Jean-Paul Belmondo: 8 gestos que dieron forma a uno de los mayores iconos del cine

Belmondo de la boca a los dedos: el legado del actor francés a través de los títulos y movimientos clave de su filmografía.
Al final de la escapada
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Cinemanía
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Muere el actor Jean-Paul Belmondo
Wochit

Con la muerte de Jean-Paul Belmondo a los 88 años en París, se dice adiós a una de las personas más carismáticas que se han puesto nunca delante de una cámara. El icono magnético de la Nouvelle Vague, que hizo creer a generaciones de cinéfilos que bastaba ser un tipo normal con abundante confianza en sí mismo para convertirse en una gran estrella de cine, capaz de eclipsar la irreal perfección hollywoodiense con su rostro vapuleado por combates de boxeo juvenil, una boca desmedida, ojillos chicos y voz nasal.

Fue precisamente esa forma de hablar, de marcado acento confundible con atisbos de burla, el primer impedimento que encontró para su carrera cinematográfica. A Jean Becker no le gustaba su voz, así que lo dejó fuera de La evasión (1960). En el corto Charlotte et son Jules (1960), su primera colaboración con Jean-Luc Godard, el largo monólogo del protagonista que interpreta está recitado por el propio cineasta porque el actor fue incapaz de grabarlo. 

Y es que, claro, Belmondo era pura presencia física. La de una cara y unos dedos. A continuación repasamos su carrera a través de los gestos clave que levantaron su imagen como icono de la Nouvelle Vague, del cine europeo y mundial; de los dramas de autor a las comedias trapisondas y las películas de acción. 

El pulgar sobre los labios: 'Al final de la escapada' (1960)

Jean-Paul Belmondo en 'Al final de la escapada'
Jean-Paul Belmondo en 'Al final de la escapada'
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Con Belmondo todo tiende a ir a la boca, centro gravitacional de su rostro y cada aparición en pantalla. Ahí canaliza toda la herencia del film noir estadounidense en su primer título imprescindible, Al final de la escapada (1960), donde el gesto del Samuel Spade de Humphrey Bogart se transforma en signo de modernidad cinematográfica.

Caminando junto a Jean Seberg por los Campos Elíseos o haciendo muecas frente al espejo, la imagen de Belmondo como antihéroe trágico condenado a caer sin aliento se mimetizó con la de un cine hiperconsciente que se referencia a sí mismo y nada más le importa porque nada más existe. 

El dedo en el gatillo: 'El confidente' (1962)

Jean-Paul Belmondo en 'El confidente'
Jean-Paul Belmondo en 'El confidente'
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Además de Godard, Jean-Pierre Melville fue el otro gran valedor de Belmondo en los inicios de su carrera. Hicieron juntos tres películas seguidas en tres años (la primera mitad de los sesenta fue de frenética hiperactividad para el actor): Léon Morin, sacerdote (1961), El confidente (1962) y El guardaespaldas (1963). 

Las dos últimas, dos film noirs densos y fatalistas muy del gusto del cineasta, sobre ladrones de joyas, soplones, exsoldados y guardaespaldas donde el actor no tiene ningún reparo en mostrar su lado más sombrío. 

Las manos en el manillar: 'El hombre de Río' (1964)

Jean-Paul Belmondo en 'El hombre de Río'
Jean-Paul Belmondo en 'El hombre de Río'
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Después de la penumbra, vino el cachondeo. Philippe de Brocca -asistente de dirección en Una doble vida (1959) de Claude Chabrol y figurante en Al final de la escapada- estableció una cercana relación de compañerismo con el actor que se prolongó durante varias décadas y seis comedias; desde la aventurera Cartouche (1962) hasta la sátira ci-fi de Amazone (2000), incluyendo títulos de los que no se puede escapar como Las tribulaciones de un chino en China (1965) o Cómo destruir al más famoso agente secreto del mundo (1973).

De todas ellas, quizás la parodia más divertida del cine de espionaje y aventuras a este lado de Con la muerte en los talones sea la frenética El hombre de Río (1964). Entretenida hasta la médula y muy deudora de los cómics de Hergé, en ella nuestro hombre tiene la ocasión de demostrar su habilidad para correr y manejar toda clase de vehículos de locomoción que ya le gustaría al Ethan Hunt de Tom Cruise para rescatar a su novia Françoise Dorléac de manos de unos secuestradores y, de paso, recuperar una estatuilla de esas con la habilidad de encender los ojos de Indiana Jones.

