Teresa Viejo Periodista y escritora
OPINIÓN

Bótox en el alma

Teresa Viejo
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D.R.
Teresa Viejo

Acabo de conversar con el doctor Ricardo Ruiz, uno de los mejores dermatólogos de España y médico de muchas 'celebrities', y me ha comentado que cuando observa el rostro de alguien puede aventurar cómo ha sido su vida. De todo lo que cuenta nuestra piel, las arrugas son las que más información ofrecen. Para una observadora, ver lo que hay detrás de la piel de una persona es una oportunidad para aproximarme a ellas aportándoles valor. Una arruga da pistas sobre el dolor que escondemos o las alegrías que hemos vivido.

Él me ha contado que las arrugas verticales denotan sufrimiento y he recordado el rostro de una compañera de trabajo de hace años que había transitado por una de las pérdidas más terribles que imagino al ser humano, la de un hijo, y aquellos surcos que dibujaban de norte a sur la tristeza en su rostro. Las arrugas horizontales en la frente indican cierta rigidez porque la persona que las frunce se asombra y contraría demasiado ante lo incierto o desconocido, y las verticales en el ceño hablan de un mal humor casi perenne. De inmediato me he lanzado a la web a mirar fotos de nuestros políticos: he de decir que en los extremos hay mucho entrecejo fruncido y en el centro, o más relajación o algo de bótox. Sí, los políticos también se lo inyectan.

Resulta difícil expresar alegría si no sonreímos.

Hace tiempo leí un insólito estudio publicado en una revista norteamericana de dermatología, Journal of Cosmetic Dermatology, donde se comparaban los índices de depresión de las mujeres que habían recibido inyecciones de bótox en la frente con aquellas que solo se habían aplicado una crema: quienes usaron bótox, a las 6 semanas percibían un 50 % menos de irritabilidad y ansiedad, aunque siguieran viéndose más o menos igual que antes del tratamiento; es decir, no se habían transformado y ahora parecían 'influencers'. Entonces, ¿qué les sucedía para que se sintieran anímicamente mejor? Fácil, los médicos explicaban que si no podemos fruncir el ceño ni el resto de los músculos que muestran nuestro enfado, es más difícil malhumorarnos. Al igual que resulta difícil expresar alegría si no sonreímos.

No obstante, siento que las personas nos miramos poco, y con ello dejamos de honrar lo que nos comparten y aportan. Si observáramos más sus rostros sabríamos cosas acerca de ellas sin necesidad de preguntárselas, sin esperar a que nos las cuenten. Ayer caminaba por una céntrica calle madrileña y a mi alrededor transitaban decenas de personas con la cabeza gacha, la mirada fija en la pantalla de su teléfono móvil. Me paré y analicé su comportamiento, entonces descubrí a varias parejas que, en lugar de conversar, respondían mensajes de alguien que no estaba allí. ¿Tan vacía puede ser tu vida como para no permanecer en ella ese tiempo que llamamos presente?

Para alcanzar el bienestar y la plenitud que anhelamos temo que no sea suficiente la maestría de un gran dermatólogo, salvo que suture las arrugas del alma. Ahí necesitaría toneladas de bótox.

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