Fútbol

La décima Liga del Atlético: el triunfo del 'cholismo'

Diego Pablo Simeone le muestra a uno de sus hijos las obras de La Peineta, el nuevo estadio del Atlético de Madrid de cara a 2016, a mediados de febrero de 2014.
EMILIO NARANJO / EFE

Una noche de diciembre de 2004. Diego Pablo Simeone, con una insignia de oro y brillantes recién puesta en la solapa y acompañado por el menor de sus tres hijos, recorrió el césped del Vicente Calderón con ojos emocionados y constantes muestras de gratitud que concretaba con golpes sobre su corazón. "Que Dios te devuelva todo lo que nos has dado", rezaba una de las pancartas más grandes desplegadas en la grada. "El Calderón te ama", proclamaba otra. "Cholo, eres único", venía a resumir acaso la de mayores dimensiones.  Simeone dejaba el Atlético por segunda  vez. Y última como jugador. Rescindía el contrato que firmó temporada y media antes para volver al balompié de su Argentina natal, al Racing de Avellaneda, tras quince temporadas de periplo europeo. Pero su despedida también anticipaba su futura vuelta. Sin día. Sin rol. Pero también, sin duda.

Una década después de ese adiós el Cholo está en el Atlético, es su entrenador desde hace dos temporadas y media y la entidad del Manzanares ha conquistado el décimo título liguero de su historia. El cuarto título de una nueva era, la de Simeone, que ha actualizado al Atlético con una Europa League ganada al Athletic, una Supercopa de Europa en la que arrolló al Chelsea (magistral Falcao) y una Copa del Rey que, subsidiariamente al título, acabó con 14 temporadas sin poder ganarle al Real Madrid. Pero la Liga es el más especial, porque es el torneo de la regularidad y el propio Cholo puso a otro nivel a Barça y Madrid. "La Liga es el pan de cada día", suele decir. La época del cholismo, concepto complejo, mediático, que no dice nada per se pero a la vez representa mucho. "El fútbol son momentos", recuerda de vez en cuando un Simeone a medio caballo entre el psicólogo, el estratega y el animador. Cosas del carisma.

"Cuando regresé sabía del apoyo de la gente por el exjugador que fui, no por el entrenador que llegaba, y eso me aportó un plus de aceptación rápida para todos. La respuesta de los jugadores me hizo muy feliz porque en 20 días me hicieron sentir como si hubiera estado toda la vida", recordaba en 2012. El cholismo tira de tópico y bebe del "partido a partido", que en la recta final de temporada esquiva los focos transformándola en "final a final". Una revisión más modesta del "ganar, ganar, ganar y volver a ganar" de Luis Aragonés. Tal vez.

El 'cholismo' ilustrado

El cholismo vende un compromiso sin fisuras, aporta ambición, refuerza la confianza en las posibilidades propias y también, que nunca viene mal, dinamita los complejos. Los hombres importan más que los nombres, que van y vienen con mucha facilidad en el fútbol. "En el Atlético existe una comunión, una ida y vuelta, que nos genera compromiso y respeto. Y cuando estos existen, los caminos están marcados". Eso sí, sin mirar más allá del siguiente paso y sin pensar en ventas importantes. "Las historias están para leerlas cuando uno es viejo y tiene poco para hacer. Nuestra realidad, la realidad del club, es mirar hacia delante. No nos paramos a recrearnos en lo hecho. Sería un error". "Lo único que me preocupa es que los chicos estén bien. Si los jugadores están bien, no tengo problema. Solo aprovechar lo que nos ofrecen los jugadores".

El cholismo quizá sea más pragmático que estético, pero refuerza los bloques en un deporte, el fútbol, que fundamentalmente es una cuestión de equipo. Y nunca, nunca, mira más allá del siguiente reto. "Nosotros no nos detenemos a valorar la palabra "éxito". Trabajamos en su búsqueda, claro, pero no hay mayor éxito que el de la realidad de un grupo. Cuando un grupo responde y tiene compromiso, cuando está enfocado en saber qué puede hacer y responde en eso que puede hacer, entonces el camino está marcado", valora Simeone.