El beso en los labios: 'Pierrot el loco' (1965)

Anna Karina y Jean-Paul Belmondo en 'Pierrot el loco'
Anna Karina y Jean-Paul Belmondo en 'Pierrot el loco'
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Todas las colaboraciones de Belmondo con Godard son imprescindibles -atención a la deliciosa deconstrucción del musical en Eastmancolor de Una mujer es una mujer (1961)-, pero la única que termina con Belmondo con el rostro pintado de azul y saltando por los aires en una explosión de dinamita es Pierrot el loco (1965), epítome del cine moderno y a la vez una de sus clausuras clave.

"¿Por qué estas triste?", le pregunta, junto a su loro, Pierrot a Marianne, el personaje de Anna Karina. "Porque tú me hablas con palabras y yo te miro con sentimientos", contestaba ella. Pero ya hemos dicho que Belmondo nunca fue un actor de diálogos, sino de expresividad gestual en bruto. Es Godard quien hace que cada beso de la pareja -entre dos coches, entre dos caladas de cigarrillo- adquiera una identidad única definiendo la posición de los actores, los dos pares de labios irremplazables de la Nouvelle Vague.

La mano en la barbilla: 'La sirena del Mississippi' (1969)

Catherine Deneuve y Jean-Paul Belmondo en 'La sirena del Mississippi'
Catherine Deneuve y Jean-Paul Belmondo en 'La sirena del Mississippi'
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François Truffaut se había quedado con las ganas de que Belmondo fuera el protagonista de su adaptación de Fahrenheit 451, pero pudo remediarlo con La sirena del Mississippi (1965), drama romántico basado en la obra de Cornell Woolrich y con Catherine Deneuve como novia por correspondencia que no tarda en convertirse en thriller de sospecha y traiciones. 

Una de las mejores interpretaciones de su carrera y un recorrido por la cara de Deneuve con las yemas de los dedos con movimientos de sismógrafo.

Los puñetazos en la mandíbula: 'Borsalino' (1970)

¿Quién no querría ver cómo le parten la cara a Alain Delon? Si además se trata de Belmondo recordando su pasado boxeador contra uno de los rostros más bellos del mundo, estamos ante una pieza de gran calibre en esta crónica de las tropelías de dos matones marselleses dirigida por Jacques Deray, por la que ambas estrellas también acabaron de morros en la vida real. 

No hay que preocuparse, la reconciliación no tardó en llegar. Al menos lo suficiente para protagonizar juntos de nuevo Uno de dos (1998), junto a Vanessa Paradis, bajo dirección de Patrice Leconte.

La sonrisa embaucadora: 'Stavisky...' (1974)

Jean-Paul Belmondo en 'Stavisky...'
Jean-Paul Belmondo en 'Stavisky...'
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Belmondo era consciente de su magnetismo (como para no serlo), así que tenía claro que la vida del estafador financiero Alexandre Stavisky, con sus implicaciones políticas y sociales en la Francia de entreguerras, era una historia que él debía protagonizar en la gran pantalla. El actor encargó a Jorge Semprún un guion sobre Stavisky que el madrileño llevó a su amigo Alain Resnais. 

Decir que acabaría convirtiéndose en una de las películas más convencionales del autor de El año pasado en Marienbad sería una simplificación engañosa, ya que la elegancia del personaje filtrada por el carisma de Belmondo es el catalizador de toda la acción por encima de las convenciones dramáticas.

Los equilibrios sobre el metro: 'Pánico en la ciudad' (1975)

¿Escenas de acción al límite de la adrenalina? Pocas como esta de Pánico en la ciudad (1975), donde Henri Verneuil dio a Belmondo una placa de policía. El director con el que trabajó en más ocasiones y géneros diferentes lo hizo pasar de granuja o criminal a agente de la ley.

Así se puso a hacer equilibrios sobre el metro de París hasta llegar a un climax en helicóptero que acabó rubricando uno de los mayores éxitos de taquilla en la carrera del actor y sirvió como emblema para convertirlo en uno de los rostros rocosos del polar. Belmondo siempre caía de cara.

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