¿Por qué triunfó tanto Paco Martínez Soria en España?

Un actor serio, con olfato empresarial y sin un pelo de chistoso se convirtió en el humorista más exitoso de nuestro país. Así es como lo hizo.
Paco Martínez Soria.
Paco Martínez Soria.
Paco Martínez Soria.

Paco Martínez Soria fue mucho más que un magnífico (aunque encasillado) actor de comedia y un experto del humor. También fue un estupendo empresario teatral y hombre de negocios. 

La estrella, nacida en Tarazona (Zaragoza) en 1902, creció en el seno de una familia humilde que tuvo que emigrar al barcelonés barrio de Gracia para tratar de prosperar económicamente en una época complicada para el conjunto de la sociedad española. Una vez allí, Martínez Soria empezó a dar rienda suelta a su creatividad, reuniéndose en la calle con otros chavales de su edad y haciendo numeritos de teatro de polichinela para jóvenes espectadores a los que cobraba con varios 'cromos'.

Para coger tablas en el mundo de la interpretación, Martínez Soria se afilió en Barcelona al sindicato anarquista CNT, que entonces gestionaba la industria del cine. El Archivo de Salamanca aún guarda hoy día su carnet. El maño empezó como apuntador en los años previos a la Guerra Civil, y dicen que tardó poco en empezar a destacar como actor de papeles cómicos —justo los que menos querían sus compañeros—, aunque también llegó a sacar su lado intenso enfrentándose a obras de dramaturgos como Shakespeare y Molière. 

Fue en aquella época cuando conoció a su mujer Consuelo Ramos, una espectadora del teatro con la que llegaría a casarse y tener varios hijos poco después.

Paco Martínez Soria
Paco Martínez Soria

Cuando terminó su etapa como meritorio, Martínez Soria se metió en la empresa de maquinaria Faust & Kammann, pero se quedó en paro al cabo de un tiempo. Para poder mantener a su familia, aceptó empezar a hacer pequeños papeles en cintas de bajo presupuesto del director y productor de cine Ignacio F. Iquino –como Paquete, el fotógrafo público número uno (1937), que supuso su primer rol protagonista– y, además, decidió montar su propia compañía teatral con las siete mil pesetas que le dejó un amigo de Barcelona. 

A partir de ahí, empezó a recorrer España actuando en comedias sencillas y entretenidas que, al menos al principio, atraían a poca gente. "Cuando comencé, para ganarme al público, hice muchas concesiones; exageraba los gestos hasta llegar a la caricatura; después comprendí que bastaba la naturalidad", comentó el actor y empresario en una ocasión.

El rey de la comedia de posguerra

Los inicios de su aventura empresarial resultaron más duros de lo esperado en aquellos años de hambre y miseria. Ahora bien, su gran determinación, su disciplina y su enorme espíritu de sacrificio sirvieron para que el público empezase a ponerle cara. La solvencia económica no hizo acto de presencia hasta 1945, cuando Martínez Soria se convierte prácticamente en el actor cómico número uno de nuestra escena gracias a su gran carisma y a la aparentemente ilimitada gama de sus posibilidades interpretativas.

Tras triunfar en el Paralelo barcelonés, Martínez Soria se animó a comprar el teatro Talía a medias con Iquino, con el objetivo de usar las instalaciones como plató para las películas. Al final, su socio quiso usar el teatro para otro tipo de proyectos, y Martínez Soria decidió comprarle su parte. Tras adquirirla, derribó el edificio y usó todos sus ahorros para levantar un nuevo teatro Talía. 

Es ahí cuando el mandamás de la Compañía de Martínez Soria se pone en contacto con el catedrático Fernando Lázaro Carreter y le pide que escriba una obra para él. Usando el seudónimo de Fernando Ángel Lozano (por razones de prestigio social), el filólogo y posterior director de la RAE escribió La ciudad no es para mí, donde un sesentón aragonés (Agustín Valverde) viaja por vez primera a Madrid para visitar a su hijo médico. 

Contra todo pronóstico, la obra se convirtió en un bombazo. Estuvo en cartel varias temporadas teatrales y gustó mucho a espectadores de muy distinto perfil, aunque la crítica sesuda opinaba que la imagen que la obra ofrecía del paleto que llega a la gran ciudad desde su pueblo resultaba simplona y chabacana, algo que dolió bastante a Martínez Soria.

Pero aquel tándem formado por Martínez Soria y Lázaro Carreter se fue al garete después de que cierto periodista revelase públicamente la verdadera identidad del tal Ángel Lozano. El autor de La ciudad no es para mí se enfadó bastante y le retiró a su colega los derechos para seguir representando la obra. Por momentos, parecía que a Martínez Soria le había mirado un tuerto, aunque la tortilla dio la vuelta cuando el actor y empresario se topó con Dionisio Ramos, quien le ayudó a orientar su carrera —también se acabó convirtiendo en su representante y amigo— y le aconsejó recorrer los teatros de provincias del país con sus obras en lugar de quedarse únicamente en la ciudad condal.

Martínez Soria Superstar

Aquel nuevo atisbo de ambición en la actitud del zaragozano le llevaría a convertirse en un ídolo de masas, sobre todo después de que se rodase la comedia La ciudad no es para mí (1966) , dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada por el propio Martínez Soria a los 63 años. Una adaptación al cine —con aquella hilarante escena en la que, tras bajarse del tren dando un traspiés, Agustín Valverde muestra bastantes problemas para cruzar la calle frente a Atocha— que sirvió para fijar un estereotipo de protagonista masculino que se repetiría a partir de entonces en muchas de sus películas: el paleto que viaja desde el pueblo a la gran ciudad. 

