20 años de 'Moulin Rouge': amor con sabor a absenta, música pop y un espectáculo que debe continuar

Hace 20 años que Baz Luhrmann resucitó el musical con una película tan amada como odiada.
Nicole Kidman y Ewan Mcgregor en 'Moulin Rouge'
Nicole Kidman y Ewan Mcgregor en 'Moulin Rouge'
Nicole Kidman y Ewan Mcgregor en 'Moulin Rouge'

Hace 20 años, la Gran Vía no era el Broadway madrileño. Los musicales, en especial los cinematográficos, estaban de capa caída. Sebastian y Mia todavía no soñaban con bailar en La ciudad de las estrellas. Hollywood llevaba una década sin nominar una película del género al Oscar de mejor película (y había sido La bella y la bestia, en 1991) y más de dos a una que no fuera de animación (All That Jazz, 1979).

Tal vez por haber nacido en un lugar tan remoto como Australia había un hombre empecinado en cambiar la tendencia. Se llamaba Baz Luhrmann y, ya por entonces, era uno de los tipos más detestados por el purismo cinematográfico y literario. 

Había debutado en 1992 con lo que se consideró una extravagancia llamada El amor está en el aire; pero había enfurecido a la crítica con su segunda entrega de su trilogía autobautizada como “Telón rojo”. Romeo + Julieta de William Shakespeare no solo reventaba el musical, también lo hacía con la obra del dramaturgo: música contemporánea, anacronismos continuos mezclados con neones de discoteca, y una edición enloquecida por parte de Jill Billcock. “La película de la generación MTV”, dijeron con una mueca de desprecio.

Si alguna vez el manoseado concepto ‘ecléctico’ recupera su significado, habría que poner el retrato de Luhrmann para ilustrarlo. Con todo, era solo el aperitivo. Espoleado por las críticas (y el buen comportamiento en taquilla), Luhrmann decidió redoblar la apuesta retomando una idea que había tenido al inicio de su carrera. Y aquí es donde empieza la historia de cómo el telón rojo se alzó por una tercera y última vez.

El mito de Orfeo

Luhrmann ya había realizado una adaptación para la ópera de un clásico de Shakespeare, El sueño de una noche de verano, ambientada en la India. En busca de inspiración, se fue al país de los saris y el curry. En un descanso, descubrió Bollywood. O lo que es lo mismo, redescubrió el cine. La experiencia.

Eso que tanto hemos echado de menos durante este último año. El compartir una sala oscura, rodeados de desconocidos, con los que reímos y lloramos. Daba igual que la película estuviera en hindi. Sus tres horas y media eran perfectamente comprensibles. Su próxima película sería eso: una historia simplísima que hiciera reír, llorar… y bailar.

Su indisimulado amor por el kitsch le dio la siguiente pista. Asistió al espectáculo de revista de LaToya Jackson, la hermana de Michael, en el Moulin Rouge. Lo que en cualquier otro habría supuesto una reflexión sobre la decadencia más absoluta de un género (y de una familia), en Luhrmann supuso una explosión de creatividad. “Me di cuenta de que el París de principios del siglo XX era el inicio de la cultura popular tal y como la conocemos hoy –declaraba a Serena Donadoni en 2001–. Débussy, Ravel y Satie eran la música pop; Toulouse-Lautrec, Andy Warhol y su Factory. Venimos de ese extraordinario momento y lugar. Así que deseaba captar su espíritu”. 

'Moulin Rouge'
'Moulin Rouge'
Cinemanía

El proceso creativo era sencillo: se partía del mito de Orfeo (el descenso de un amante a los infiernos para rescatar a su amada) y se envolvía con toda suerte de referentes extravagantes. En una línea: Christian intentando rescatar a Satine de las garras de un destino cruel rodeada de personajes histriónicos y un recopilatorio de lo mejor de la música pop. 

“No se trataba de decir. Vale, un musical de 1890, el Moulin Rouge, el mito de Orfeo. Cuando empecé a escribir con Craig [Pearce, coguionista], por ejemplo, nos empapamos de toda la historia de la bohemia. En un momento dado, la película iba a ambientarse en el Studio 54 de los años 70, donde un joven parecido a Bob Dylan se introduce en la mafia, se encuentra con Andy Warhol y la Factory y se enamora de una roller girl…”. 

Y desde luego, aunque cambiara de siglo y de ciudad, Moulin Rouge conseguía convertir los cines en una discoteca. ¿Quién podía tener los pies quietos cuando al entrar al local sonaban, sin tiempo a recuperar el resuello, con una Jill Billcock desatada, Lady Marmalade, Smells Like Teen Spirit, Diamonds Are a Girl’s Best Friend y Material Girl?

