Jayne Mansfield fue la rubia más explosiva de Hollywood pero murió joven, repudiada y sin desbancar a Marilyn

La sex symbol más lista y atrevida de Hollywood hizo carrera como una versión excesiva de Marilyn Monroe.
Jayne Mansfield, 1950
Jayne Mansfield, 1950
Corbis via Getty Images
Jayne Mansfield, 1950

Beverly Hills, 1957. La Paramount presenta en sociedad a Sophia Loren, con una fiesta a la que asiste la plana mayor de Hollywood. Luciendo un desmesurado escote, Jayne Mansfield se acerca a saludar a la actriz italiana. 

Visiblemente incómoda, Sophia clava sus ojos en el inmenso busto de Jayne, mientras un fotógrafo inmortaliza el instante. 

Loren no explicaría su reacción hasta el año 2014: “Miré fijamente los pezones de Jayne porque tenía miedo de que cayeran en mi plato”.

Vera Jayne Palmer (Brynn Marr, Pennsylvania, 1933) fue una niña precoz: a los 10 años ya recitaba a Shakespeare y usaba sujetador. 

A los 16, estudió interpretación y se casó de penalti con un tipo llamado Paul Mansfield. Y en cuanto tuvo la edad legal, posó para Playboy y ganó concursos como Miss Gasolinera o Reina Chihuahua. 

Recién divorciada, Jayne Mansfield se instaló en Hollywood, se tiñó de platino y no paró hasta llamar la atención de la Warner, que la usó como blanco de chistes verdes en películas como Una rubia en la cumbre (1956). Por esa época se ligó a Nicholas Ray y casi se cuela en Rebelde sin causa, pero Natalie Wood le quitó el papel. 

Por suerte, en 1957 Jayne fue fichada por la Fox, que vio en ella “una Marilyn extra grande” y la convirtió en protagonista de Bésalas por mí, con Cary Grant, o The Wayward Bus, que le valió un Globo de Oro. 

Jayne Mansfield en 'The Wayward Bus' (1957)
Jayne Mansfield en 'The Wayward Bus' (1957)
Cinemanía

Forrada y embarazada, la sex symbol se retiró con su segundo marido (el Míster Universo Mickey Hargitay) a Pink Palace, una mansión rosa con 40 habitaciones y una fuente de champán.

A principios de los 60 volvió al cine, pero la rubias explosivas habían pasado de moda, en beneficio de las morenitas chic a lo Audrey Hepburn. La Fox la despidió y Jayne se refugió en el alcohol, las fiestas y amantes como John F. Kennedy o Porfirio Rubirosa. 

Para colmo, apareció completamente desnuda en la comedia erótica Promesas, promesas (1963), cosa que la convirtió en persona non grata en Hollywood, viéndose obligada a trabajar en cintas de explotación y strip clubs de Las Vegas para mantener su adicción al lujo.

Tras sorprenderla en la cama con dos hombres, su marido la dejó, y Jayne buscó consuelo en Anton LaVey, sumo sacerdote de la Iglesia de Satán. Cuenta la leyenda que fue una maldición del celoso brujo la que provocó el accidente que mató a la actriz en una autopista de Mississippi. Tenía 34 años.

El cuerpo de Jayne descansa en su aldea natal, en una tumba con forma de corazón, pero hay quien cree que su espíritu aún flota por Sunset Boulevard. El cantante Engelbert Humperdinck, último propietario del Pink Palace, jura haber visto al fantasma de Jayne Mansfield descendiendo, con su inimitable contoneo, por la gran escalera de la mansión. Al llegar abajo, guiñó un ojo y se esfumó.

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