Crítica de 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes': una precuela que mantiene las virtudes del original

El regreso de Francis Lawrence a Panem nos sumerge aún más a fondo en la distopía a través de la juventud del presidente Snow: la juventud de un líder al que todos nos encanta odiar.
Tom Blyth y Rachel Zegler en 'Los Juegos del Hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes'
Tom Blyth y Rachel Zegler en 'Los Juegos del Hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes'
Cinemanía
Tom Blyth y Rachel Zegler en 'Los Juegos del Hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes'

Ocho años después de Los juegos del hambre: Sinsajo - Parte II, volvemos a Panem de la mano de Francis Lawrence, el veterano director de casi todas las entregas de la franquicia. Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes es el título de esta precuela sobre la juventud del presidente Snow, un personaje interpretado por Donald Sutherland en los filmes originales al que aquí encontramos con el rostro de Tom Blyth (Benediction, La edad dorada). 

Junto a Blyth, que encara su primer blockbuster, tenemos a Rachel Zegler (West Side Story) como Lucy Gray Baird, una tributo del Distrito 12 que pasará a la mitología de los juegos. Viola Davis es la científico Volumnia Gaul, arquitecta de la distopía postapocalíptica, mientras que Peter Dinklage interpreta a Casca Highbottom, un académico con secretos oscuros en su pasado. Hunter Schaffer (Euphoria) y la británica Fionnula Flanagan también están en el reparto. 

Crítica de 'Los juegos del hambre: Balada de pájaros cantores y serpientes'

Valoración:

Parece que han pasado siglos, pero quienes vivimos aquello recordamos bien cuando las entregas de Los juegos del hambre llegaban como tragos de agua en el desierto del young adult. Y lo hacían, precisamente, debido a su falta de soluciones fáciles: mejor la distopía de Suzanne Collins, con aquella Jennifer Lawrence como Diana cazadora del proletariado, que las dosis de moralina mormona sin mordiscos antes del matrimonio o las aventuras mágicas que, durante su último tramo, optaban por tomarse demasiado en serio a sí mismas. 

Así pues, ahora que el director Francis Lawrence regresa a Panem, es inevitable mirar a esta precuela con buenos ojos. Máxime si, además de a los filmes originales, nos recuerda a su estupenda y malograda serie Reyes con su vistazo a las entrañas (tan putrefactas como cabría esperar) del Capitolio mediante un tema, además, inesperadamente actual: cómo un sistema descubre que la clave de su supervivencia reside en convertir el crimen en espectáculo. 

Por lo demás, las cosas no han cambiado mucho: el trabajo de cámara sigue siendo funcional y pintón, los aspectos fantásticos todavía nos intrigan, la puesta en escena mantiene ese no sé qué que no apabulla, pero sí interesa (ahora con más grises que antes: esta es una historia de posguerra) y cuando vemos a Tom Blyth con sus guedejas de oro sabemos que su destino es convertirse en ese Donald Sutherland al que tanto adorábamos odiar. 

Es mediante sus vínculos con el personaje de Rachel Zegler (una suerte de Woody Guthrie postapocalíptica, interpretada con la dosis justa de furia) y con una Viola Davis acongojante que entendemos de qué va todo esto: para su metamorfosis de mera tiranía (una de tantas) a templo del horror institucionalizado, estos EE UU del futuro necesitaban conectar con su propia humanidad, comprenderla e incluso amarla antes de asestarle una puñalada directa a los bajos instintos.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento