Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

A este paso no salimos de la cocina

Miles de personas participan en la décimo novena edición de la Carrera de la Mujer de Madrid 2023
Miles de personas participan en la décimo novena edición de la Carrera de la Mujer de Madrid 2023
Carlos Lujan/EP
Miles de personas participan en la décimo novena edición de la Carrera de la Mujer de Madrid 2023

En Brasil existe el 'matrimonio en grupo'. Lo practican en la etnia Kaingang y se trata de que un grupo pequeño de hombres y mujeres se casen, y después se combinen entre sí.

Supe de su existencia cuando preparaba un libro sobre las relaciones de pareja y, si bien me pareció disparatado porque qué difícil adjudicar la paternidad de los posibles bebés nacidos en ese 'totum revolutum', mayor rechazo me despertó esa clase de matrimonio parcial, común entre los musulmanes suníes de Yemen, llamado 'matrimonio de viaje'. En él los padres ofrecían a sus hijas durante un periodo estipulado en el contrato matrimonial, donde aparecía tanto el precio de la novia -dependiendo de si era virgen o no- como el número de coitos que el hombre podría disfrutar por la cantidad acordada, llegando a cobrar hasta 5.000 euros si la diferencia de edad superaba veinticinco años. Transcurrido el plazo, el matrimonio se disolvía. La temporalidad era corta pues quienes lo contraían se habían desplazado a la zona por distintas cuestiones y, lejos de su domicilio, se valían de la mujer para fines domésticos y sexuales; la doble 'f': fregar y follar.

Cuando las feministas árabes alzaron la voz contra una poligamia encubierta, la respuesta por parte de las familias que ofrecían a sus hijas era que se trataba de un acto de solidaridad con el viajero. Hasta las agencias de viaje egipcias llegaron a ofrecer este servicio en sus paquetes. Hablo en pasado porque han transcurrido casi veinte años de mi investigación y deseo que la humanidad haya avanzado lo suficiente para superar esta clase de figuras arcaicas que esclavizan a la mujer. Sin embargo, la realidad nos empotra contra la pared una y otra vez.

Mujer haciendo todo lo posible por no molestar a su marido mientras hace las labores del hogar.
Mujer haciendo todo lo posible por no molestar a su marido mientras hace las labores del hogar.
Getty Images

Por curiosidad suelo leer los márgenes de los periódicos, las 'cosas pequeñas' que allí se publican, dando por sentado que en ellas late en verdad la vida, no en lo altisonante de los grandes titulares, y ahí, entre noticias de la campaña electoral y la resaca de la coronación, cuentan que los altos mandos rusos están recurriendo a las 'esposas de campaña' porque hace tan cuesta arriba esto de la guerra -diría Gila-, que buscan mujeres que limpien, cocinen y les complazcan sexualmente para llevar con más ánimo la batalla diaria. Lo de 'esposa' es un eufemismo pues no se genera otro vínculo entre ellos -ni siquiera compensación económica- que no sea satisfacer las necesidades más básicas de los militares.

La cosificación de la mujer se agudiza en las guerras. En ellas la barbarie crece exponencialmente, como si el ciclón bélico engullese cualquier atisbo de juicio, y más de protesta. La Premio Novel Svetlana Aleksiévich denunció en sus libros que durante la II Guerra Mundial, los rusos popularizaron esa aberrante práctica de la que renegaron los mismos que ahora promueven a la mujer como un artículo doméstico a disposición del hombre; estremece que este atropello a los derechos humanos suceda en la frontera de Europa, porque cierta hipocresía occidental nos hace suponer que aquí nunca sucederán esas 'cosas'.

Aquí, a la ganadora de la Carrera de la Mujer la premiamos con un robot de cocina y una aspiradora, y, por suerte, se monta un cisco. Más humillantes hubieran sido una olla exprés y una fregona.

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