[Americana Film Fest 2022] ‘We’re All Going to the World’s Fair’: un 'creepypasta' melancólico

Un misterioso reto viral pone en contacto a dos seres solitarios en el estimulante debut de Jane Schoenbrun, que se sitúa en los márgenes del fantástico
We're All Going to the World Fair
We're All Going to the World Fair
Cinemanía
We're All Going to the World Fair

Decía cierto escritor que si a la gente se le ofreciera la posibilidad no ya de morir sino de desaparecer, evitando la debacle del cuerpo, muchas personas se esfumarían de la faz de la tierra. Casey —una tierna y mercurial Anna Cobb, en el que es su primer papel en cine— verbaliza esa idea taciturna en un par de ocasiones a lo largo de We’re All Going to the World’s Fair, ópera prima de la cineasta norteamericana de género no binario Jane Schoenbrun, una de las más audaces de la sección Next del Americana Film Fest. El filme tuvo su premiere española en el último Festival de Gijón.

Esta es una película de rostros en la que no habrá un solo contraplano que no esté mediado por una pantalla de ordenador; quizá podamos abreviar diciendo que este es un relato de soledades compartidas (a distancia). Es también una especie de filme de terror que vaga alrededor de un inquietante creepypasta, la Feria Mundial a la que alude el título de la película, algo así como una “zona” que comprende todo aquello que uno espera hallar en ella y a la que puede accederse mediante un ritual.

Los otros espacios, aquellos en los que corremos el riesgo palpable de sucumbir a lo que algún otro escritor debió llamar la maldición de la habitación vacía, están rígidamente compartimentados. Tanto Casey como JLB, su misterioso interlocutor, se conectan a Internet desde el piso superior de sus viviendas, compartidas con otras personas de las que los protagonistas están visiblemente desconectados. Su expectativa de conectar, o apenas de soportar el peso del tiempo, puede cifrarse en el símbolo de carga del siguiente vídeo que aparece de forma recurrente en la película.

Tanto los vídeos que graba la misma Casey como los que va viendo mientras curiosea al resto de participantes en el reto viral de la Feria le otorgan al metraje un plus de imprevisibilidad. Así, se suceden bailes, paseos melancólicos y hasta algún fugaz arrebato de pura abstracción —quien esto escribe confiesa que, de repente, se acordó de Lights de Marie Menken, pero no hagan mucho caso, por favor.

Atajando ya estas notas sobre lo que llamaríamos el dispositivo de We’re All Going to the World’s Fair, lo cierto es que la de Schoenbrun es una película de planificación artera e ingeniosa que no precisa de golpes de efecto para sugerir y perturbar. La historia de terror y la de la extraña relación entre dos solitarios se funden definitivamente en un nada ampuloso travelling que evidencia la dimensión puramente física, espacial, del aislamiento y se detiene en un gesto: una mano, desahuciada, posándose en la pantalla del ordenador.

Como un Todd Solondz despojado de la risa sardónica, o como si Raymond Carver y Mariana Enriquez escribieran un cuento a cuatro manos; o, siguiendo a la crítica Mariona Borrull, que presentó la película en el festival, también podemos ver el debut de Jane Schoenbrun como un cruce entre Eight Grade de Bo Burnham y el creepypasta Slenderman. En todo caso, We’re All Going to the World’s Fair va a estar un par de días en Filmin para que cada cual la disfrute y haga sus propias aproximaciones.

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