Poca broma. La ciudad no es para mí fue vista en las salas de cine españolas por más de cuatro millones de espectadores tras su estreno en Madrid, recaudando el equivalente a 440.348 euros —según datos del ICAA—, un elevadísimo índice de taquilla que la sigue situando entre las producciones españolas más populares del cine patrio . 

"Para su protagonista, el actor y empresario teatral Paco Martínez Soria, supuso un punto y aparte en su carrera cinematográfica y le abrió las puertas a una etapa fílmica con sucesivas producciones –diez más hasta 1975 y catorce en total hasta su fallecimiento – que también gozaron de buenos niveles de aceptación comercial, perpetuados por un interés de los espectadores televisivos posteriores que se ha ido traduciendo en respetables cuotas de share", expone la especialista en cine popular del tardofranquismo Olga García Defez en su tesis doctoral La comedia popular cinematográfica española: la reacción a la modernidad en el ciclo de Paco Martínez Soria (1965 -1975).

Éxito en el siglo XXI

No es un secreto que el pueblo español ha conectado siempre muy bien con la inigualable gracia de Martínez Soria, y con esa comicidad inocente y sana mostrada en sus filmes. De alguna forma, la gente alababa su capacidad de encarnar de manera creíble y divertida a todos esos entrañables personajes que lograron reflejar en el cine asuntos como la inmigración del pueblo a la ciudad o el cambio generacional. Los datos no mienten, vamos. 

Películas suyas como El abuelo tiene un plan (1973), Estoy hecho un chaval (1976) o Es peligroso casarse a los sesenta (1980) han sido programadas reiteradas veces en el programa Cine de barrio y siempre han arrasado en audiencia. Para muestra un botón. TVE emitió en enero de 2000 en ese programa la película Abuelo Made in Spain (1969), alcanzado una cuota de share del 13% y convirtiendo este largometraje en el más visto en televisión entre los años 2000 y 2009.

Sin embargo, la imagen del zaragozano fue desprestigiada a menudo por la época en la que desarrolló principalmente su trayectoria —el tardofranquismo y los primeros años de la Transición— . De hecho, y aunque como actor llegó a recibir la medalla del Círculo de Bellas Artes, no fueron pocos los que cuestionaron todos aquellos trabajos suyos presididos por un cierto apoliticismo y un desinterés por la práctica política. 

"Los once films que Martínez Soria rodó entre 1965 y 1975 se convirtieron en un catálogo de las transformaciones económicas, sociales y religiosas que se sucedieron durante la última década del franquismo. Pero los guiones no se limitaron a reproducir mecánicamente los procesos de liberalización de la economía y la modernización de la sociedad española, sino que participaron de una vinculación ideológica que los posicionaba discursivamente. De esta forma, enjuiciaron aquellos elementos del cambio y de la modernidad que se colaban por todos los poros de la sociedad, emitiendo un juicio demoledor al respecto pero endulzado con los mecanismos de la comedia", señala igualmente en su tesis García Defez.

Asimismo, quienes conocieron a Martínez Soria aseguran que el hombre descansaba muy pocos días al año. En realidad, fue un trabajador incansable que se mantuvo en activo hasta el mismo día de su fallecimiento, y que sacrificó de buen grado el tiempo que pudo haberle dedicado a su familia durante los años de vacas gordas. 

Don Francisco Martínez Soria

Fue un profesional del show business superdisciplinado, que se rodeó siempre de los mejores técnicos y actores profesionales del momento —muchos de los secundarios de sus películas se convirtieron con los años en los más grandes de nuestro cine—, e inspiró con su particular forma de actuar a muchos otros actores cómicos (tanto de viejas como de nuevas generaciones). 

Además, solía ser generoso con todos sus empleados y, aunque nunca llegó a hacerse rico, fue feliz reinvirtiendo los beneficios de su compañía y del cine en seguir poniendo en pie los proyectos teatrales que le apetecían. A fin de cuentas, siempre comentaba que el cine era un medio y que el único fin era el teatro.

A pesar de su enorme popularidad, Martínez Soria fue siempre un hombre modesto y austero —en una ocasión comentó que creía que debía su éxito "a las cualidades que Dios me dio y que puso al servicio del pueblo"—. Aunque no es menos cierto que disfrutaba enormemente cada vez que un admirador le paraba para pedirle un autógrafo (o bien le regalaba el oído diciéndole lo mucho que le gustaba lo que hacía). De hecho, en una ocasión que hizo un viaje a Londres con su mujer se pilló un buen mosqueo cuando, tras llevar ya varios días allí, se percató de que nadie le reconocía.

Ahora bien, parece ser que siempre se guardó las risas para la gente de la calle. "Mis personajes no tienen nada que ver conmigo. Ellos hacen reír; yo, por el contrario, tengo un genio muy serio. Fuera del escenario, no hago reír a nadie", comentó al respecto en una entrevista concedida en 1981, apenas unos pocos meses antes de morir a consecuencia de una angina de pecho. 

Gracioso para los suyos o no, lo que es incuestionable es que aquel abuelo cateto y bonachón que encarnó tantas veces forma hoy parte del imaginario colectivo. Que tire la primera piedra quien no se haya encasquetado alguna vez la boina y haya sentido que la ciudad no era para él.

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