OPINIÓN

Todo queda

'Familoa', de Fernando León de Aranoa
'Familia', de Fernando León de Aranoa
Cinemanía
'Familoa', de Fernando León de Aranoa

Ya se ha comentado en esta columna (sin ir más lejos, el mes pasado) que solo existe una ocasión para disfrutar una obra de arte por primera vez en la vida, y que luego todo son variaciones con repetición, pero hay casos en que esa primera degustación difiere notablemente de la segunda porque ambas se complementan. 

Me explico: tomemos la magistral Familia (1996) de Fernando León de Aranoa. La primera vez que ves su primer cuarto de hora te atrapa la sorpresa, pero también te confunde el enigma porque cada frase cuenta, las muecas de los personajes tienen relevancia e importancia para entender cuál será el juego planteado. Vas descubriendo la trama en cada línea de diálogo, pero durante unos minutos cruciales avanzas en la jungla sin saber hacia dónde. Esa confusión es puro oro hasta que se ajusta la premisa; ahí empieza otra película que también posee un engranaje preciso y fascinante.

Pero sucede que ves Familia por segunda vez y la experiencia de estar al tanto del chasis de la historia convierte esa nueva visita en otra experiencia de descubrimiento y asombro: como conoces el destino, te recreas en el paisaje, ya desde los mismos títulos de crédito, en la furgoneta azul que inicia el primer plano, en el “¡último aviso!” que lanza la abuela antes de que arranque todo, en esa enormidad de gestos severos y miradas furtivas entre Juan Luis Galiardo, Amparo Muñoz y todo el reparto. Qué enredo, cuánta miga, qué maravilla de comedia tensionada, o tensión cómica, qué sé yo.

La nostalgia consiste en querer revivir el pasado con todo lo que sabemos ahora, y eso es trampa. Estamos hechos de pasado y es lo acumulado, precisamente, lo que convierte el presente en una aventura incontestable. Ojalá tropezar con la misma piedra fuera siempre como la segunda vez que ves Familia.

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