'Oldboy'

La película ultraviolenta que puso de moda el cine de un país en todo el planeta cumple 20 años

Es la mejor de Park Chan-wook, la más famosa de la cinematografía surcoreana y no ha perdido ni un ápice de rabia
Fotograma de 'Old boy'
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Cinemanía
Fotograma de 'Old boy'

En tiempos discordantes en los que todo y nada nos indigna, qué nos ofende de verdad. Algo nos mortifica hasta quitarnos el sueño, a que sí. Estamos dolidos y exigimos una satisfacción; aunque, de primeras, no acertamos a encontrar el motivo. 

¿Alguien nos ha agraviado? De qué buscamos desquitarnos. Estamos distraídos; tenemos que hurgar en nuestro interior para encontrar algo que prenda la mecha. Queremos vengarnos, es eso; pero hemos dejado la venganza en manos del poder público, que la llama justicia. Los tribunales y, en última instancia, el estado, la ejercen de forma legítima. No nos complace.

Uno de los grandes dilemas de todos los tiempos es la venganza. El director Park Chan-wook, graduado en filosofía por la Universidad de Sogang –Corea del Sur–, teorizó sobre esta cuestión desde distintas ópticas en su conocida como “trilogía de la venganza”, conformada por Sympathy for Mr. Vengeance (2002), Oldboy (2003) y Sympathy for Lady Vengeance (2005). La segunda entrega, basada en el manga homónimo de Nobuaki Minegishi y Garon Tsuchiya, despunta como una vehemente tragedia griega contemporánea.

Deber sagrado

La venganza ha marcado la historia de la humanidad y la tradición de su pensamiento. La heredamos del lejano y velado periodo homérico de la antigua Grecia. Nos enfrenta a las esencias humanas: el miedo, el dolor, el odio, la valentía o la templanza. El cine ha bebido, bebe y beberá de la venganza, continúa –y continuará– presente bajo infinidad de formas. 

En nuestra vida like a like o clic a clic, en la que nada deja poso, donde las emociones se envasan al vacío, la venganza nos da un motivo para sentirnos vivos. En Oldboy, Woo-jin Lee (Yoo Ji-tae) necesita dar sentido a su existencia vengándose de Oh Dae-su (Choi Min-sik).

Fotograma de 'Old boy'
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Hemos nacido porque hemos nacido. No estamos en la Tierra para nada en concreto; el sino solo existe en los relatos. Oh Dae-su, como comprobamos al comienzo de Oldboy, vive despreocupado, no parece precisamente un virtuoso, ni siquiera respeta a la autoridad. La venganza de Woo-jin Lee cae sobre él, es un castigo y un regalo: por fin una tarea noble, vengarse de quien desea vengarse de él, lo guiará. 

La venganza es lo contrario al descanso, la paz o la calma que nos venden en las clases de yoga. Requiere llevar una existencia consciente, activa, apasionada. Oldboy está bañada en verde –en las películas hermanas también está muy presente–, el color que remite al estado de naturaleza e incita a dar el paso, a tomar partido.

El vértigo de la caída

Oh Dae-su es un hombre perdido que sufre una tortura para la que no encuentra razón de ser. Es confinado durante 15 años en un cuarto, un decorado mugriento que simula una habitación de hotel; aislado de cualquier contacto con el exterior y sin respirar aire fresco; con la única compañía de la televisión, una “imitación de realidad”, su fuente de sabiduría. Con el paso del tiempo comienza a pensar, por primera vez en su vida. Pensar significa asomarse al vacío; meter un pie dentro

«El hombre comienza a pensar, a pensar de verdad, sólo cuando se convence de que no hay nada que pueda hacer [...] todo pensamiento profundo debe comenzar por la desesperación», sostiene Lev Shestov en su libro de aforismos, Apoteosis de lo infundado (traducción de Alejandro Ariel González, Hermida Editores, 2015). Para el filósofo kievita, el acto de pensar repudia la lógica para abrazar la fantasía: «Una vez que emprendes el camino [...] debes dejar de valorar tanto la seguridad y estar dispuesto a no salir jamás del laberinto», comenta en otra máxima.

Fotograma de 'Old boy'
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Al ser liberado, Oh Dae-su se enfrenta a lo desconocido. Pasa de ser un enajenado espectador de su propio drama a un aspirante a héroe. Sale de la jaula como una bestia. Está desnudo ante el mundo, pero limpio. Hace buen uso de su imaginación y el ansia de venganza lo posee. Ya tiene un sendero para seguir y no es hacia delante, se trata de una dolorosa vuelta atrás. La venganza es un espejo –tan presentes en Oldboy– que nos enfrenta a que somos, nos revela lo que guardamos, nos impele a regresar al pasado.

'Travelling' hacia la verdad

Gracias al arte, que custodia la razón y la locura, los momentos y las épocas, ajustamos cuentas con el inexorable transcurso del tiempo. En Irreversible (2002), Gaspar Noé ensaya cómo vengarnos de nuestro mayor enemigo. La verdad nunca está delante de nosotros, aunque inevitablemente salgamos a buscarla abriéndonos paso a base de ira. Vive muy atrás, hace tiempo, escondida. 

Noé, como demiurgo, es bondadoso con sus criaturas, consiente que se queden afincadas en el pasado. Park Chan-wook es generoso, concede a sus hijos la oportunidad de aspirar a su propia perfección. «Para alcanzar algo en la tierra hay que ser capaz de entregarse por entero, de poner toda la vida al servicio de un objetivo», sentencia Shestov.

