'Gattaca': la pesadilla genéticamente perfecta que fue más allá del mundo feliz de Aldous Huxley

Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law protagonizaron una de las mayores sorpresas de ciencia ficción de los 90.
Gattaca
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Cinemanía
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La segunda mitad de la década de los 90 fue una época de bonanza para los fans de la ciencia ficción. Entre 1995 y 1999, la cartelera se llenaría de propuestas más cercanas a la ciencia ficción high brow que a las fantasías de la space opera de los 80. 

Desde los 12 monos de Terry Gilliam que revisitaba con acierto La jetée de Chris Marker, a la inmersión en las teorías de Carl Sagan en la adaptación de Contact por Robert Zemeckis, sin olvidar la reinterpretación satírica de Starship Troopers, la reaccionaria novela de Robert A. Heinlein, a manos de Paul Verhoeven. Hasta llegar al final de la década con dos largometrajes de tono y temáticas similares sobre la percepción de lo real: Dark City de Alex Proyas y Matrix de las hermanas Wachowski.

Pero entre todas ellas aparecería, en el año 1997, una modesta producción de ciencia ficción, escrita y dirigida por un autor desconocido, Andrew Niccol, que sorprendería un año después con su guion para El show de Truman, una de las películas más laureadas de Peter Weir. Una distopía premonitoria de la televisión y los medios como destructores de la privacidad, que se adelantaría en su concepción a la invasión de reality shows que aterrizarían el año 2000 con la primera edición de Gran Hermano.

Un año antes, Andrew Niccol ya había dado muestras de su carácter profético sobre el camino hacia el que se encaminaba la humanidad, desde un punto de vista genético, con Gattaca, una cinta de ciencia ficción entre lo utópico y lo distópico, protagonizada por dos estrellas de los 90: Ethan Hawke y Uma Thurman. Una obra que serviría también para presentar en sociedad a un joven actor inglés llamado Jude Law -que hasta el momento había enfocado su carrera en el teatro- todos ellos bajo el amparo del Danny DeVito, productor de la película a través de su compañía Jersey Films.

La película de Niccol se convertiría con el paso del tiempo y a partir de su distribución en formato doméstico, en una obra de culto, ya que en el momento de su estreno no pasaría  del quinto puesto de taquilla. Recaudó al final de su trayectoria comercial en su país 12,5 millones de dólares, habiendo costado 36 millones. Gracias al formato doméstico, Gattaca fue ganando público de manera lenta pero progresiva, convirtiéndose con el paso de los años en uno de los trabajos más queridos y recordados de esa ciencia ficción intelectual que floreció a finales de los 90.

De Aldous Huxley a Andrew Niccol

Posiblemente, Gattaca sea, junto a su guion para El show de Truman, el trabajo más memorable e interesante de Andrew Niccol. Posteriores proyectos del cineasta, siempre enclavados en la ciencia ficción, como In Time o S1mone, no consiguieron ni reverdecer sus expectativas comerciales, ni consolidar el prestigio de estos dos largometrajes con los que arrancara su trayectoria profesional. Muy posiblemente, porque la base en la que se sustenta Gattaca (y que en el momento de su estreno nunca fue mencionado) es su herencia de una de las novelas de ciencia ficción fundamentales del siglo XX: Un mundo feliz, de Aldous Huxley.

La novela, publicada en 1932, predecía una sociedad futura donde la genética sería el nuevo elemento, tras la raza y la clase social, que segmentaría a la sociedad. Punto de partida del guion de Niccol, donde la sociedad y los individuos habían abandonado la reproducción natural, a partir de una concepción genética predestinada que sería mejor cuanto más dinero en la cartera tuvieran los padres de la futura criatura.

Gattaca
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Esa escisión social dividiría a la sociedad en válidos y no-válidos. Estos últimos, incapaces de entrar en el nuevo paraíso terrenal, Gattaca, a menos que fuera para realizar los trabajos más ingratos para esa élite cuyos privilegios ya venían predestinados desde su nacimiento. 

Si Huxley desarrollaba un conflicto de clase en el choque entre los Alfa y los Épsilon -a partir de la figura de El salvaje-, la cinta de Niccol se centraría más en la historia de superación personal del personaje interpretado por Ethan Hawke.

Un individuo nacido de manera natural, pero que conseguirá infiltrarse en Gattaca mediante un acuerdo con un válido caído en desgracia por el peso de la perfección, interpretado por Jude Law. Así accede el protagonista a su sueño, viajar a Titán, una de las lunas de Saturno.

El contraste entre el imperfecto que se hace a si mismo (Ethan Hawke) en contraposición con los individuos superados por las expectativas de su perfección predeterminada (tanto el personaje de Jude Law, como el del hermano en la ficción de Hawke, interpretado por Loren Dean) da lugar a los momentos más interesantes de Gattaca. No se puede decir lo mismo de su trama de asesinato. 

Alan Arkin en 'Gattaca'
Alan Arkin en 'Gattaca'
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Aunque cierto es que esta última es el motor de la película -dando lugar a secuencias brillantes como la que acontece en el acto final entre Jude Law, Uma Thurman y Loren Dean- además de regalarnos una nueva interpretación del secundario robaescenas Alan Arkin bajo la piel del detective Hugo, su resolución cae más como jarro de agua fría, al demostrar que era un mero macguffin sin mayor trascendencia que poder desarrollar la trama y el universo creados por Niccol.

Entre la Bauhaus y el art decó

Un universo que sorprende y deslumbra por las decisiones de puesta en escena y de diseño de producción. Niccol demuestra un dominio de la forma a partir de una dirección donde el plano estático, la simetría congelada y la amplia profundidad de campo no solo sirven para entregar un trabajo fastuoso desde el punto de vista estético y formal, sino que también le sirve para representar visualmente la frialdad y deshumanización de una civilización que ha perdido, en su búsqueda del Übermensch, aquello que les hacía humanos. 

Un mundo bello pero muerto en vida, de amplios y subyugantes bloques arquitectónicos que empequeñecen, irónicamente, a una humanidad supuestamente perfecta. Esos parajes bellos pero desolados son fruto tanto del equipo de diseño de producción conformado por Jan Roelfs, Sarah Knowles y Natalie Richards, como del trabajo del director de fotografía Slawomir Idziak, cuya paleta cromática elegida, equilibrando los tonos verdes, azules y dorados, fue realzada por el uso de una película de Super 35 mm.

El equipo de producción complementó esta golosina visual, a partir de un estilo retrofuturista que acogió en su seno las verticalidades y funcionalidades de un movimiento tan práctico como la Bauhaus, junto a la arquitectura de Frank Lloyd Wright, haciendo uso del Marin County Civic Center como escenario fundamental. Aderezándolo con unos escenarios de ocio nocturno, cercanos al art decó, que servirían de contraste de los excesos del placer secreto de la sociedad de Gattaca, en contraposición con la rigidez de su entorno diurno y laboral.

Gattaca
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El resultado final, al que hay que añadir la melancólica y memorable partitura de un Michael Nyman salido recientemente del boom de El piano de Jane Campion, es el de una obra que fue capaz de ir más allá del concepto de Huxley. Una película fuera de toda corriente o tendencia del género en el momento de su estreno.

Una distopía bajo las formas de una utopía perfecta, un reparto en estado de gracia y un equilibrio entre forma y fondo que, lamentablemente, no fue nunca ni superado ni igualado por un Andrew Niccol que se extinguió lenta pero inexorablemente en el panorama cinematográfico de las siguientes décadas.

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