Anitta Ruiz Consultora de moda | #LAROPAHABLA
OPINIÓN

Un buen cambio de armario se merece muchos brindis

Armario ordenado
Armario ordenado
Pexels
Armario ordenado

Imaginaros una cama de matrimonio cubierta hasta arriba de ropa. Como si fuera el personaje de Doña Basura de los Fraggel Rock (sí, soy así de 'old'). Una especie de Everest textil con más problemas en la escalada que cualquier ochomil. Alrededor cajas, cestas, papel de seda blanco, un cuaderno, boli, una etiquetadora, kilos de paciencia y muchas horas por delante. En el altavoz suena Txetxu Altube… "Si no estás aquí me invento tu mirada y me haré creer que tú me recordabas. Desde siempre, como siempre. He tirado mi fondo de armario. Ya no voy buscando ropa nueva. Ando recorriendo el vecindario y no soy el único alma en pena".

Este ha sido mi fin de semana, dedicado casi integralmente a, no sólo hacer el cambio de armario, sino también a ordenar un poco mi vida. Tengo mucha ropa, lo digo sin ningún ápice de vergüenza. Me gusta, la disfruto, la uso, la conservo y le doy un papel muy importante en mi vida y en mi espacio vital. Hay que quererme así. Mis amigas hace tiempo que dicen que mi casa es una boutique donde he puesto un sitio donde dormir y una tele. Mi rincón feliz.

Puedo presumir de hacer muy bien y muy rápido el cambio de armario pero esta temporada he querido tomármelo de otra manera y usar este proceso para reordenar cabeza y mente. He escalado literal y figuradamente la montaña de recuerdos que empecé acumulando encima de mi cama el sábado por la mañana. Tengo una memoria selectiva prodigiosa, puede ser que no me acuerde que cené ayer, pero siempre recordaré qué llevaba puesto en los momentos importantes de mi vida. Sostener en mis manos, acariciar y oler algunas de estas prendas ha sido un viaje no exento de obstáculos. Sé que hay muchas cosas que no voy a volver a ponerme. No me valen, están ya muy viejitas o absolutamente fuera de lugar. Pero las necesito conmigo. Puede ser que tenga un miedo atroz al olvido o que necesite aferrarme a viejas telas para navegar por mi intenso pasado. Os he de confesar que conservo una caja, en lo alto del vestidor, donde guardo camisetas viejas. Tengo la de Karl Lagerfeld para la primera colección premium de H&M. La del último concierto de Duncan Dhu en La Rivera y aquella que me hice con mis amigas de Erasmus y que me recuerda a uno de los mejores años de mi vida (y a ese grupo de amigas que apareció cuando menos me lo esperaba y que ahora es fundamental). Supongo que lo normal sería recordar estas cosas mediante fotos pero yo soy incapaz de deshacerme de ese vínculo textil que me transporta al momento y al lugar sólo con rozarlo.

Las prendas voluminosas ya no crearán problemas de espacio.
Mujer haciendo cambio de armario
Freepik

Evidentemente tengo la suficiente cabeza para saber que en primer plano y de manera accesible tengo la ropa que me pongo. Los recuerdos están como en la memoria, en un lugar poco accesible. Yo soy de las que separo por tipo de prenda. Colgadas: faldas, camisas, pantalones de vestir, americanas y vestidos. Doblados los vaqueros, jerséis y camisetas. Al terminar este agotador ejercicio todo está ordenado, incluso, por gama de color. Soy consciente de que esto durará poco.

En esta ocasión he creado dos montones paralelos. Por un lado la de la ropa que va a tener un nuevo hogar. Me he convertido en una usuaria premium de Vinted y he decidido que todo aquello que no tenga un peso especial tiene el derecho a vivir una nueva vida llena de recuerdos. Por otro lado una bolsa llena de ropa que quiero arreglar (y mucha de ella ensanchar, malditos kilos). Aunque cada vez es más complicado encontrar una modista he descubierto proyectos preciosos como el de Planeta Dots que recicla, revive y enseña a crear nuevas historias a partir de prendas ya usadas. Estoy segura de que ellas me van a saber orientar para poder traer a mi hoy parte del ayer.

Sé que hoy me he puesto especialmente filosófica, pero es que este proceso de doblar, perchar y guardar ha sido entre intenso y sanador. Un viaje terapéutico donde he descubierto que todo lo que vestí me ha dejado desnuda frente al espejo del alma y eso es bonito. Intenso pero bonito. Sobre todo porque a veces, convertir la rutina en un momento especial hace que disfrutemos más de lo que es y lo que somos. He pensado que para el año que viene voy a incorporar a mi ritual una botella de champagne. Estos viajes merecen muchos brindis.

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