El largo camino de 'El señor de los anillos' hacia la pantalla

Intentonas delirantes, adaptaciones fallidas... la historia audiovisual de la Tierra Media es toda una saga épica. 
Galadriel en tres versiones de 'El señor de los anillos' (1978, 2001 y 2022).
Galadriel en tres versiones de 'El señor de los anillos' (1978, 2001 y 2022).
Cinemanía
Galadriel en tres versiones de 'El señor de los anillos' (1978, 2001 y 2022).

¿Le gustaba el cine a J. R. R. Tolkien? No lo sabemos, o al menos nos faltan elementos para afirmarlo o desmentirlo. Pero de una cosa sí podemos estar seguros: el creador de la Tierra Media detestaba a Walt Disney desde 1938, cuando fue a ver Blancanieves y los siete enanitos acompañado por su colega C. S. Lewis, el autor de Las crónicas de Narnia. 

Al año siguiente, de hecho, el escritor se permitió mandar a ‘tío Walt’ a hacer puñetas cuando descubrió que sus editores negociaban a sus espaldas una posible adaptación animada de El hobbit con el padre de Mickey Mouse. Y en 1965, ocho años antes de morir, seguía echando pestes de un sujeto al que consideraba talentoso, pero “irremisiblemente corrupto”.

Otro intento de adaptar sus libros estando él con vida, impulsado por el agente literario Forrest J. Ackerman en 1956, dejó abundante prueba epistolar de que al lingüista de Oxford le gustaba más el micromanagement que a un hobbit su segundo desayuno. Morton Zimmerman, un guionista sin experiencia, irritó a Tolkien con sus cambios sobre el original y se llevó una buena ración de collejas verbales: “Es apresurado, insensible e incompetente. Además, no lee libros”, estallaba el profesor en una de sus cartas.  

En 1968, poco antes de vender sus derechos cinematográficos a United Artists por poco más de 100.000 dólares, Tolkien agarró otro tabardillo al enterarse de que el productor Dennis O’Dell quería llevar sus novelas al cine… con los Beatles como protagonistas.

Sujeto a mil y una leyendas (John Lennon se habría reservado el papel de Gollum y Paul McCartney el de Frodo) este proyecto que habría cortejado a cineastas como Stanley Kubrick, un David Lean en la cola del paro tras el fracaso de La hija de Ryan y (agüita) Michelangelo Antonioni fue vetado por el autor, cosa que no nos extraña: otra de sus cartas, de 1964, contiene encendidos denuestos contra el “grupo beatle” (sic) que ensayaba por entonces cerca de su casa de Oxford.

J. R. R. Tolkien, autor de 'El señor de los anillos'.
J. R. R. Tolkien, autor de 'El señor de los anillos'.
Cinemanía

En cuanto al guion escrito por Peter Shaffer (Amadeus) en aquellos años no se sabe apenas nada, salvo el hecho de que ha quedado inédito. 

Así las cosas, la muerte de Tolkien en 1973 le libró de poner sus ojos sobre la posible versión de El señor de los anillos más irreverente, brillante y demencial jamás proyectada: aquella que John Boorman y el guionista Rospo Pallenberg, ambos drogados hasta las cejas, llevaban tramando desde tres años antes. Si el escritor hubiera llegado a leer aquello, su cabreo habría espantado a un balrog.

Que Frodo y Galadriel... ¿qué?

¿Qué tiene el proyecto de Boorman y Pallenberg para indignar, todavía hoy, a los tolkienianos de pro? Por dónde empezar... Empeñados en presentar una lectura místico-iniciática de la Tierra Media, y obligados a comprimir el relato en un solo largometraje, director y guionista incluyeron elementos ahora inimaginables (una escena de sexo entre Frodo y Galadriel, para empezar) junto a otros de intrigante delirio, como esa mascarada “entre el teatro kabuki, la ópera rock y el circo” que habría de resumir la historia de Sauron y el Anillo Único.

Es indudable que semejante cebollón habría acabado en desastre, y basta con recordar la estampa de ese Sean Connery postapocalíptico y con tanga en Zardoz (Boorman, 1974) para constatarlo. Sin embargo, el espíritu contracultural de la intentona reviste una peculiar nobleza, y el hecho de que sus cenizas fuesen la materia prima de una película tan hermosa como Excalibur (1981) deja claro que en ella había algo más que pupilas dilatadas.

A lo largo de los 70, la popularidad de Tolkien y su obra no hizo más que crecer, lo cual explica la aparición de otros dos proyectos, ambos de animación, que sí lograron estrenarse. El primero es la adaptación animada de El hobbit lanzada en 1977 por Rankin-Bass, estudio famoso por sus especiales televisivos realizados en colaboración con el taller japonés Topcraft, donde curraban por entonces unos tales Hayao Miyazaki, Toshio Suzuki e Isao Takahata. 

