Cannes 2022 | Cronenberg cambia la nueva carne por el nuevo sexo con Kristen Stewart en 'Crimes of the Future'

El regreso del cineasta canadiense a Cannes llega cargado de mutaciones, nuevos órganos y tumores placenteros.
Kristen Stewart en 'Crimes of the Future'
Kristen Stewart en 'Crimes of the Future'
Cinemanía
Kristen Stewart en 'Crimes of the Future'

Del cuerpo sin órganos de Deleuze al cuerpo atiborrado de nuevos órganos mutantes de Cronenberg. Del cuerpo de Artaud que no necesita órganos al cuerpo del director de Videodrome con la necesidad de generar nuevos órganos en su interior, mutaciones tumorales sin función concreta pero en las que reside la posibilidad de la creación artística. 

Así es el mundo de Crimes of the Future, donde el dolor se ha extinguido y ha quedado relegado al sueño de algunas pocas personas creativas. El resto de la población se dedica a practicarse aberrantes operaciones quirúrgicas y asiste a espectáculos como las performances de Saul Tenser y Caprice, una pareja de artistas interpretados por Viggo Mortensen (caracterizado como alter ego total de Cronenberg) y Léa Seydoux. 

Él genera de manera inconsciente nuevos órganos en el interior de su cuerpo y ella se los extirpa en directo con una máquina diseñada para practicar autopsias. Todo lo dicho hasta ahora ni siquiera es lo más extraño en esta nueva película de David Cronenberg, regreso del cineasta canadiense al cine ocho años después de Maps to the Stars (2014) y a la ciencia-ficción desde eXistenZ (1999). 

Crimes of the Future –que comparte título con el segundo largo de su carrera, realizado en 1970, pero nada más de su opaca trama de corporaciones cosméticas y asfixia ballardiana– no deja ninguna duda de su pertenencia a la etapa más purulenta de Cronenberg. Pero aunque el guion esté rescatado desde entonces, quien lo ha puesto en imágenes es el director actual, realizando un ejercicio de arrastre de diversas etapas de su filmografía –body horror, thriller corporativo, diatribas filosóficas– hasta lo que se siente como una culminación de estilo completa.

Eso es lo que ha alcanzado Cronenberg a los 79 años. Una película capaz de medirse sin desentonar con obras esculpidas en la piedra del mejor cine como Videodrome (1983), La mosca (1986), Inseparables (1988), Crash (1996) y Cosmópolis (2012). Una trama neonoir que se desarrolla con la sutileza de un remolque descargando bloques de hormigón pero no deja de fascinarte en ningún momento, agarrándote con la banda sonora de Howard Shore y cortándote con sus balas teóricas de las que no puedes escapar.

Cronenberg ha cambiado el grito de guerra de la nueva carne de Videodrome por el del nuevo sexo que posibilita la práctica de incisiones quirúrgicas y evisceraciones recreativas en pareja, como le dice Kristen Stewart a Mortensen en una de las escenas más cargadas de erotismo (sin una pizca de piel desnuda) que yo recuerde en la filmografía de la actriz. Stewart, por cierto, con un papel muy breve ejerce de robaescenas consolidada a base de susurros e inflexiones de voz aturullantes.

Son esa clase de pequeños detalles, como el renqueante lenguaje corporal de un Mortensen jamás tan vulnerable o el diseño de máquinas a medio camino entre lo orgánico y lo artificial, los que van edificando una obra capital –e inesperadamente tierna en el registro sentimental; ese entendimiento con el personaje de Seydoux, ese cariño teñido de admiración artística y deseo sexual– donde confluyen todas las obsesiones de un autor total que, como no podía ser de otro modo, finaliza de forma abrupta, dejando con la lágrima en la mejilla.

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