Polvo de estrellas

El joven poeta enamorado iba a ser, en un principio, su amigo Leonardo DiCaprio, pero entre las muchas virtudes que Dios le ha dado no estaba la del canto. Ewan McGregor entonaba mucho mejor. Para la chica pensó en Courtney Love, la viuda de Kurt, pero al final prefirió a Nicole Kidman, por entonces metida en una seria crisis matrimonial con Tom Cruise. La oferta de Luhrmann a Kidman era irresistible. 

Satine es una corista que sueña con ser una actriz respetada y que, además, según afirma Luhrmann en las notas de producción del filme, tenía una genealogía de lo más ilustre: “En Moulin Rouge hemos utilizado como referencias los peinados y las siluetas de las grandes divas de los años 40 y 50. Marlene Dietrich con un toque de Cabaret (1972) y un guiño a la Rita Hayworth de Gilda (1946)”.

Además, como quiera que el padre de Luhrmann había muerto días antes de iniciar el rodaje, a Nicole y Baz los unía, además del pasaporte, cierta pena oculta bajo esa abrumadora capa de lentejuelas. Porque para Luhrmann, como declaró a The Guardian, el mito de Orfeo era una cosa muy seria: “Es la transformación del idealismo juvenil a ese momento en el que sabes que hay cosas mucho más importantes que tú –gente que muere, relaciones sentimentales que no pueden ser– y esa sensación resulta devastadora. Son las cicatrices de esa experiencia y esa pérdida las que te permiten crecer interior y espiritualmente hasta convertirte en un adulto”.

Nicole Kidman en 'Moulin Rouge'
Nicole Kidman en 'Moulin Rouge'
Cinemanía

Kidman, McGregor y Luhrmann trabajaron prácticamente gratis, a cambio de porcentaje, lo que permitió que el presupuesto fuera –oficialmente– de 50 millones de dólares. Por más que se recortara recreando el club y levantando el famoso escenario del elefante en Australia, es evidente que el dinero invertido fue mucho más.

Catherine Martin, directora de producción, diseñadora de vestuario y mujer de Luhrmann, no escatimó en detalles en los 400 vestidos fabricados para la ocasión. Todo era lujo y suntuosidad. Incluso el collar de diamantes de Satine era real, con un valor estimado de 3 millones de dólares. Los fines de semana, en sus días libres, el equipo seguía metido en su papel emborrachándose con absenta, según contó Nicole Kidman a Variety en 2017. 

Los exigentes números de baile (no queremos pensar que el licor) hicieron que Kidman se rompiera dos costillas y se torciera un tobillo, así que tuvo que rodar varias escenas en silla de ruedas. Aun así, tuvieron que acabar el filme en Madrid, en los descansos de Los otros de Alejandro Amenábar, con la que ya estaba comprometida (y que además producía). No fue la única participación española. Plácido Domingo dio el do de pecho en la estrofa final de Your Song, llegando donde Ewan no podía.

Abajo el telón (rojo)

La película debía estrenarse en las navidades de 2000, pero algo vio Fox en ella que les llevó a darles más tiempo. Seis meses más y un estreno mundial en el Festival de Cannes, para disgusto del talibanismo cinematográfico. A fin de cuentas, aunque rodada en Sídney y Madrid, y cantada en inglés, era un homenaje a la cultura francesa por parte de Hollywood, algo que enloquece a los franceses más que Satine a Harold Zidler (Jim Broadbent).

Luhrmann tenía miedo de que Moulin Rouge se enfrentase en la taquilla a Pearl Harbor. La arrasó y convirtió a la patriotera testosterona uniformada de Michael Bay en uno de los grandes fiascos de inicios de siglo. Ganó 179 millones de dólares solo en taquilla, a lo que había que sumarle los cinco millones de cedés vendidos de su banda sonora, y fue nominada a ocho premios Oscar, de los que obtuvo los dos en los que participaba la señora de Luhrmann, Catherine Martin (vestuario y producción), mientras que el bueno de Baz ni siquiera fue nominado a dirección. 

Su victoria, sin embargo, fue moral. Cuando bajó el Telón rojo por tercera vez, en los cines, en los teatros, en las televisiones (¿qué otra cosa si no era una serie como Glee?) su revisionismo del musical se extendió como la pólvora. El espectáculo no solo debía, sino que iba a continuar.

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