Tal día como hoy, pero hace cuarenta y cinco años, Danny le contó a sus amigos que había conocido a una chica que estaba loca por él; y Sandy a sus amigas que había conocido al chico más guapo que jamás hubiese visto. Cuarenta y cinco años.
Grease fue un éxito de taquilla desde su primer fin de semana. Atraídos por la risueña atmósfera que reina en todo su metraje, sus pegadizas canciones o por el prestigio que la obra de teatro homónima había cosechado en Broadway, los espectadores se arracimaron en los patios de butacas para contemplar aquel romance adolescente, que pugnaba con Tiburón 2 por conquistar los cines durante el verano del 78.
Los actores que lo protagonizaban no eran exactamente desconocidos: el dueño de la encantadora y lobuna sonrisa que cantaba bajo el nombre de Danny era John Travolta, al que el público había visto en Fiebre del sábado noche (1977) y en un pequeño papel en Carrie (1976).
Ella, la cándida Sandy, era Olivia Newton-John: a sus veintinueve años, había representado a Reino Unido en Eurovisión, había aupado su canción I Honestly Love You hasta lo más alto de las listas en Estados Unidos y había ganado el premio a mejor cantante country en 1973, algo que no sentó bien entre los intérpretes de este género. ¿Cómo podía considerarse “country” una cantante que había nacido en Inglaterra y había pasado la mayor parte de su vida en Australia?
En cualquier caso, Grease lanzó al estrellato a Travolta y Newton-John, pero las estrellas no brillan para siempre. Y eso Danny y Sandy lo sabían, porque ellos se conocieron una noche de verano.
John Travolta: The Greased Lightnin’
Hay actores con seguidores, con devotos, adeptos e incluso fanáticos. Travolta, en cambio, fundó una religión: su Tony Manero de Fiebre del sábado noche y su Danny Zuko de Grease moldearon un tipo masculino muy particular, entre lo fascinador y lo vulgar, lo hipnótico y lo irrisorio. Las discotecas de finales de los 70 y principios de los 80 no se entenderían sin Travolta. Pero los ochenta tampoco duraron para siempre.
Tras Grease, Travolta se erigió como una de las grandes promesas de Hollywood. Con una nominación al Óscar bajo el brazo, la elección de su siguiente proyecto era una tarea delicada: Podía acomodarse en éxitos de taquilla o bien optar por películas más arriesgadas en las que hiciese gala de todo su talento.
Se decantó por lo segundo y, bajo la dorada férula de Robert Evans, productor de las dos entregas de El padrino o Chinatown, protagonizó Cowboy de ciudad (1980), una película que resucitó el country como género popular, pero que no contribuyó, precisamente, a acompañar a Travolta en su camino hacia la cima.
Después, probó suerte con De Palma en Impacto (1981), una película que, con el paso de los años, se consideraría una de las cumbres del director de Atrapado por su pasado. Las críticas que recibió fueron buenas (incluso a la implacable crítica Pauline Kael le gustó) y se aplaudió el esfuerzo de Travolta al trabajar un registro muy diferente al habitual, pero la película se hundió en taquilla.
Travolta retrocedió, dejando atrás las películas con buenas críticas para centrarse en aquellas que vendían entradas, pero llegó tarde. Su momento había pasado, y ni una segunda parte de Fiebre del sábado noche dirigida por Stallone (Stayin Alive, 1983) ni una reunión con Olivia Newton-John en Tal para cual (1983) pudieron evitarlo. Los religiosos del Travoltismo había apostatado.
Las nominaciones a premios Óscar dieron paso a las nominaciones a premios Razzie. La crítica que se había rendido a Travolta pareció castigarlo por haber despreciado sus alabanzas, entregándose a un público que ya no existía.
Su declive tuvo un ligero receso con Mira quién habla (1989), en compañía de Kirstie Alley, pero una fallida secuela (que, aún así, triunfó en taquilla) y películas como Pura Raza (1991) o Boris y Natasha (1992) retomaron el descenso imparable hacia la antigloria. Y, entonces, llegó Tarantino.
El director de Reservoir Dogs ha dicho en más de una ocasión que Impacto (1981) es, junto con Río bravo (1959) y Taxi driver (1976), una de sus tres películas favoritas.
Por eso, cuando pudo contar con el actor que había dado vida a aquel técnico de sonido obsesionado con el grito de una desconocida, no se lo pensó dos veces: Que el actor en cuestión estuviese en horas bajas no fue un problema. Tarantino resucitó a Travolta en Pulp Fiction como, en Pulp Fiction, Travolta resucita a Uma Thurman: de golpe y cuando el mundo estaba ya más que preparado para asistir a su entierro.
En 1994, dieciséis años después de Grease, Travolta es nominado al Óscar por su papel en Pulp Fiction: el eufórico y esbelto pseudoadolescente que había bailado con Sandy se había transformado en un adulto de expresión cansada y barriga prominente. Pero, si sonaba la canción correcta, Travolta aún sabía bailar. Literal y figuradamente.
