Las rabietas en los niños: por qué se producen, cómo gestionarlas y los errores que cometemos

Las rabietas suelen darse en niños entre los dos y los cuatro años.
Las rabietas suelen darse en niños entre los dos y los cuatro años.
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Las rabietas suelen darse en niños entre los dos y los cuatro años.

Las terribles rabietas infantiles, esas en la que tu adorable vástago de dos, tres o cuatro años muta en gremlin malvado. Gritos, pataletas, llanto desatado, no ser capaz de atender a razones... en el salón de casa, en la cola del supermercado o en el restaurante en el que se celebra la comunión de la prima. Ningún lugar sirve para acogerse a sagrado.

¿Por qué se producen?.  ¿Qué hacer en estos casos?. ¿Qué no debemos hacer jamás?. Gemma Almena es psicóloga y orientadora escolar, también madre de tres hijos, así que sabe bien cómo enfrentarse a estas situaciones tanto desde un plano profesional como personal.

Aunque las rabietas suelen darte entre los dos y los cuatro años, lo que los anglosajones han dado en llamar 'los terribles dos', la psicóloga explica que pueden aparecer antes; "entre los 12 y 18 meses, coincidiendo con la autonomía de empezar a caminar y entrar más fácilmente en conflicto con las cosas que no pueden hacer".

Según Almena, la duración es muy variable: "la rabieta más normal, la mayoría, dura entre 5 y 15 minutos. No obstante, hay niños que por su personalidad o especial sensibilidad, pueden estar hasta aproximadamente una hora. Físicamente, orgánicamente no puede prolongarse más por puro agotamiento".

¿Por qué se producen? ¿Qué causa esta etapa de estallidos? "El periodo de rabietas es una etapa para el niño de poner a prueba la identidad del yo, de saber lo que puede hacer y lo que no", explica la experta, que además apunta a la dificultad que tienen para comunicar lo que quieren y sienten a esa edad: "También hay niños que tienen rabietas porque quieran expresar algo o pedir algo y tú no les entiendas".

En cualquier caso, destaca que "el origen de la rabieta siempre está en que el niño quiere hacer algo o no hacerlo o quiere obtener algo; quiere mostrar su autonomía y entran en juego muchas emociones contradictorias: lo que quiere, el cariño que tiene a sus padres que no le dan lo que desea, que es una contradicción emocional. El niño se enfrenta a una situación compleja a la que no puede poner nombre, por eso su primer instinto es reaccionar de esa manera tan explosiva" .

A partir de los cuatro años remiten porque "ya es capaz de asumir ciertas normas, tiene cierta identidad a nivel social, otras estrategias. Pero eso es un aprendizaje que se vive en forma de rabietas los años previos, en los que aprende qué puede hacer y que no".

¿Qué no hay que hacer?

La psicóloga lo tiene claro. "No podemos dejarnos llevar, contagiarnos de esa emoción del niño, perder la calma y tomárnoslo como algo muy personal". Una mala reacción que es especialmente frecuente "si te pilla fuera de casa, porque crees que los demás te miran como un mal padre, que están pensando que tu niño es un mal educado".

Pegar, castigar, gritar tampoco es nada aconsejable. Solo va a lograr que se incremente o prolongue la rabieta del niño o entrar en dinámicas poco recomendables. Y la otra vía, la del dar caramelos o cualquier otro tipo de recompensa, prometer la luna... tampoco debe seguirse, porque "le das al niño el aprendizaje de que cuantas más rabietas tenga, más conseguirá".

Almena destaca, llegado este punto, que está hablando de las rabietas ordinarias, porque puede haber otras que se pueden considerar ya patologías, manipulaciones emocionales, que no tienen que ver con la rabieta convencional. "Se dan cuando nosotros somos muy laxos o muy estrictos a lo largo del tiempo, cuando el niño no sabe qué hacer, no tiene pautas a las que acogerse, cuando la rabieta ya es un recurso aprendido para ver qué es lo que puedo conseguir".

La estrategia correcta

La psicóloga insiste en que durante la rabieta no se puede razonar con ellos, "tienes que dejar que pase ese descontrol emocional. Durante la rabieta hay que mantener la calma y como mucho mantenerles abrazados si crees que se pueden hacer daño y esperar a que se agoten para después hablar".

Hay niños en los que los gritos, los llantos y los pataleos pueden ir más allá, niños que llegan a tirarse al suelo sin mirar y con riesgo de hacerse daño, que lanzan objetos, muerden o se golpean o intentan agredir al adulto, algo que depende "de la personalidad del niño,  de la intensidad con el niño vive las emociones". Por eso Almena recalca  la necesidad "tener especial cuidado con no dejar desatendido al niño".

Y una vez que hemos hecho acopio de paciencia, ha pasado la rabieta y tenemos a un niño exhausto y más receptivo, ¿qué es lo que hay que transmitirle?. "Hay que poner en palabras lo que el niño no ha sabido, reflexionar con él sobre lo que ha pasado. Debemos retomar desde el punto que empezó la rabieta, traducir al niño lo sucedido y transmitirle que papá y mamá siempre van a estar con él", explica Almena.

La psicóloga pone un ejemplo:"tú querías esto, mamá no te lo ha comprado y te has puesto así de nervioso. Pero tienes que entender que mamá no te va a poder comprar cosas siempre que vayamos al supermercado".

Por último, una reflexión importante. Es imprescindible sazonar esta estrategia con un día a día coherente, con familias con cierta estructura que establecen límites y normas. "Unos límites y normas que se tienen que cumplir por las dos partes, pero en primer lugar por los adultos. Hablar sobre algo que luego no cumples no tiene sentido".

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