100 años de Russ Meyer, el polémico director que fue un referente del cine erótico

Vida y obra del director más obsesionado con los pechos femeninos que ha pasado por la historia del cine.
Russ Meyer
Russ Meyer
Cinemanía
Russ Meyer

“Tengo una tremenda obsesión por las tetas”, confesó una vez Russ Meyer. No hacía falta que lo jurase. Bastaba echar un vistazo a la filmografía del llamado rey del erotismo para comprobar que el hombre sentía una gran fascinación por los pechos femeninos. 

Meyer, fallecido en 2004 a los 82 años por complicaciones derivadas de una neumonía, es recordado hoy como uno de los más importantes representantes de lo que se conoce como cine sexploitation (esto es, filmes independientes de bajo coste donde abundan las situaciones sexuales no explícitas).

El cineasta, que escribía, producía, dirigía y montaba sus propias películas, trascendió su época al ser capaz de crear un universo absolutamente propio y personal. “Su cine refleja y satiriza la reaccionaria y puritana sociedad norteamericana, con sus fobias y filias, sueños e hipocresías, con sus opulentas mujeres, símbolo y metáfora del (temor al) apetito sexual femenino”, escribiría en su día Ramón Freixas.

Por su parte, el escritor canario Jorge Fonte comenta en su libro Russ Meyer, el indiscutible rey del cine erótico (Ediciones JC) que el trabajo del californiano no concluía con el montaje de la película sino que, desde un principio, Meyer “se acostumbró a realizar tours promocionales a lo largo de los Estados Unidos yendo normalmente con alguna de sus actrices, ciudad por ciudad, pueblo por pueblo, donde se estrenaban sus películas y, en muchos casos, llevando las copias él mismo”.

Asimismo, Fonte explica que, durante la década de los ochenta, cuando sus películas comenzaron a estrenarse en Europa, Meyer “no dudó en cruzar el charco y presentarse en todos aquellos festivales y universidades donde se organizaba una retrospectiva de su obra. Inteligentemente, siempre mantuvo en propiedad los derechos de explotación y distribución de todos sus films (salvo el de Fanny Hill y las dos películas que realizó para la 20th Century Fox), por lo que durante la década de los ochenta y noventa pudo comercializar las ediciones tanto en vídeo como en DVD de todas sus películas, lo que con el tiempo le ha granjeado una cantidad enorme de dividendos y beneficios económicos”.

Lo curioso es que todas sus obras cinematográficas han sido despreciadas y reverenciadas a partes iguales debido a distintos motivos. ¿El principal? El hecho de que sus personajes respondan a dos estereotipos muy propios. Por un lado, abundan las mujeres voluptuosas de grandes pechos, decididas, dominantes, inteligentes y sexualmente liberadas. 

Por el contrario, tal y como apunta Fonte, “la mayoría de sus protagonistas masculinos suelen ser hombres mucho más inmaduros que ellas, débiles, violentos e incapaces, en muchas ocasiones, de mantener su ritmo de imparable lujuria. Por lo tanto, pese a haber sido tachado constantemente de machista y viejo verde, la visión que Meyer nos ofrece de las mujeres es muchísimo mejor que el concepto en el que tiene catalogado a los hombres”.

Debut como estilista del erotismo

Hijo de un agente de policía y una enfermera que se divorciaron durante su infancia, el californiano creció fascinado por la parafernalia hollywoodiense y estrellas como la reina del kitsch Mae West. Cuando tenía trece años, su madre empeñó su anillo de casada para poder comprarle una cámara de súper-8.

“Terminé filmando a la chica que vivía enfrente”, explicó Meyer sobre sus pinitos como cineasta. “Tenía unos pechos enormes. Yo era muy joven, pero me pasaba todo el tiempo intentando convencerla de que se abriera la blusa. Al final, conseguí que lo hiciera y lo filmé”.

A los 19 años, Meyer se alistó en el ejército estadounidense y, tras pasar un tiempo sirviendo como fotógrafo de combate en Europa, volvió a América, donde comenzó a hacer fotos de chicas voluptuosas, en pleno auge de las revistas eróticas. En 1954, una de esas modelos a las que retrató, Eve Turner, captó su atención de un modo especial y, un par de años después, la pareja se casó.

