La líder espiritual Pema Chödrön sugiere que hay que empezar a sentir curiosidad por uno mismo antes que lanzarse a practicarla al mundo exterior. Primero tiene que interesarnos lo que sucede en nuestro interior, observarnos por dentro sin juicio, para que de este modo no seamos nuestros peores jueces ni entremos a valorar si lo que hay dentro de cada uno es bueno o malo. Una vez que entrenemos, resultará más sencillo despertar y mantenernos receptivos ante cualquier cosa que sintamos. Con esta práctica nos acercamos al concepto budista de la 'impermanencia' y el desapego cobra todo el sentido. Pema tiene 87 años y es monja budista tras dos matrimonios, hijos y nietos; reside en el Tibet y allí acompaña a quienes desean adentrarse en un tipo de vida más contemplativa.
Como Pema, creo que la forma más elevada de curiosidad es la que no se empeña en nada porque está abierta a todo, porque se interesa por los pensamientos y las emociones más recónditas, porque busca sin prejuicios el modo de ser satisfecha. Esa curiosidad genuina redundaría en una mayor claridad a la hora de observarnos con compasión, así como a discernir el mundo y a quienes nos rodean. Cuando nos comprendemos y nos aceptamos, aceptamos también a los otros y esto hace que nos sintamos mejor. La intolerancia nos vuelve rígidas, nos frunce el ceño y nos viste de mal genio; la tolerancia nos reporta flexibilidad y capacidad de adaptación. Solo hay que mirar cómo transforma la política el rictus de quienes la ejercen, para adivinar que contra la obstinación no valen tratamientos 'antiaging'.
Hace unos días leí en 20minutos la historia de las abuelas Conchita y Maximiliana, y cómo su afán por comunicarse había inspirado a sus nietos una original empresa de móviles. La propia psicología positiva subraya la unión que existe entre la curiosidad y el bienestar, porque quienes poseen un alto comportamiento curioso, expanden su horizonte y crean posibilidades allí donde otros solo ven problemas. Las dos abuelas querían hablar con sus nietos. Natural. Pero la tecnología se lo ponía muy complicado hasta que los nietos idearon unos aparatos tan sencillos que parecen analógicos, y que ellas utilizan con una destreza que ha convertido a Conchita en 'comunity manager' de la empresa.
A sus 82 años tiene muchísimas cosas que contar, y esta es la parte más sabrosa del relato: Conchita lleva escribiendo libretas desde que era una niña en las que anotaba toda esa observación interior a la que invita Pema Chödrön, sin saber que estaba recorriendo paso a paso el camino de la inteligente introspección. Conchita posee más de 2.000 libretas donde ha ido recogiendo lo que sucedía: si alguien le daba una mala respuesta, si observaba una reacción que no comprendía, ella escribía aquello que había pasado, por qué se sentía así y trataba de entender la motivación de dicha persona. Si, por el contrario, escuchaba una frase bonita, un consejo motivador, una reflexión sabia de alguien a quien ella admirara, también la escribía. Sus cuadernos, más que libretas de autoayuda doméstica, deben de ser una escuela de vida que Conchita relee para sobrellevar los momentos flacos, pues lo escrito nos conecta con las emociones sentidas cuando íbamos hilando el texto.
Tenemos la tendencia a sublimar el intelecto cultivado a través de los libros, y a menospreciar esa sabiduría intuitiva que poseen quienes observan tanto que no se les escapa una. Los primeros suele hacer alarde ello, mientras que los segundos practican su talento casi de tapadillo, como le debe de suceder a Conchita. Una mujer en modo aprendizaje porque mantiene muy fresca su curiosidad.
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