Para las almas bellas el tiempo lo cura todo; los vengadores rechazan ese consuelo. Ejecutar la venganza y padecerla duele, porque entraña recordar. El célebre travelling lateral de izquierda a derecha en el que Oh Dae-su se abre paso a martillazos, varazos y golpes en un pasillo atestado de matones representa su necesidad de volver al pasado, vengarse del tiempo y recuperar el que ha perdido, pero no deja de avanzar a trompicones para darse de bruces con su destino. No es libre, sus acciones no pueden cambiar el designio que su dios –Woo-jin Lee– le ha impuesto. Sigue encerrado.

El triunfo de la voluntad

La venganza es una manera de entender el mundo. Implica pasar a la acción, vivir dominado por las pulsiones, practicar la moral. «Las personas morales son las más vengativas, [...] lo que ellas quieren es que su condena sea universal y obligatoria», argumenta Shestov. En otro axioma, arguye: «Y feliz aquel que tiene el deseo y la afición de castigar a su ofensor, para quien la ofensa vengada deja de ser ofensa. De ahí que la moral, que vino para sustituir la venganza de sangre, no perderá pronto su atractivo». 

Quién dice que la venganza sea estéril; todo lo contrario: es creativa e inspiradora. Materializar la venganza no solo comprende restaurar el orden natural de las cosas según nuestro gusto de la proporcionalidad. Supone moldear el mundo a medida, para, en su culminación, expulsar de él todo el sufrimiento que nos aflige. Es la contundente respuesta al hedonismo aséptico que satura nuestros sentidos.

Fotograma de 'Old boy'
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¿Cuál es el fin último de la venganza de Woo-jin Lee? Como dios que es para Oh Dae-su, perdonarlo. No es fácil; vivimos tiempos complejos para el perdón. Lo disfruta como venganza, porque no deja de ser un mortal más. En su vindicta el perdón es acercamiento: libera a Oh Dae-su para que vaya hacia él. Es palabra: Woo-jin Lee escucha la oración de arrepentimiento de Oh Dae-su y avala su expiación. Es olvido: Woo-jin Lee entrega su vida a la nada y Oh Dae-su se venga de sí mismo para sobrevivir, lo consigue olvidando quién es y qué ha hecho. 

En el perdón hay memoria –permite el retorno a lo acontecido, como la venganza–, en el olvido, no: acarrea sellar las puertas de lo pasado, dejar de pensar, abandonar el laberinto. “Yo no hablo de venganzas ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón”, expresa Jorge Luis Borges en Fragmentos de un evangelio apócrifo, perteneciente al poemario Elogio de la sombra, de 1969 –recogido en la compilación Poesía completa (Debolsillo, 2018)–.

Espíritu de venganza

El equilibrado tríptico de Park Chan-wook podría considerarse como la balanza que porta la diosa de la Justicia: Oldboy, la interpretación telúrica de la venganza, sería la palanca. Un platillo, Sympathy for Mr. Vengeance (2002), habla de ella como triunfo del liberalismo: es la ilusión de reparación e indemnización para aquellos a los que el sistema, con sus injusticias, crisis y desigualdades tácticas, abandona a su suerte para que se aniquilen. 

En el extremo, Sympathy for Lady Vengeance (2005) propone una doble subversión: por un lado, la del sacramento católico de la penitencia –aproximadamente el 11 % de la población surcoreana pertenece al catolicismo– como celebración de la venganza. Por otro, la del contrato social rousseauniano reformado en un curioso “contrato de resarcimiento”.

Fotograma de 'Old boy'
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Oldboy cautivó en el circuito festivalero: triunfó con cinco premios en la 41ª edición de los Daejong Film Awards –o Grand Bell Awards, los galardones que otorga el ministerio de cultura y turismo surcoreano–, incluyendo mejor director y mejor actor. El reconocimiento que la situó en el mapa internacional fue el Gran Premio del Jurado en el 57º Festival de Cannes. Quentin Tarantino, fan de Park Chan-wook, fue el presidente del jurado. 

Pese a que era su película favorita, el resto de miembros y él convinieron unánimemente otorgar la Palma de Oro al oportunista documental Fahrenheit 9/11 (Michael Moore, 2003), producido por Harvey Weinstein, a la sazón productor del cineasta. Meses después, Oldboy se impuso en el 37º Festival de Cine de Sitges con el premio a la mejor película y el premio de la crítica. En 2013 contó con una tardía y mecánica copia expedida por Hollywood, de mismo título y dirigida por Spike Lee, que pasó desapercibida.

Made in Korea

En su país, Oldboy creó escuela y se considera una de las películas surcoreanas más importantes –junto a otros fenómenos como la sátira social Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), ganadora de la Palma de Oro en la 72ª edición del Festival de Cannes y de 4 Oscar incluyendo mejor película y director–. 

Producciones que han contribuido a la expansión de la denominada Hallyu –“ola coreana”–, el término que denomina la influencia de la cultura surcoreana en el mundo. Además de la industria audiovisual –cuyo último hito fue otra sátira social, la serie El juego del calamar (Hwang Dong-hyuk, 2021), de Netflix –, incluye, entre otras, la cosmética –K-Beauty– o la musical –K-Pop–.

Una muestra de la importancia que la república concede al soft power –en el ámbito de las relaciones internacionales, la capacidad de una nación para influir en otras a través de su cultura y valores–. A lo mejor, quién sabe, el dominio que ejerce Corea del Sur en este ámbito es una dulce forma de venganza tras siglos de invasiones, conflictos y socavaciones de su identidad nacional.

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