OPINIÓN

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Supongamos que Nueva York es una ciudad
Supongamos que Nueva York es una ciudad
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Supongamos que Nueva York es una ciudad

Creo que Nueva York es la ciudad más idealizada de la Tierra gracias al cine; la melacónlica nostalgia de Woody Allen, el skyline de King Kong, la sofisticación de Desayuno con diamantes, el orgullo currante de Armas de mujer, la siniestra distopía de 1997: Rescate en Nueva York o las amables cortinillas de Seinfeld y Friends. 

La ‘Gran Manzana’ ya es sinónimo de la ciudad, esa que nunca duerme, hot dogs en la calle, alcantarillas humeantes y taxis amarillos. Yo mismo estuve allí un par de días en los 80 en visita de turista canon: subir al Empire State y entrar en una tienda de Fiorucci.

Pero en estos años algo intangible me hacía desconfiar de las asumidas bonanzas de Nueva York. Otras imágenes reales se colaban por las grietas de los tópicos idílicos. La rata que arrastra un trozo de pizza pasó a formar parte de la postal neoyorquina. Me parecía estar más cerca del Jack Lemmon de Los encantos de la gran ciudad que del Winston Zeddemore de Cazafantasmas.

Ahora, dos magníficas series me explican por qué me gusta tanto Nueva York, pero de lejos. How to with John Wilson es un elaborado, crudo, poético y sucio mosaico de imágenes encontradas de la ciudad, después recompuestas a través del off y la edición para tratar asuntos tan diversos como construir bajo andamios o plastificar muebles. 

Por otra parte, en Supongamos que Nueva York es una ciudad, de Martin Scorsese, la escritora Fran Lebowitz desgrana su asfixiante dependencia de Nueva York a través de unos deslumbrantes circunloquios, repletos de ingenio, lucidez y amargura esnob (“No puedo entender que el boxeo sea legal. Las peleas de gallos son ilegales, ¡y comemos pollos!”). 

De ambos documentales deduzco que la ciudad es sucia, agresiva, frenética, poco amable y lesiva, no tiene piedad con los suyos, pero, de alguna manera, los atrapa. Wilson y Lebowitz corroboran el rechazo que me produciría la idea de vivir en Nueva York. Yo la amo, pero ella me odia. O al revés.

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