Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

¿Tu intestino es feliz?

Una cría de rinoceronte negro nacida en el zoológico de Miami (Florida, EE UU), con su madre.
Una cría de rinoceronte negro nacida en el zoológico de Miami (Florida, EE UU), con su madre.
RON MAGILL / ZOO DE MIAMI / EFE
Una cría de rinoceronte negro nacida en el zoológico de Miami (Florida, EE UU), con su madre.

¿Alguien ha visto un rinoceronte en el Ártico? ¿O una jirafa en la selva amazónica? Si bien las crías de estos animales nacen con un cerebro preparado para sobrevivir en sus hábitats y no en otros, los seres humanos lo hacemos con uno en construcción, cuya ventaja es desarrollar estrategias para adaptarnos a cualquier circunstancia a lo largo de nuestra vida. 

Las crías de rinoceronte y jirafa se desenvuelven muy bien al nacer, las nuestras son torpes e imperfectas… pero podrían vivir en el Ártico con el tiempo. Esta cualidad de moldear nuestro futuro es tan formidable como olvidadiza, porque al menor traspiés nos ahogamos en un vaso de agua en lugar de pensar que contamos con herramientas para nadar dentro de él. Al enfrentarnos a una situación adversa, mejor que ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío, preguntémonos qué hemos hecho para llenar ese vaso hasta la mitad porque dicha revelación nos motivará a seguir haciéndolo. Cualquier dificultad es una invitación a averiguar qué podemos hacer para resolverla y qué aprendizaje obtenemos de ella, materializando así nuestra curiosidad en retos concretos.

He recordado esto tras conversar con la doctora Mª Dolores de la Puerta, ya que su vida no sería la misma si el día en que se enfrentó a la enfermedad, de difícil solución, de un ser querido no se hubiera preguntado qué puedo hacer yo para no limitarme a aceptar con resignación un diagnóstico incierto. Los médicos también se resignan, pero ella no lo hizo.

Mª Dolores de la Puerta ejercía la cirugía estética cuando alguien muy cercano enfermó. Como esa ciencia en la que ella confiaba no daba soluciones, activó la maquinaria de las preguntas hasta llegar a una materia de estudio antigua, con enfoque nuevo: la microbiota intestinal. No dudó. Cerró su cómoda consulta y se marchó a Alemania para investigar y formarse con los mejores en aquel momento. Según la escuchaba hablar no dejaba de preguntarme qué habría pensado mientras, maleta en mano, cerraba la puerta de la casa… ¿ponía un plazo a su viaje? ¿Retomaría a su vuelta los arreglos de rostros imperfectos? ¿Se llegó a plantear que quizá no pudiera hacer nada por ese ser querido enfermo? 

¿Ponía un plazo a su viaje? ¿Retomaría a su vuelta los arreglos de rostros imperfectos? ¿Se llegó a plantear que quizá no pudiera hacer nada por ese ser querido enfermo?

Han transcurrido veinte años. El familiar sanó y ella no volvió a recomponer una arruga. Mª Dolores de la Puerta es un referente en España en el tratamiento de las enfermedades ligadas a los desajustes del mibrobioma en el organismo. La lista de espera de su consulta sobrepasa el año y sus post en Instagram son seguidos por miles de personas, ávidas por entender por qué su intestino se revela y les da tan mala vida. Acaba de publicar el libro 'Un intestino feliz. Cómo la microbiota mejora tu salud mental y te ayuda a manejar las emociones' (Harper Collins Ibérica) y a ella le debo mi compromiso de cuidar mi barriga para hacerlo también de mi cabeza, porque ese eje intestino-cerebro suele relegarse en nuestros objetivos. Gran error. Según comamos, así sentiremos. El lema no es muy ortodoxo pero inspira a llenar la nevera de otra manera. 

Mª Dolores es murciana y también se alimenta de sol y de mar. Me ha contado que madruga para ver amanecer desde la orilla y, cuando no se encuentra en su tierra, espera a que el sol se abra paso entre las copas de los árboles madrileños. Es parte de su ritual de auto-cuidado, dice, y constato que esos médicos que no practican los hábitos saludables que recomiendan, no son de fiar. Me alegra comprobar que no ha dejado de preguntar, al universo y a sus pacientes, tanto que sus consultas parecen interrogatorios; pero si aquel día no hubiese llevado a la acción las preguntas que se agolpaban en su cabeza, ella sería otra. Y su ser querido también.

Cuando alguien activa la curiosidad para encontrar un propósito, es capaz de cambiar su propia vida y la de los demás

La energía de la indagación es revolucionaria, capaz de derribar cualquier dique físico o mental que se tope en su camino de búsqueda. Por ello, cuando alguien activa la curiosidad para encontrar un propósito, es capaz de cambiar su propia vida y la de los demás. Suelo decir que quienes cambian las cosas, aquellos que realmente mueven el mundo, nunca frenan en la primera ni en la segunda pregunta, ni, por supuesto, en las respuestas; siguen preguntándose, presos de un virtuoso círculo que les lleva a querer conocer más y más. Son rinocerontes en el Ártico y jirafas en el Amazonas, 'mutantes' a quienes deberíamos de emular más.

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