Con John Huston prestándole su voz a Gandalf en VO, esta versión de las aventuras de Bilbo delata en algunas escenas la mano de los fundadores de Studio Ghibli, y vierte en imágenes con mucho respeto una novela más lóbrega de lo que se suele recordar. En cuanto a la segunda de estas películas, que sí llegó a la gran pantalla, fue la versión de El señor de los anillos estrenada en 1978. 

Producida por el poco escrupuloso Saul Zaentz (Alguien voló sobre el nido del cuco) y dirigida por Ralph Bakshi, pionero de la animación para adultos, a este filme no le faltan defensores hoy en día. Lo cual resulta comprensible, porque se le nota mucho el amor por el original y su uso de la rotoscopia en algunas escenas resulta muy adecuado para plasmar el lado fantasmagórico de la historia.

Sin embargo, sus defectos también saltan a la vista: el libreto (firmado a medias por Peter S. Beagle, el autor de El último unicornio) avanza a trompicones y a sus imágenes se les nota la falta de medios, algo que llevó al director a pelear encarnizadamente contra los ejecutivos de rigor. Asimismo, diseños como el de ese Boromir tocado con un casco cornudo, o esa Galadriel que parece liderar una banda tributo a Fleetwood Mac, caen muchas veces en los clichés de la fantasía más ramplona.

Sauron o Weinstein: ¿hay diferencia? 

A la película de Ralph Bakshi no le fue mal en taquilla, pero recibió críticas desdeñosas y acometidas de unos fans que la veían como fallida e incompleta (su metraje adapta el primer volumen de la trilogía y parte del segundo), con lo cual el director se quedó con las ganas de rematar la obra. De hecho, aunque Peter Jackson haya declarado su admiración por el filme, este ha pasado décadas siendo una suerte de pequeña vergüenza para el fandom tolkieniano.

Una vez truncado el esfuerzo de Baskhi, lo más parecido a una visión de la caída de Mordor que pudo verse en una pantalla fue la adaptación de El retorno del rey, también animada y con el sello Rankin-Bass, que llegó a las televisiones en 1980 después de una disputa legal que enredó al estudio con Saul Zaentz y los herederos de Tolkien. 

Con un grafismo similar al usado para narrar las aventuras de Bilbo, el telefilme resultó una decepción de las gordas: pese a contener momentos notables, la película arrastra  un metraje escaso (98 minutos que dan para cubrir el asedio a Minas Tirith y poco más) y canciones de esas cuyas letras riman “king” con “ring”. Sus responsables fueron los primeros en admitir que no les había salido demasiado bien, y cayó rápidamente en el olvido.

Con estos precedentes, no es raro que adaptar El señor de los anillos al cine fuese visto durante décadas como un empeño imposible. Incluso cuando Peter Jackson (conocido hasta entonces por sus películas de terror y por la muy arty Criaturas celestiales) trató de poner un nuevo proyecto en marcha, se topó con mil pegas en el proceso. 

Por ejemplo, Harvey ‘Manostijeras’ Weinstein quiso quitarle la trilogía de las manos al neozelandés, convirtiéndola en un único filme a cargo de John Madden, el director cuya pavisosa Shakespeare in Love había cubierto de Oscar a Miramax en 1999. Por suerte, Jackson halló abrigo en New Line Cinema, productora que incluso le animó a rodar tres filmes en lugar de dos, como era su intención original.

Para grave disgusto de Christopher Tolkien, hijo y albacea literario del escritor, que las acusaba de destruir el legado de su padre, las tres películas de Jackson recaudaron millones e hicieron correr ríos de tinta, con lo que sus detalles son bien conocidos: desde la sustitución a última hora de Stuart Townsend por Viggo Mortensen como Aragorn hasta los once Oscar que llovieron sobre El retorno del rey en 2004.

De hecho, el efecto de la trilogía en la industria de Hollywood abrió la puerta a la era de franquicias que vivimos (y sufrimos) ahora, algo que comprobó el propio cineasta cuando Paramount le obligó a convertir El hobbit en tres filmes (2012-2014) bastante mediocres, a los que se les notaban los esfuerzos para hipertrofiar el original.

Ahora, la serie de Amazon recuerda que la Tierra Media ha pasado de ser una excentricidad literaria a una mina de oro para los productores. Y, en el proceso, nos recuerda también un tema básico en la obra de Tolkien: el poder, sea cual sea su disfraz, siempre corrompe.

¿Quieres estar a la última de todas las novedades de cine y series? Apúntate a nuestra newsletter.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento