John Waters nos explica cómo atracó Hollywood y dejó unas cuantas películas por el camino

‘Confesiones de un sabelotodo’ relata cómo el autor de ‘Hairspray’ consiguió pasar del underground a las producciones convencionales, fracasar comercialmente y hacer que nos echásemos unas risas
Las 10 mejores películas de 2018 según John Waters
John Waters
Las 10 mejores películas de 2018 según John Waters

John Waters, el director y guionista de películas como Polyester o Cry Baby, es ahora un septuagenario de verbo arrollador que, ante las dificultades para financiar una nueva película, se gana la vida como actor, escritor, monologuista y lo que haga falta. Su último libro publicado en España, Consejos de un sabelotodo (Ed. Caja Negra), supone echar la vista atrás con muchísimo humor y sin atisbo de ira. El libro es una especie de secuela de su autobiografía Shock Value.

En la primera parte del volumen, un Waters otoñal recuerda sus películas desde Hairspray hasta la que es, por ahora, su ya lejana última película como director: Los sexoadictos. Las evocaciones, regadas por abundantes dosis de ironía y algunas anécdotas extravagantes, provienen de un Waters guasón y perplejo por el hecho de haberse vuelto respetable. Más aún porque, como ha comentado en alguna ocasión, comenzó a ganar dinero a medida que los presupuestos de las películas crecían… para acabar teniendo cada vez menos éxito.

Son misterios de la industria. O, quizá, una inusual capacidad de persuasión del polifacético artista. Después de sus primeros años como provocador cineasta de guerrilla, Waters vivió una década prodigiosa en la que encadenó fracasos comerciales de intensidad más o menos creciente... hasta la explosión final con el festival de cómicas parafilias desplegado en Los sexoadictos. 

Para goce de sus fans, quedan películas como el simpático filme (nostálgico e irónico a la vez, decididamente posmoderno) Cry Baby o las comedias negras Los asesinatos del mamá y Cecil B. Demente.

Un cooperador necesario

En Confesiones de un sabelotodo, Waters recuerda con palabras amables al productor Bob Shaye, de New Line Pictures. La empresa comenzó como distribuidora y productora independiente y fue creciendo hasta ser absorbida por un gigantesco conglomerado de nombre cambiante (¿Time Warner? ¿Warner Media? ¿Warner Bros. Discovery?). 

El realizador recuerda que, después del pinchazo que supuso la agresiva comedia caníbal Vivir desesperadamente, Shaye le animó a hacer “una película que pueda exhibirse en todas partes”.

Quizá Polyester, la historia de la esposa llorica y alcholizada (interpretada por la ‘drag queen’ Divine) de un exhibidor de pornografía cuyo hijo que se excita sexualmente pisando a mujeres no fue exactamente lo que tenía en mente Shaye. Con todo, la película resultó más accesible y menos angulosa que sus virulentas precedesoras. Quizá sembró el camino para la posterior Hairspray, una comedia musical antirracista y antigordofobia que podía servir de película familiar (aunque fuese en un universo un poco diferente).

El mismo Shaye se concedería un último baile con Waters mediante Los sexoadictos, llevada a cabo en una New Line ya diluida en un mastodonte corporativo. El realizador explica que su mismo equipo se sorprendió de que “esa comedia absurda sobre personas que se vuelven adictas al sexo después de golpearse la cabeza” recibiese luz verde. Los resultados comerciales serían terroríficos. Y los resultados artísticos quizá no impresionan, pero entristece que su director no haya conseguido financiación para otro filme desde entonces.

Los sexoadictos
Los sexoadictos
Cinemanía

Estrellas y estrellados

Hairspray no fue un fenómeno de masas, pero posibilitó que un público que jamás hubiese visto Multiple Maniacs o Pink Flamingos se acercase a ver una película de quien llegó a ser conocido como el rey del trash. Eso dio a Waters la oportunidad de contar para su siguiente proyecto con una estrella como Johnny Depp, entonces lanzado a la fama televisiva gracias a la serie Jóvenes policias. 

Cry Baby sería una afirmación y una parodia de la popularidad adolescente del actor, que tomaba la forma de comedia musical sobre jóvenes roqueros malotes salidos de una versión marciana de una película de Elvis Presley.

Unos años después, Waters volvería a contar con algo parecido a una estrella joven como gancho comercial. Japón acogía un cierto fenómeno fan alrededor de Edward Furlong, el chico que interpretó a John Connor en Terminator 2 (y en la reciente Terminator: Destino oscuro). Así que la popularidad de Furlong en el país nipón facilitó el rodaje de Pecker. 

New Line consiguió que una distribuidora japonesa asumiese parte del coste del filme antes de aprobar al proyecto (gracias, ¿cómo no?, a Bob Shaye). Ni el recorte de gastos respecto a Cry Baby o Los asesinatos de mamá hizo que el proyecto fuese rentable.

Los ‘reshoots’ más deseados y otras historias

Waters recuerda que luchó contra las injerencias de los productores de Los asesinatos de mamá: intentó implementar algunos cambios que le pedían, pero la exigencia de incluir un insensato final feliz le pareció excesiva. 

Más sorprendente es lo sucedido en Pecker: cineasta y ejecutivo haciendo piña para filmar reshoots. El director había aceptado no rodar dos escenas por motivos económicos, pero un primerísimo montaje del filme resultó alarmantemente breve. El ejecutivo que se había mostrado más interesado en eliminar las escenas y Waters conspiraron para filmarlas a escondidas de los jefes y conseguir que la obra alcanzase una duración estándar (86 minutos).

Más indeseados fueron los reshoots de Cry Baby. “Si quieren depositar grandes cheques trabajando en el negocio del espectáculo, estén preparados para llorar”, escribe Waters. El director se muestra como un creador que asumía los peajes de contar con un presupuesto amplio (y una paga “de seis cifras”). Llevó a cabo reshoots y remontajes que intentaban mejorar las polarizadas respuestas cosechadas en los pases previos con público. Se han exhibido cinco montajes diferentes (¡como mínimo!) emanados de todo ello.

Ese Hollywood donde “ser despedido es un buen trabajo”

A medida que se acercaba el cambio de siglo, Waters había consolidado una cuesta abajo comercial. Cada proyecto parecía funcionar económicamente peor que el anterior. Cry Baby fue una decepción, Los asesinatos de mamá fue una decepción un poco más profunda y Pecker fue un fracaso sin paliativos. 

¿Un cierto aura de artista incomprendido facilitó que los ejecutivos franceses de Studio Canal financiasen Cecil B. Demente? Su autor, que la considera una de sus obras preferidas, cobró un millón de dólares por ella. Cecil B. Demente sería el mayor fracaso económico de Waters hasta aquel momento (Los sexoadictos batiría esta marca). Antes de todo eso, su realizador también consiguió acuerdos ventajosos para desarrollar proyectos nunca filmados.

Según explica, recibió una paga de 300.000 dólares por un loco guion cuyo título era Raving Beauty: trataba de una estrella del cine que se enamora de un cloaquista que se cree extraterrestre. “En Hollywood, ser despedido es un buen trabajo”, resume el cineasta.

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