'Tokyo Vice': crítica sin spoilers de la serie de HBO Max con la que regresa Michael Mann

El próximo 8 de abril llegan a la plataforma los tres primeros capítulos de la serie que te sumerge en el lumpen tokiota de los años noventa.
Imagen de 'Tokyo Vice'
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Tráiler de 'Tokyo Vice', la serie de HBO Max con la que regresa Michael Mann
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La casa de bambú (Samuel Fuller, 1955) fue la primera película hollywoodiense rodada en Japón después de la Segunda Guerra Mundial; descubría en soberbio CinemaScope el exotismo de Tokio. Fuller, que había sido reportero de sucesos en su juventud y soldado en el frente, contó entre líneas cómo la ocupación estadounidense tras el fin de la contienda no solo estaba siendo un lucrativo negocio –que favorecía a gánsteres de todo pelaje– también una exitosa conquista cultural, mientras se atrevía a narrar una historia de amor interracial.

El director tuvo la oportunidad de inmortalizar la ciudad en efervescente metamorfosis, una protagonista más gracias a la colaboración de las autoridades, que ofrecieron todas las facilidades al estudio 20th Century-Fox para rodar en exteriores. Tokyo Vice (Michael Mann et al., 2022) quizás sea la última producción estadounidense grabada allí hasta el momento, cuyos permisos fueron muy costosos de conseguir debido a los intrincados trámites burocráticos; nos transporta a la abstracta megaurbe actual, la más poblada del mundo, donde los neones disipan los límites del delito.

Los bajos fondos

El periodista de investigación y sacerdote budista Jake Adelstein  -@jakeadelstein en Twitter– llegó a Tokio con 19 años para estudiar en la Universidad de Sophia. Con 24 primaveras se convirtió en reportero del Yomiuri Shimbun, el diario japonés más importante del país y el más leído del mundo. Ha sido el primer y único gaijin –persona extranjera– en trabajar para la cabecera, a la cual se mantuvo vinculado desde 1993 hasta 2009.

Imagen de 'Tokyo Vice'
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Especializado en noticias de sucesos, Adelstein aprendió a moverse como pez en el agua en territorio del hampa, en el distrito de Kabukicho, sembrado de locales dedicados al ocio para adultos. En los años noventa y los primeros dos mil, cuando lo pateaba Adelstein, era el paraíso del juego, el alcohol y la carne, donde la ciudad acudía a divertirse, desahogarse o comprar algo de compañía o afecto. 

Lucrativos negocios tapadera de la Yakuza, la mafia japonesa. Sus organizaciones no son ilegales, sus actividades, sí. Gozaban de una sólida imagen pública –incluyendo sus propias revistas de fans– y su influencia llegaba hasta lo más alto de la finanzas y la política.

Era cuestión de tiempo que, siendo cada vez mejor considerado en la redacción del Yomiuri y más conocido en las calles, Adelstein acabara metiendo sus narices yanquis en los asuntos del crimen organizado. Pronto, la excitación de perseguir información fresca para ser el primero en apropiarse de la siguiente exclusiva se convirtió en algo personal cuando empezó a investigar las redes de explotación sexual de mujeres extranjeras. Sus averiguaciones le acabarían enfrentando a la familia Yakuza más peligrosa del país, la Goto-gumi, cuyo líder, Tadamasa Goto, puso precio a su cabeza y a las de su familia.

Plasmó sus experiencias en el bestseller Tokio Vice. An American Reporter on the Police Beat in Japan (2009). En España se publicó en 2021 por la editorial Península bajo el título abreviado de Tokyo Vice. Su lectura es una bajada al sórdido submundo de un país fascinante. Unas absorbentes memorias periodísticas en primera persona que sirven como relato sobre la pérdida de la inocencia, ensayo sobre la compleja idiosincrasia japonesa y ejercicio de expiación.

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Profesional, muy profesional

Leyendo Tokyo Vice y siendo conocida la fascinación de Michael Mann por la cultura nipona, es imposible no lamentar que esta historia no se haya convertido en su siguiente thriller adictivo, estilizado y contundente de dos horas y media –hubo un momento del desarrollo del proyecto en que pudo ser una película–. Ha salido adelante en forma de serie de ocho capítulos de producción bastante movidita, como expone el reciente artículo del New York Times ‘Tokyo ViceRevisits a Faded Underworld.

Ya queda lejos la descafeinada Blackhat: Amenaza en la red (2015), el último largometraje de Michael Mann. Obseso de la documentación y perfeccionista hasta la médula, no se pone tras la cámara así como así –y a lo mejor no le resulta fácil levantar ahora sus propios proyectos–. Desde entonces se ha centrado en la producción ejecutiva, es el caso de su labor en Tokyo Vice, compartiendo crédito con el propio Adelstein y los protagonistas –Ansel Elgort, encargado de encarnarlo, y Ken Watanabe–, firmando de paso el episodio inaugural.

