El mundo al revés

Si sabes montar en bicicleta y no practicas habitualmente dirás que, aunque lleves tiempo sin hacerlo, una habilidad como esa nunca se olvida. Por norma la aprendemos en la infancia y nuestro cerebro automatiza lo necesario para echar andar en cuanto nos montamos en una, pero no tanto por el hecho de interiorizarlo a una edad temprana como por la enorme carga emocional que rodeaba a nuestras primeras rodadas. Aquella ilusión de avanzar por nuestra cuenta hace que el recuerdo sea imborrable.

Cosas extraordinarias

Ahora bien, si no supieras, ¿te sientes capacita de aprender ahora? No es una pregunta fútil porque crecemos en la idea de que algunas cosas solo podemos aprenderlas de niños, ya que luego cuestan mucho más.

Hay un vídeo en YouTube donde un ingeniero llamado Denis cuenta el que, probablemente, sea el experimento de su vida. Había aprendido a montar en bici como tantos, pero qué sucedería si cambiaban las reglas que se sabía de memoria. Como sabes cuando giramos el manillar a la derecha la rueda gira a la derecha, y cuando hacemos lo mismo con la izquierda sucede igual. Un amigo mecánico invirtió ese orden de manera que, al girar el manillar a la derecha, la rueda se dirigía a la izquierda y al revés. El ingeniero, subido sobre esa nueva bicicleta, era incapaz de dar al pedal sin caerse al suelo: no es que hubiera olvidado montar es que ahora, aunque tuviera el conocimiento, carecía de comprensión. O de otra manera, su cerebro había asimilado una teoría que no sabía traducir en un aprendizaje práctico. ¿Podría un cerebro adulto aprender a montar en bicicleta con esas nuevas reglas del juego?

Manual de la perfecta exploradora

Si las imágenes con más carga emocional son las que resisten la erosión del tiempo y, por tanto, se conservan mejor, da la sensación de que sería casi imposible. Las emociones actúan como filtros en el cerebro, concediendo preferencia a algunos recuerdos en función del estado de ánimo en que nos encontremos, lo que hace pensar que el ingeniero, reptando por el suelo tras caerse de la bici, no tendría mucho ánimo para recordar estas experiencias; aun así, se afanó en comprender qué le sucedía a su cerebro para no realizar algo cuya teoría sí sabía.

Las emociones actúan como filtros en el cerebro, concediendo preferencia a algunos recuerdos.

Lo primero fue testar a otros cerebros, en sus clases, sus conferencias, y el resultado invariablemente fue el mismo: nadie era capaz de montar aquella bicicleta de órdenes invertidas. Cuando poseemos una mentalidad rígida, incluso echándole infinitas ganas, parece imposible cambiarla. Parece, porque el ingeniero decidió entrenarla como si de un músculo rebelde se tratara: cada día practicaba 5 minutos. La mayor parte del tiempo estuvo en el suelo, pero transcurridos 8 meses un día sintió como si en su cerebro se despejara un nuevo camino y empezó a rodar en la bicicleta. Cierto que la menor distracción hacía que su mente volviese al anterior algoritmo y se precipitara al suelo, pero siguió insistiendo hasta que dominó la técnica y acabo montando en esa bici invertida como una convencional.

Con su experimento, Denis demostró que nuestro cerebro adulto, siendo menos plástico que el de un niño, posee la capacidad de aprender, incluso aquello que no encaja en lo que él entiende lógico. Y, sobre todo, que una cosa es adquirir conocimientos y otra distinta comprenderlos, adaptándolos a nuestra conducta.

Recordamos mejor a quien nos sonríe frente a quien muestra un rostro indiferente.

Por cierto, mientras cuenta su historia, nunca deja de sonreír quizás porque sepa que los rostros sonrientes se memorizan mejor que los que presentan una expresión neutra o negativa. ¿Imaginas el motivo? Una sonrisa desata la aprobación de nuestra persona, un mensaje positivo que refuerza la imagen que trasladamos, por tanto, recordamos mejor a quien nos sonríe frente a quien muestra un rostro indiferente.

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