Fran Lebowitz, la mujer que hace reír a Scorsese

Por qué es tan buena noticia que todos estemos hablando de ‘Supongamos que Nueva York es una ciudad’
Supongamos que Nueva York es una ciudad
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Netflix
Supongamos que Nueva York es una ciudad

Hace un par de semanas ninguno sabíamos quién era Fran Lebowitz. Por lo menos en España y, a excepción de ese listillo que la llama Fran en redes como si la conociese de toda la vida (lo que te debería hacer desconfiar inmediatamente de él), el común de los mortales no habíamos oído hablar de ella, ni habíamos leído sus libros, no sabíamos que era amiga de Scorsese ni que era tan divertida.

Hoy puedes hablar sobre ella con tu prima de Fuengirola, con tus seguidores en redes sociales y con el frutero del barrio. Nos hemos acostumbrado casi sin pensarlo a la onda expansiva de Netflix, esa bomba que cae en forma de Tiger King o La casa de papel en medio mundo a la vez y que hace, de la noche a la mañana, famosa a una película, a una serie o a unas personas que antes de ayer nadie conocía.

Esto, por mucho que ya nos parezca lo más natural, es una auténtica burrada. La propia Fran Lebowitz no hubiese podido convertirse en una grata sorpresa mundial ni pasar desapercibida todos estos años si en los 70, cuando se convirtió en una personalidad de Nueva York, hubiese existido Netflix.

De hecho, no sería Fran Lebowitz. No hubiese podido dedicarse a vaguear tranquilamente, como ella misma admite en el documental que Scorsese rodó con ella en 2010 (Public Speaking) o a ser una escritora con bloqueo creativo permanente que escribió el grueso de su obra –Social Studies, Metropolitan Life– hace 40 años.

O tal vez sí. Quizás la hubiésemos descubierto mucho antes. Y quizás ella hubiese vivido mucho mejor siendo una estrella, pudiéndose comprar un nuevo Checker Marathon del 79 y otro apartamento para rellenar las paredes de libros, inquietudes económicas en las que se intuye la motivación última de esta serie.

Ya no podremos caminar por Madrid sin acordarnos de ella. Cada vez que un coche acelere en el paso de cebra por el que cruzamos, cada vez que alguien vaya a chocarse con nosotros por ir mirando el móvil y encima nos ponga mala cara, pensaremos en Fran Lebowitz y musitaremos: “Pretend it´s a city”. Por eso la traducción del título en España da un poco de susto. No hay que suponer que Nueva York es una ciudad. Mejor hagamos como que lo es.

La serie lo juega todo al ingenio de la entrevistada. Como en La silla de Fernando, el documental de Fernando Fernán Gómez de Luis Alegre y David Trueba, Scorsese sabe que nada que él haga con la cámara va a ser mejor que escuchar a Fran Lebowitz departiendo sobre las cosas que le interesan, tan distintas a las que interesan en general al resto del mundo. Quizás porque, como ella misma apunta, el resto de la gente estamos ocupados mirando nuestros móviles.

Supongamos que Nueva York es una ciudad
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Hay recursos de la escritora caminando por Nueva York al son del mambo de Pérez Prado y, de lejos, es increíble el parecido con el actor Stephen Rea, sus andares de vaquero, su largo chaquetón de hombre, ese peinado a lo Oscar Wilde, autor con el que cabría medir a Lebowitz si no fuese por la brevedad de la obra.

Pero no son más que un par o tres de localizaciones y algunas imágenes de archivo pintorescas que uno espera que pasen pronto para escuchar la siguiente genialidad de Lebowitz. Por no hablar del repaso que le pega a Spike Lee en una de las múltiples charlas con las que se gana la vida esta escritora que no escribe pero que lee (vamos, al revés que el resto del mundo), esta mujer que básicamente vive de ser tan lista.

Supongamos que Nueva York es una ciudad
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Más allá del placer de ver a Martin Scorsese cayéndose de la silla de la risa que le da escuchar a su amiga, es un disfrute absoluto escuchar a su entrevistada hablando de cualquier cosa. Y, con cualquier cosa nos referimos a la gentrificación, la nostalgia de los años 70 –cuando trabajó en Interview, la revista de Andy Warhol, y se codeó con la jet set de la ciudad–, la mercantilización del arte contemporáneo, el talento, el odio a la escritura de los escritores, Charlie Mingus, conducir un taxi en Nueva York, el dinero, Ralph Lauren, libros, libros y más libros.

Van a seguir cayendo bombas de Netflix que van a uniformar nuestros gustos y nuestros pensamientos. Ellos decidirán lo que verá la gente, aquello de lo hablarán y los periodistas escribiremos sobre ello. Antes nosotros escribíamos y la gente veía lo que recomendábamos. Ahora el público ve y, para rascar visitas, nosotros escribimos sobre lo que la gente está viendo. Por eso es una gran noticia que en su catálogo plataformas como Netflix incluyan, aunque sea de vez en cuando, series como esta, para que todos hablemos sin parar sobre las mismas cosas, pero cosas que merecen la pena.

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