Se reconoce al inquieto entusiasta de la imagen digital urbana: es un trabajo inmediato, nervioso y áspero, con su característica fluidez. Apenas una hora de duración da para lo que da: el director sienta las bases del tono de la serie y marca el camino estilístico a seguir, que nadie continúa. Al menos, en los siguientes cuatro capítulos que han podido verse antes del estreno, cuyo resultado general es bastante más perezoso y desvaído.

Imagen de 'Tokyo Vice'
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En Tokyo Vice nada destaca, nada molesta, nada importa: ni siquiera algún personaje. Todo es funcional y discreto, parece facturado para cumplir. La serie está escrita por el showrunner, J.T. Rogers, amigo del instituto de Adelstein, cuyo único crédito anterior es otra producción original de HBO, la película Oslo (2020). Plantea una estructura mecánica sin sorpresas, impersonal, que deja frío. Se nota, eso sí, un esfuerzo por hacer un retrato realista del periodismo de investigación y del mundo Yakuza, que no consigue resultar interesante.

Si tenemos en cuenta la fuente original, es una versión light –o cero-cero: cero intensidad, cero emoción– del libro. Partiendo de una historia tan potente, resulta una deshonra –como dirían los japonenes– haber seguido los derroteros más reconocibles para la adaptación. Se ha decidido prescindir de material dramático de primer nivel y sustituirlo por una trama alarmantemente convencional. De HBO (Max) se espera más.

Pese a que la mano de Mann solo se nota en el piloto, a nivel temático la serie puede conectar con su universo personal. Jake Adelstein –el de carne y hueso, no el melifluo de la ficción– es su tipo de personaje: independiente, obsesivo y, obvio, muy profesional. Como buen homo michaelmaniano, no hay día que no se pregunte por qué hace lo que hace, aunque no sea consciente de ello hasta que se vea ante una elección en la que se lo juega todo

En este sentido Jake se parece a Frank –James Caan–, el protagonista de la cool ópera prima del chicagüense, Ladrón (1981). Son dos ingenuos: al contrario que otros héroes de su filmografía, estos dos no cuentan con tanta experiencia vital, más allá de ser los números uno en los suyo. El periodista busca la gran historia, pero no intuye el precio que tendrá que pagar por ella. El caco sueña con una vida normal, pero no se da cuenta de lo que implica. El cine de Mann, como Tokyo Vice en versión papel, habla del peso de tomar ciertas decisiones o no tomarlas.

Imagen de 'Tokyo Vice'
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El cineasta de 79 años tiene un próximo proyecto en cartera: Enzo Ferrari, su ansiado biopic sobre el creador de la marca del cavallino rampante, al que lleva vinculado por lo menos dos décadas. Protagonizado por Adam Driver en el papel de Il Commendatore, Penélope Cruz, su esposa Laura Dominica Garello; y Shailene Woodley, la amante de este, Lina Lari. Parece que la producción arranca en mayo en Italia. El personaje de Ferrari ya tuvo un pequeño papel en la pasable Le Mans '66 (2019), la peli de carreras de coches dirigida con oficio por James Mangold con producción ejecutiva de Mann. Por si no había quedado claro, es un apasionado de los bólidos de la casa de Maranello –posee varios– y ha realizado vídeos promocionales para la marca.

Detrás de la noticia

Adelstein sigue viviendo en Tokio, donde ejerce su profesión para Asia Times y The Daily Beast, entre otros medios. Según comenta, la Yakuza está en decadencia. No puede despreciarse el poder que ejerce; sin embargo, su influencia mengua y los miembros envejecen sin que haya un relevo generacional –en 2009 contaba entre sus filas con unos 86.000 miembros; hoy por hoy no suman más de 10.000–, no interesa a los jóvenes porque la sociedad ya no los acepta.

Las guerras internas y las nuevas leyes que castigan hacer negocios con la Yakuza están provocando su asfixia, viéndose obligada a redirigir sus intereses hacia el fraude inmobiliario o el cibercrimen. Queda lejano el romanticismo que plasmó el japonófilo Paul Schrader –junto a Robert Towne–en el guión de Yakuza (Sydney Pollack, 1974), aquel contenido pero pasional poema sobre el deber, la deuda y la lealtad. Jake Adelstein ya ha terminado Tokyo Private Eye, continuación de Tokyo Vice, que verá la luz en 2023. Dice que lleva una vida tranquila. Se la merece.

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