Pulp Fiction le reabre las puertas de Hollywood: De Terence Malick (La delgada línea roja) a John Woo (Cara a cara), pasando por Costa-Gavras (Mad city). En su retorno triunfal, Travolta consigue aunar el beneplácito de la crítica con el apoyo del público.
Esta segunda etapa de éxito le enseñó al actor dos cosas: que se puede volver de entre los muertos, y que se puede regresar después con ellos. Su participación en Campo de batalla: La Tierra (2000), considerada una de las peores películas de la historia, estranguló al fénix apenas había salido del cascarón, y Travolta tuvo que empezar de nuevo.
Los veintitrés años posteriores al batacazo de Campo de batalla: La Tierra no han sido fáciles para el actor. En 2009, perdió a su hijo y, en 2020, a su mujer, con la que llevaba casado desde 1991. En este contexto, es de esperar que ver cómo su carrera volvía a desmoronarse no le preocupase demasiado.
Aunque ha actuado para Oliver Stone o Ti West, la carrera de Travolta ha zozobrado entre producciones de serie B y películas, como Gotti (2018), que podrían haberlo sacado del atolladero pero lo hundieron más en él.
Recientemente, ha aparecido en Muere, Hart (2023), una comedia disponible en Amazon Prime Video. Dadas las circunstancias, es posible que el ya irreconocible Danny Zucko no piense en la gloria sino, simplemente, en volver a escucharse reír.
Olivia Newton-John: Tears in my pillow
Los días de vino y rosas de la actriz que encarnó a Sandy fueron aún más breves. Con una respetable carrera musical como carta de presentación y un apabullante éxito en la gran pantalla a modo de broche de oro, el futuro para Olivia Newton-John pudo haber sido de otra forma.
Después de Grease, apostó por repetir en el musical con Xanadú (1980), pero la crítica hundió los colmillos (y no sin razón) en el cuello de una película que también fracasó en taquilla. Su banda sonora, no obstante, se salvó de la quema: el resto, Newton-John en su faceta de actriz incluida, constituyó una de las principales inspiraciones para que los creadores de los Razzie comenzasen a otorgar los premios a peor película, peor actriz y peor etcétera del año.
Tal para cual (1983) tuvo un efecto aún peor en la trayectoria cinematográfica de Newton-John de lo que la tuvo en la de Travolta. Salvo breves papeles en películas de segunda y tercera categoría, Newton-John centró su carrera en la música: en 1981, había estrenado su álbum Physical, galardonado con un doble disco de platino al vender más de once millones de copias en todo el mundo.
En los noventa, justo cuando se disponía a sacar un tercer álbum, Newton-John es diagnosticada de un cáncer de mama. Esa misma semana, su padre fallece. La actriz y cantante inglesa se retira de los escenarios y, tras un tratamiento muy invasivo, consigue superar el tumor.
La enfermedad acentúa su activismo, que había demostrado desde que, en 1978 y coincidiendo con la llegada de Grease a las salas estadounidenses, cancelase una gira por Japón en protesta por los delfines que morían en las redes pesqueras del país nipón. Más tarde, grabaría un disco cuyos ingresos serían donados a la investigación del cáncer de mama e, incluso, fundaría un centro de tratamiento de esta enfermedad en Melbourne.
En 2012, el cáncer reaparece y Newton-John decide no hacerlo público. Su vida continúa: esas navidades, graba un disco de villancicos junto a Travolta, destinado a recaudar fondos contra la enfermedad que secretamente padece. No obstante, lo supera. Por segunda vez.
Cinco años después, Newton-John recae: el cáncer había hecho metástasis y se había extendido por su espalda e infiltrado en sus huesos. La cantante inglesa reconoce, en una entrevista, que lo único que amortigua este insoportable dolor es el aceite de cannabis.
En 2019, Travolta y Newton-John, que habían mantenido una estrecha amistad desde Grease, se reúnen para celebrar el cuarenta aniversario del musical. Ante un público eufórico, Travolta, bajo un simpático peluquín y enfundado en una chupa de cuero, se arranca con los primeros versos Sandy y Newton-John lo sigue. El cáncer que había corroído su cuerpo no había logrado abrirse paso hasta su voz, que permanecía juvenil y diáfana. Le quedaban, entonces, apenas tres años de vida.
En 2022, Newton-John muere en su casa al sur de California, estado en el que se había desarrollado Grease. “Mi queridísima Olivia, hiciste nuestras vidas mucho mejores. Te quiero mucho. Nos reencontraremos en el camino y volveremos a estar juntos de nuevo. Fui tuyo, y para siempre, desde el primer momento en el que te vi. Tu Danny, tu John”, escribió Travolta en sus redes sociales.
Ese fue el final de una historia de amor que duró cuarenta y cuatro años, pero que sigue viva cada vez que alguien tararea la melodía de Summer Nights, cuando Danny y Sandy eran jóvenes y el mundo se extendía ante ellos como un tierno e invencible verano.
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