Kilómetros y kilómetros de mar por todos los lados, aislamiento total en medio del océano. Así viven los 250 habitantes de Tristán de Acuña, la isla más remota del mundo. Se trata de una pequeña ínsula ubicada en el Atlántico Sur, a 3.000 kilómetros de la tierra continental más cercana.
Una vida común en medio de la nada
Tristán de Acuña está, literalmente, en medio de la nada. Sus vecinos más cercanos están a 2.173 kilómetros, pero también están en una isla, al de Santa Elena. Si buscamos tierra firme, tendremos que movernos 2.800 km hasta África, 3.000 km hasta América del Sur o 3.700 km hasta la Antártida.
A pesar de esas condiciones, alrededor de 250 personas viven en esta isla de 99 kilómetros cuadrados. El pequeño pueblo que construyeron, bautizado como Edimburgo de los Siete Mares, dispone de un centro de salud, una escuela, una cafetería, un salón para eventos sociales, una oficina de correos, un pub e incluso un centro de turismo. Además, su economía se basa en principalmente en la venta y exportación de langostas.
Una rica biodiversidad
A diferencia de lo que pueda parecer, la isla está acostumbrada a recibir turistas. Por ejemplo, durante la temporada alta, llegan hasta Tristán de Acuña entre tres y ocho cruceros, a los que se suman yates y barcos de pesca.
Y como es de esperar, la biodiversidad de la isla es espectacular. Estas tierras de origen volcánico forman parte del Cinturón Azul para la protección marina del Reino Unido (país al que pertenece). De esta manera se ha convertido en una zona marina protegida, un refugio para la fauna y la flora, entre la que destaca el pingüino saltarrocas norteño, una especie que está en peligro de extinción.
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