Crítica de 'Orión y la oscuridad': el salto de Charlie Kaufman al cine infantil brilla con luz propia

El nuevo estreno de DreamWorks en Netflix, dirigido por el debutante Sean Charmatz, es un maravilloso cuento sobre cuentos.
'Orion y la oscuridad'
'Orion y la oscuridad'
DreamWorks Animation
'Orion y la oscuridad'

El estudio DreamWorks lleva décadas adaptando al medio animado toda clase de cuentos infantiles, desde Shrek hasta Los tipos malos. Su adaptación más reciente, de estreno directo a Netflix, se inspira en el cuento homónimo de Emma Yarlett, y se centra en un chico (Jacob Tremblay) que intenta superar sus miedos entablando amistad con el mayor de ellos: la Oscuridad en sí misma (Paul Walter Hauser).

Sean Charmatz (artista en Trolls y Bob Esponja: La película) debuta en la dirección con este largometraje, que cuenta con un guion firmado en solitario por el legendario Charlie Kaufman (¡Olvídate de mí!, Cómo ser John Malkovich).

Valoración:

El miedo es una constante en la carrera de Charlie Kaufman. Sea ese miedo a la soledad que acecha a los protagonistas de Anomalisa o el terror existencial ante su propia mortalidad (y el olvido que ella implica) que persigue al Caden Cotard de la ambiciosísima Synecdoche, New York, los personajes de Kaufman se ven constantemente acechados por la inseguridad y la incertidumbre.

El afamado guionista no oculta esta obsesión: ya en su tercer guion para largometraje, Adaptation. El ladrón de orquídeas, se situaba a sí mismo (y a su inexistente hermano gemelo) en el rol de su habitual protagonista neurótico. Esta autoconsciencia es, a la vez, la que le permite buscar nuevos retos y la que le mantiene tan a menudo dentro de su propia cabeza. ¿Logra sacarle Orión y la oscuridad, su primera película infantil, de ella? La respuesta es complicada. Pero, como uno de sus propios personajes indica, todas las buenas historias lo son.

Y es que el guion de Orión y la oscuridad es muchas cosas. Para empezar, es un Kaufman más comedido, uno que al principio parece tan solo querer firmar su propia versión de esas humanizaciones de conceptos abstractos que tanto ha popularizado el estudio Pixar en las últimas décadas. Porque la película, por muchos guiños a Werner Herzog y a La broma infinita que incorpore en sus (hilarantes) gags, no quiere alienar en exceso a su público objetivo; y eso se nota en especial en los momentos emotivos, que se ciñen a una estructura y a unos códigos más tradicionales y preestablecidos.

Pero Kaufman nunca es condescendiente con la audiencia infantil, y cuanto más se divierte tratando de desafiarla, más fascinante resulta la película. Sus ansias de jugar con el material brillan tanto en su tono (esas jornadas laborales de Sueño y de Insomnio, a medio camino entre los Looney Tunes clásicos y un revival del Kaufman que escribía para Búscate la vida) como en su narración enmarcada; una decisión inteligentísima que termina brindándole a la película una resolución (y un plano final) para enmarcar.

Porque esta, ante todo, es una adaptación de un cuento interesada en hablar de qué cuentos contamos y de por qué lo hacemos. Kaufman quiere usar la moraleja de su película infantil para cuestionar las moralejas de las películas infantiles, y permitir que el arco de su protagonista contenga más matices que simplemente superar sus miedos. La propia película lo dice en voz alta: los relatos que perduran, los que aportan algo de verdad, son los sinceros. Y Kaufman lleva demasiado tiempo fascinado por el miedo de sus protagonistas como para traicionarles.

Orión y la oscuridad, como película infantil, ya sería una pequeña joya divertidísima, ensalzada por la imaginativa dirección de Sean Charmatz y el fabuloso trabajo de su equipo de guion gráfico (que, para sorpresa de nadie, involucró a responsables de Hora de aventuras). Pero son esos matices los que la vuelven especial y los que, por el camino, cogen los recursos más habituales del cine infantil moderno y logran sacarlos de la oscuridad.

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