¿Y qué hay de los egos? "Yo he sido jugador y sé que un futbolista siempre quiere jugar. Pero trato de transmitir a los chicos que están en el Atlético, y que el Atlético es un grande de Europa. Y para estar en un grande de Europa tienes que aprender a entender que no hay partidos importantes. Son los minutos los que son importantes para los jugadores". El cholismo pasa por ser incómodo, un arma contra el músculo económico y el apoyo mediático de otros clubes. "Creo que somos incómodos. Siempre dije que quería que fuéramos incómodos y lo estamos siendo. Estamos peleando por ser el tercero en discordia. El equipo pelea, juega y trabaja. Molesto es ser competitivo y que sepan que para ganarnos tienen que correr el triple y trabajar el doble", defendió en febrero de 2014. "Si uno mira a las 38 jornadas de Liga es imposible poder pensar que podamos competir con el Real Madrid y el Barcelona, imposible. Tienen una calidad que marca la diferencia".

El 'efecto Simeone'

Forjado como entrenador en los banquillos argentinos con dos títulos (Apertura 2006: Estudiantes ; Clausura 2008: River Plate) y con una pequeña experiencia en Italia, donde su concurso fue básico para salvar del descenso al Catania Calcio, Simeone regresó al Atlético de Madrid para hacerse cargo del inestable proyecto que meses antes asumió, por segunda vez, el jienense Gregorio Manzano. Días de gritos contra la directiva, días de recuerdo de las deudas con Hacienda y de los malos rollos en las acciones de la familia Gil. Por no hablar de la mudanza a La Peineta, que siempre despierta sensibilidades. El técnico andaluz fue despedido un 22 de diciembre y al día siguiente ya era oficial la llegada del Cholo. Tenía su aquel el papelón, porque el Atlético no carburaba en Liga, donde apenas había sumado 19 de 48 puntos posibles y desconocía la victoria como visitante; la eliminación en la Copa a manos del Albacete (ante el que se cerró la Liga del doblete, qué cosas) precipitó su destitución. Solo la Europa League, y a medias, alimentaba el optimismo en el Manzanares.

Simeone, su llegada por lo que restaba de campaña y una más, fue un vendaval de aire fresco  para un club que, pese a una Europa League y una Supercopa recientes con Quique Sánchez Flores al mando, no había terminado de recuperar el teórico sitio que se le presupone en el universo balompédico español. Un club que, hasta esos dos títulos, veía demasiado lejos su doblete de Liga y Copa de 1996 (en el que Simeone fue tan partícipe como clave) y no terminaba de olvidar las dos campañas de "infierno" en Segunda División con las que comenzó el nuevo milenio. Y como si de la mejor saga fantástica se tratase, el cumplimiento de una profecía. "Algún día volveré al Atlético", había proclamado alguna que otra vez Simeone. Y la entidad, consciente del valor intangible, alimentaba la épica. No faltó quien, con su nombramiento, vio clara la apuesta populista. "Simeone es lo que nosotros queremos y lo que la gente quiere en estos momentos", señaló el presidente Enrique Cerezo. "Ole, ole, ole, Cholo Simeone", se cantaba ya en el Calderón.

Con el argentino en el banquillo, ese curso el Atlético sumaría su segunda Europa League, título que engordaría la pasada campaña con otra Supercopa de Europa y la décima Copa del Rey. Y en la Liga, un esbozo de este curso: un gran arranque, segundo en la tabla en la primera vuelta y tercero al final, con 76 puntos: su mejor clasificación desde la campaña de doblete y su techo histórico de puntuación en la tabla hasta la fecha. El año y medio contractual inicial se prolongó cuatro temporadas más. "No sabía cuándo, pero sabía que iba a volver. Pero lo busqué y lo quise", indica. Y como escribía José Saramago en su El viaje del elefante: "Siempre acabamos llegando donde nos esperan".