En 1958, el empresario Pete De Cenzie propuso a Meyer producir junto a él una película de desnudos, poniendo a su disposición un presupuesto de 24 mil dólares. Así fue como nació The Immoral Mr. Teas (1959), protagonizada por un hombre que, después de una anestesia en el dentista, adquiere la capacidad de ver a través de la ropa de las mujeres (para reducir costes, Meyer contrató como protagonista masculino a un viejo amigo suyo del Ejército).

En aquella época, los distribuidores se negaban a trabajar con películas que tuviesen desnudos, así que el director y su socio fueron de ciudad en ciudad alquilando cines baratos por semanas para poder exhibir su cinta. En la mayoría de lugares, la pareja tuvo que enfrentarse a los censores locales de turno. A veces, conseguían eludirlos asegurando que The Immoral Mr. Teas era una película de salud pública.

“Mi amigo Pete se ponía delante de la pantalla, vestido de médico y con un fonendoscopio, y se dedicaba a decir bobadas como ‘Todos los que están aquí tienen que tener mucho cuidado por lo que puede pasar si se enrollan con muchas chicas’. Había que tener respuestas preparadas del tipo ‘Si haces eso, cogerás una enfermedad venérea’. Pero, en realidad, no hacía falta, porque con él estaba una enfermera pechugona que se dedicaba a ponerles a todos el fonendoscopio, o a tomarles la temperatura, y salíamos de allí con mucho dinero”, contó en una ocasión Meyer.

A medio camino entre un documental y una comedia muda, The Immoral Mr. Teas inició un género nuevo y, además, acabó obteniendo casi dos millones de dólares. Esa circunstancia animó a Meyer a crear junto a su mujer una productora (Eve Productions) con la que, durante los siguientes años, realizarían varias películas autofinanciadas y de bajo presupuesto donde sobraban la frivolidad, la violencia y la sátira sexual (su mujer, que era la encargada de llevar las cuentas, actuaba también en ellas). 

Todas aquellas cintas dieron beneficio, lo que llamó la atención de algunos productores; de hecho, a partir de entonces comenzaron a estrenarse en Estados Unidos decenas de imitaciones baratas.

La fase 'gótica' de Russ Meyer

Al poco, Meyer se propuso iniciar un nuevo estilo con filmes independientes de consistencia más profesional que sus anteriores trabajos. Con un presupuesto de 37 mil dólares, rodó en apenas dos semanas Lorna (1964), su primera película filmada en blanco y negro y en formato 35 mm. En este melodrama inspirado en el cine europeo, la voluptuosa actriz Lorna Maitland encarnaba a una chica casada (pero insatisfecha sexualmente) que es violada por un fugitivo del que se enamora perdidamente. 

'Lorna', 1964
'Lorna', 1964
Cinemanía

Aunque Meyer quería que su nueva película entrara dentro del circuito de distribución nacional (para que así se pudiera exhibir en cines de todo el país y no solo en salas X), la censura se cebó con Lorna, que fue catalogada de obscena en todas partes y llegó a prohibirse en Maryland, Pensylvania y Florida.

También en esa época, Meyer produjo la que muchos consideran como su mejor película, Faster, Pussycat! Kill! Kill! (1965), un clásico del cine independiente, rodado en el desierto de Mojave, en el que tres gogós ultraviolentas corren en sus coches deportivos a través del desierto y machacan a varios tíos. 

Una de las explosivas protagonistas era la actriz y bailarina Tura Satana, hija de inmigrantes japoneses quien, al poco de llegar a Estados Unidos, fue violada por varios hombres en plena calle. A raíz de aquel episodio, Satana se fugó de su casa, empezó a estudiar kárate (para aprender a defenderse) y terminó actuando en varios teatros de burlesque de Los Ángeles (precisamente en uno de ellos la descubrió Meyer).

El estadounidense llegó al límite de la explotación sexual con Vixen (1968), donde Erica Gavin se metía en la piel de una joven adúltera capaz de seducir a su hermano, al marido de su amiga, a las mujeres de los colegas de su esposo, y hasta a una trucha. 

El filme se convirtió en un éxito sin precedentes: solo durante su primer año de exhibición, superó los siete millones de dólares. Pero el hecho de que tocara temas que eran tabú para la pacata sociedad norteamericana de la época hizo que diversos grupos conservadores demandaran a los cines que proyectaban la cinta, y hasta a los periódicos que la anunciaban.

