Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

'Without love, there is no love'

Foto del Instagram de Jane Seymour
Foto del Instagram de Jane Seymour
Instagram / @janeseymour
Foto del Instagram de Jane Seymour

Este fin de semana he vuelto a ver algunos capítulos de El método Kominsky, una serie que me entretuvo durante la pandemia y da gusto repasar de cuando en cuando. En una de las escenas, una bellísima Jane Seymour asciende por la escalera de su casa con la agilidad de los 30 años habiendo mandado al carajo al personaje interpretado por Alan Arkin, por no estar dispuesta a tolerar sus salidas de tono mientras trataba de llevarla a la cama. El hombre no llega a insultar, simplemente es un señor maleducado con tendencia a la misoginia y, aunque en la ficción se da entender que vivieron un amor de juventud del que quedan muchas brasas, ella no tolera sus desprecios verbales. Como detalle diré que la actriz tenía 68 años cuando rodó la serie y solía quejarse de que los grandes diseñadores se negaban a vestir cuerpos como el suyo que, por cierto, está impresionante.

Cuando vi la escena, pensé en la facilidad con la que las conversaciones entre hombres y mujeres discurren por el menosprecio verbal, cuando no por la agresividad, sin que unos y otras sean conscientes. A veces tengo que explicar en alguna formación qué es violencia en la comunicación y cuando aclaro que juzgar, criticar, exigir o burlarse del otro -sea hombre o mujer- lo es, siempre hay quien me supone una provocadora. "Pensar eso también es violento", respondo. Hablamos con ligereza y lastimamos con profundidad. Soltamos barbaridades sin filtro, caemos en el sesgo de negatividad como si todo alrededor fuese una catástrofe y condenamos sin tregua al otro. La comunicación es la expresión externa de nuestra esencia y, de igual manera que nos molesta mostrarnos sucias y poco aseadas, debería incomodarnos interactuar de esa forma con los demás. Una comunicación negativa no solo habla mal de nosotras, sino que lastima nuestro cerebro pues incrementa los niveles de cortisol, hormona del estrés.

Si en una conversación no medimos el impacto de las palabras, qué será cuando las vomitamos en las redes sociales. Solo el 26% de los tuits son escritos por mujeres, lo que ayuda a entender que el 80 %, según datos del Instituto de la Mujer, confiese haber sufrido acoso en cualquier red social. Si las tres cuartas partes del contenido de la red de Elon Musk está escrito por hombres y Twitter rebosa crispación y mala leche, ¿será que para ellos hablar de forma negativa es lo más positivo que saber hacer allí?

El sexismo impregna las redes sociales; recuerdo que hace poco asistí a una conferencia del Parlamento Europeo sobre digitalización y emprendimiento, y comentaron que las primeras escuelas de formación tecnológica y digital en Bruselas carecían de baños femeninos, porque no se esperaba que las mujeres se matricularán en ellas. Las redes tienen el reto de acoger la mirada femenina desde su interior, no como algo cosmético, lo que pasa por interiorizar otro tipo de comunicación con el convencimiento de que rebajar la crispación es saludable. Si bajásemos unas rayitas al volumen viviríamos mejor. Necesitamos tolerancia cero al odio y el desprecio.

Necesitamos tolerancia cero al odio y el desprecio.

Por eso la reacción del personaje de Jane Seymour me pareció sublime: una señora de pelo blanco diciéndole a un calvo con problemas de próstata "tú me tratas con amor, respeto, valoración y altas dosis de admiración… o duermes en la caseta del perro". La frase es mía, la determinación suya.

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