se ha beneficiado Antrum, una producción canadiense de terror dirigida por David Amito y Michael Laicini en 2018 que juega directamente con la idea de contener las imágenes de un filme maldito con consecuencias terribles para quien lo vea. Material de primera con el que desafiar a tus amistades y empezar a generar un relato creepypasta que pronto puede empezar a moverse con vida propia y adquirir una identidad artística completamente distinta (como se ve en la muy interesante propuesta de We're All Going to the World's Fair, de Jane Schoenbrun).

Una característica que suelen tener en común estas películas de terror y otras que han generado retos similares de visionado en streaming como The Poughkeepsie Tapes (John Erick Dowdle, 2007) es pertenecer al subgénero de found footage que tan buen resultado económico dio en los cines en su momento a El proyecto de la bruja de Blair o la saga Paranormal Activity. 

Reacciones en primera persona

A pesar de que pueda haberse dado hace tiempo ya por difunto al found footage como corriente mayoritaria del terror, su grabación en primera persona y falseamiento de la veracidad de los hechos mostrados lo hacen propicio para tiempos de consumo inmediato de información sin verificar. A fin de cuentas, lo que se muestra en los vídeos de reacción que ayudan a mover la conversación sobre estas películas se pretende igual de veraz cuando puede estar también perfectamente orquestado.

El reto de grabarse reaccionando a las imágenes de una película también llegó hasta Love (2015), una de las obras más comentadas del provocador Gaspar Noé por sus imágenes de sexo explícito (que en su día fueron proyectadas en 3D en el Festival de Cannes). En este caso se animaba a poner Love aprovechando su disponibilidad en Netflix, intentando hacerlo sin saber que la primera secuencia es un largo plano fijo en el que los protagonistas, Karl Glusman y Aomi Muyock, se masturban desnudos en la cama. La escena acaba con la eyaculación de él en el vientre de ella.

El resto de la historia de Love es una película de amor de gran tristeza en la que se rememora un romance apasionado y trágico, pero los usuarios de TikTok se limitaban a reaccionar a la secuencia de sexo explícito que precisamente Noé coloca al inicio del filme con la finalidad de atraer morbosamente y epatar de primeras para luego ya poder pasar a otra cosa.

Puede ser atrevido aventurar cuánta gente de la que acudió a Love por el reclamo del reto de TikTok se quedó a ver el resto de la película, o si después de grabar el vídeo de reacción correspondiente pasó a otra cosa. Igual que aquellos que enchufaron directamente el cuarto episodio de Nuevo sabor de cereza, la serie de Nick Antosca y Lenore Zion para Netflix, para observar sin contexto alguno la pringosa escena de sexo neocárnico abdominal que se marca Rosa Salazar. Nuevas formas de consumo fragmentario.

¿Espontaneidad o marketing?

Con tanto movimiento, es natural pensar que las productoras, distribuidoras y plataformas estarán más que interesadas en cultivar a su antojo estas muestras de entusiasmo (o, al menos, atención) hacia algunos títulos. Si bien lo que se puede ver en las incursiones explícitas de las marcas en TikTok se centra en la creación de cuentas desde las que generar conversación, distribuir memes y buscar la viralización (como en el resto de redes sociales, vaya), algún tímido ejemplo ya se ha dado.

Por ejemplo, en 2021 con el estreno de la adaptación del musical En un barrio de Nueva York, de Lin-Manuel Miranda, dirigida por Jon M. Chu, seguro que a Warner Bros. le pareció fenomenal que se viralizara un momento concreto del dueto de los protas de tal manera que miles de tiktokers de todo el mundo se lanzaran a replicarlo en sus vídeos.

Hasta el punto de que los propios protagonistas de En un barrio de Nueva York, Anthony Ramos Melissa Barrera, decidieron unirse a la moda intercambiando papeles en un vídeo de TikTok que bien podría pasar por el de cualquiera de los aficionados anónimos. ¿Fue una tendencia espontánea o precocinada? Quizás esa sea una diferencia que, dado el ecosistema mercantilizado de las redes sociales, cada vez merezca menos la pena plantear para evitar jaquecas.

Quedémonos con las ocasiones en las que está claro que una película actual ha entrado en el imaginario popular por méritos propios y de manera orgánica aunque no sea siguiendo la vía prevista por sus creadores. Por ejemplo, el pilar del terror moderno que representa Hereditary (2018) trascendiendo las imágenes de Ari Aster para que la banda sonora de Colin Stetson acabe convirtiéndose en un marcador sonoro universal de auténtico pavor capaz de dar relevo a los clásicos de Herrmann o Carpenter. Y bien está que así sea.

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