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Manuel Millán, un médico rural aragonés entre los 21 más destacados del mundo

La Organización Mundial de Médicos de Familia (Wonca) ha elaborado una lista con veintiún 'héroes y heroínas rurales' y en ella figura el nombre de Manuel Millán como único español. Su candidatura la envió un colega, sin que él supiera nada, y le ha pillado por sorpresa. "Se han pasado con lo de héroe, no es el caso", afirma abrumado este aragonés. "Yo creo que lo que han tenido en cuenta es el tipo de vida que uno ha llevado, y la mía ha sido azarosa", comenta igualmente ilusionado.

Esa vida, en la que destacan el amor por la medicina rural, la música y las acciones solidarias, arranca hace 63 años en Maella, un pueblo zaragozano de unos 2.000 habitantes. Allí, Manuel pasó largas temporadas de su infancia con su abuelo Tomás en una pequeña masía ubicada en el monte, sin agua corriente ni electricidad, y cazando y recolectando lo que la naturaleza ofrecía. "Fue una gran universidad. Me dio un bagaje para la supervivencia que me ha venido muy bien", recuerda.

Aquel pequeño no fue a la escuela hasta los ocho años y a los doce empezó a compaginar los estudios con trabajos temporales para hacer balones en una fábrica. "Me sacaba un dinero con el que cada año me desplazaba a Zaragoza, interno en un colegio", cuenta.

En el último curso de instituto, alguien que le escuchó cantar le animó a hacerlo en un grupo, lo que le permitió financiarse los seis años de la carrera de Medicina. "Salíamos de tuna, tocábamos canciones sudamericanas, mexicanas... y en verano recorríamos Europa dando recitales. Actuábamos fundamentalmente en la calle pero a veces nos contrataban para hacerlo en locales", relata.

La música ha acompañado siempre a este hombre, que no ha dejado de dar recitales y que ha llegado a editar un par de CD cuyas ventas han ido destinadas a apoyar a una misión de niños del Amazonas o a la ONG Iluminafrica, dedicada a operar ceguera evitable. Una vez jubilado, ha podido intensificar esa cooperación y acaba de pasar dos meses en la localidad de Kribi, en la costa camerunesa, como voluntario en un hospital en el que colabora la organización española Ambala. Hasta allí se llevó la guitarra y a las pocas semanas de llegar ya estaba actuando en los mejores establecimientos junto a un pianista del que se hizo amigo. "Hablan francés y las canciones que yo canto son famosas a nivel internacional: La Boheme, La Foule... o incluso otras españolas como Bamboleo", explica.

Manuel considera que su polifacético perfil gracias a su experiencia como médico rural ha permitido que su aportación en Camerún haya sido muy satisfactoria. A lo largo de sus 36 años de trayectoria profesional estuvo destinado en diferentes pueblos de la provincia de Guadalajara y nunca se planteó trasladarse a un núcleo urbano: "Es maravilloso trabajar en unas condiciones que te dan una libertad y unas posibilidades de acción que no permite la ciudad. La medicina rural es un trabajo tan diverso que lo mismo tienes que hacer una cirugía pequeña, que certificar una defunción, asistir a un accidente de carretera, tratar una depresión o poner una escayola. Se llega a ser un buen médico rural cuando se es un médico enciclopedia: se sabe bien un poco de todo y se practica".

Llegar a las nuevas generaciones

Desde el grupo de trabajo de medicina rural de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, del que este facultativo es miembro, intentan infundir a los futuros doctores esa pasión que él manifiesta. "El 90% ha nacido en grandes ciudades. El pueblo lo conocen de haber ido con la abuela dos semanas en vacaciones a las fiestas. En casi todas las regiones de España los MIR pasan dos o tres meses en zonas rurales y cuando tienen un buen tutor, les encanta e incluso los hay que se quedan en ellas. Pero en algunas comunidades ya no hay mucho medio rural, faltan tutores y a veces realizan ese periodo de formación sin profundizar en esta faceta", lamenta. Pese a la despoblación de los pueblos, reivindica que estos aún abarcan al 18% de la población española.

Llegar a las universidades para incrementar ese conocimiento es por tanto una de las principales reivindicaciones de este colectivo: "El medio rural nos interesa y nos preocupa. Por tanto queremos gente bien formada y con ilusión y para eso tenemos que ser conocidos". Manuel asegura que "el médico rural, si tiene interés en su formación, no tiene nada que envidiar ni tiene por qué pensar que  sus condiciones laborales o sus éxitos van a ser peores que en cualquier otro ámbito".

Este doctor valora que las distintas administraciones hayan generado unas condiciones de aparataje y de material "de muy buen nivel comparado con cualquier otro país", pero critica "la tentación" de algunas instituciones de "sustituir a las personas por medios técnicos y de transporte". Se refiere así a la tendencia a sacar al paciente de su entorno y llevarlo a un centro sanitario, movilizando un helicóptero si hace falta, en vez de que sea atendido en su hogar, cuando, remarca, "no siempre es necesario ese traslado".

"Hay que buscar entre un millón de médicos para encontrar a alguien que haya sido más feliz que yo trabajando en el medio rural. Me podía haber jubilado más tarde pero lo he hecho ahora para disfrutar de los míos, de mi tiempo y a la vez poder colaborar con otras partes del mundo, yendo hasta allí, y devolver lo que la vida me ha dado. Soy una persona afortunada", afirma, sin poder evitar emocionarse. "Salir de una masía y llegar hasta Camerún con una vida plena, con una familia estupenda, mi mujer, mis dos hijos, con esta casa...", continúa, aún entre lágrimas y recorriendo con la mirada la vivienda de Guadalajara capital en la que actualmente reside.

Ese paso por el continente africano le ha hecho ser aún más consciente de lo prescindibles que son muchas de las teóricas obligaciones que la sociedad occidental se crea y resalta lo injustamente repartida que está la riqueza: "Allí con un poquito más estarían muy bien y aquí con un poquito menos no estaríamos mal; incluso estaríamos mejor". Por eso suele regresar a la humilde masía, que él mismo reconstruyó pero en la que sigue sin haber más luz que la que aportan dos candiles de aceite. Allí se reencuentra con sus orígenes, y disfruta, al menos durante unos días, de placeres como la naturaleza, la lectura o la compañía de los amigos, siempre junto a su inseparable guitarra.