Las vacunas son preparaciones destinadas a "generar inmunidad contra una enfermedad estimulando la producción de anticuerpos", esto es, activar la producción de las defensas necesarias frente a la invasión de un virus, una bacteria o cualquier otro microorganismo, tal y como señala la Organización Mundial de la Salud (OMS).
De esta manera, una vacuna puede estar compuesta por patógenos inactivos o muertos, vivos atenuados o por derivados específicos del microorganismo que hacen que el organismo adquiera memoria inmune en el caso de que se produzca una infección.
La mayoría de vacunas se administran mediante inyectables, aunque también existen aquellas que se aplican con vaporizador nasal u oral.
Mantener la inmunidad del organismo a largo plazo
Según el Comité Asesor de Vacunación de la Asociación Española de Pediatría (AEP), para que la vacunación sea efectiva se deben cumplir una serie de factores, como "un adecuado intervalo de administración de una misma vacuna y entre distintas vacunas".
Así, para que la protección frente a una determinada patología sea total se debe vacunar respetando la edad, el número total de dosis recomendadas y los intervalos de tiempo. En este sentido, aunque algunas vacunas solo necesitan administrarse una única vez en la vida, otras necesitan varias dosis de refuerzo "para inducir una adecuada inmunidad protectora".
En este sentido, se necesitan dosis de recuerdo para poder mantener la inmunidad a largo plazo y que el sistema inmunológico sepa como reaccionar ante la acción de patógenos. De hecho, algunos microorganismos mutan, como es el caso del virus de la gripe, por lo que se requiere la administración de vacunas de refuerzo.
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