Russ Meyer aterriza en Hollywood

Un buen día, el magnate de la 20th Century Fox Darryl Zanuck vio un artículo del The Wall Street Journal que comparaba a Meyer con otros directores de renombre como Howard Hawks y Henry Hathaway. Tras reunirse con el californiano, Zanuck le ofreció un contrato para realizar películas de estudio destinadas a ser distribuidas en circuitos convencionales. En primer lugar, le ofreció cinco mil dólares por escribir el guion de una secuela de la película de Mark Robson El valle de las muñecas, basada en el bestseller de Jacqueline Susann, y dirigirlo.

Si la cosa funcionaba en taquilla, el contrato se podría ampliar hasta tres largometrajes más. La oferta motivó a Meyer, quien, con la ayuda del famoso crítico de cine Roger Ebert, se sacó de la manga un melodrama titulado Beyond the Valley of the Dolls (1970), protagonizado por tres chicas que forman un grupo femenino de música rock. 

La Motion Picture Association of America otorgó a la película la clasificación X por el alto contenido de escenas sexuales que, en su opinión, tenía, y la crítica especializada la puso verde por su crudeza y sus tintes racistas. Pese a todo, Beyond the Valley of the Dolls funcionó realmente bien en taquilla.

Meyer, que se enamoró de una de las actrices protagonistas de aquel filme, Edy Williams (y llegó a casarse con ella), parecía estar entonces en la cresta de la ola. Sin embargo, la penosa recepción de su siguiente filme, la anodina The Seven Minutes (1971), unida al hecho de que la nueva directiva de la Fox decidiera despedir a Zanuck y hacer limpieza en el estudio, propició el descalabro personal y profesional del cineasta, quien se vio fuera de Hollywood y volviendo a tener que autofinanciar sus proyectos.

Delimitando el erotismo de la pornografía

A partir de ahí, Meyer se replanteó seriamente su carrera. “Por un lado, sus últimos trabajos se habían ido alejando gradualmente de su propio estilo personal y, al mismo tiempo, durante los últimos años no hacía más que recibir homenajes y felicitaciones por su obra anterior. Vio claro que lo más inteligente sería regresar a sus inicios y volver a hacer lo que mejor sabía hacer. Es decir, disparatadas comedias bastante surrealistas donde, más que una buena historia bien hilvanada, lo que realmente importaba era la cantidad de chicas desnudas que aparecían”, relata Fonte en su exhaustivo recorrido por el universo meyeriano.

En ese contexto nació Más allá del valle de las ultravixens (1979), que Meyer escribió con su fiel amigo Roger Ebert y rodó durante el verano de 1977. La delirante cinta estaba protagonizada por una pobre chica (Kitten Natividad) que es incapaz de hacer el amor mirando a la cara de su pareja. Fue la última de las 23 películas que a lo largo de su carrera rodó Meyer, quien a sus 57 años se negó a traspasar la línea que separa el sexo blanco que él venía haciendo del porno duro que entonces quería el público.

“Me hubiera gustado poder seguir haciendo más películas”, explicó Meyer. “Pero no pude debido a la terrible censura que teníamos en Estados Unidos. Las clasificaciones de mis películas siempre eran no aptas para menores de 18 años. Primero eran películas X, pero la clasificación X connotaba que eran porno. No aptas para menores de 18 años no era una mala clasificación, pero impedía que la película se estrenara en un centro comercial. Lo que ocurrió es que ya no era factible seguir haciendo estas películas. No había forma de recuperar el dinero”.

Su colega Roger Ebert apostilló que Meyer “nunca hizo porno duro, y me dio dos razones para no hacerlo. La primera es que no le interesaba lo que ocurre de cintura para abajo, porque sus fetiches son los pechos. La segunda razón es que, si te dedicabas al porno duro, tenías que vértelas con las mafias (porque, en los días previos al vídeo, las películas porno se exhibían en cines porno que eran propiedad de los mafiosos). El resultado es que solo ha hecho películas que no pasan de moda. Las películas porno envejecen muy deprisa, pero las comedias y las parodias de Russ Meyer permanecerán siempre frescas".

Mostrar comentarios

Códigos Descuento