'La chica de nieve' (Netflix): de bestseller a miniserie por obra y gracia de Jesús Mesas y Javier Andrés Roig, sus creadores

Más de 1.700.000 ejemplares vendidos de La chica de nieve es un dato que impone. No a Jesús Mesas ni a Javier Andrés Roig, creadores de la miniserie homónima que resulta de la adaptación de la novela de Javier Castillo y que llega el 27 de enero a Netflix.

"Intentamos que la novela y la serie dialogaran, pero nos centrarnos en que esta última tuviera peso específico y autonomía, que los personajes tuvieran vida propia dentro de la serie. Como creadores que somos, tenemos que meternos en una burbuja y centrarnos en la historia, que era la reina. Todo lo demás es ruido externo", detalla Jesús Mesas.

Trabajar con un material que ya existía tampoco les ha robado un ápice de libertad creativa. "Somos guionistas de televisión y estamos acostumbrados a trabajar con el material que viene de otra persona. A veces es una idea, otras es un concepto abstracto y otras, una sinopsis de una página. El hecho de que ya exista ese material, en este caso, la novela, nos marca un camino y, a partir de ahí, podemos empezar a crecer, por lo que hay cierta libertad", apunta Mesas.

"Rara vez uno trabaja con un páramo completamente yermo. La creatividad necesita que haya algún tipo de normas para poder empezar a fluir", matiza Andrés Roig. La serie de Netflix que firman los dos guionistas transcurre en Málaga, frente al Nueva York del relato original. Todo lo demás guarda mucha fidelidad al imaginario de Javier Castillo. Así lo han querido los creadores.

"El traslado de la novela a nuestra realidad ya nos fuerza a un número determinado de cambios, pero siempre manteniendo el espíritu de lo que cuenta la novela. Se mantienen los pilares, aunque no todo suceda directamente de la misma manera", asegura Ándres Roig. "Hemos querido ser muy fieles a los grandes temas de la novela, de manera que cuando veas la serie tengas las mismas sensaciones y reconozcas las intenciones del escritor", puntualiza Mesas.

¿Dónde está Amaya Martín?

Málaga, 2010, cabalgata de los Reyes Magos. Amaya Martín, una niña de 5 años, desaparece entre la multitud. Su padre le ha soltado tan solo un instante la mano. No hay rastro de ella. Se inicia entonces una doble investigación: policial y periodística. Es esta última la que va ganando terreno con Miren (Milena Smit), la periodista protagonista, que arrastra un trauma por un terrible suceso en el pasado.

"Una de las claves de esta adaptación es el realismo, la verosimilitud al traer la adaptación a un país como es el nuestro. Cuando comienza la serie, Miren es una periodista en prácticas que no puede llegar a ciertos lugares ni acceder a ciertos procedimientos y necesitábamos que la presencia de la policía fuera fundamental en este principio de la historia. A medida que Miren va creciendo como periodista, va ampliando su rango de influencia y su independencia como personaje dentro de la trama", señala Mesas.

"Esto viene del propio personaje. Miren investiga porque es más obsesiva, porque su propio trauma le lleva a ser incapaz de soltar ese caso. Siempre está al pie del cañón con la investigación porque no puede hacer otra cosa, está en su naturaleza", explica Andrés Roig.

"Una forma que tiene Miren de enfrentarse a ese trauma y a ese dolor es a través de la obsesión. En realidad, esa obsesión con el caso está haciendo que aparte la vista y niegue su propia herida interna. A partir de ahí es donde empezamos a construir emocionalmente a los personajes, que es lo que de verdad nos interesó en esta serie", cuenta su compañero.

Un viaje de sanación

Llegamos así a los conceptos que aglutinan los seis capítulos del thriller policíaco que es La chica de nieve: el trauma y el dolor. "Todas las tramas y todos los personajes aportan distintas visiones y estrategias de superación del dolor", detalla Mesas: "Queríamos plantear esta serie como un viaje de sanación emocional del personaje principal, Miren y, además, complementarlo con otros personajes que están sufriendo traumas y dolores parecidos, como son los padres de la niña (Loreto Mauleón y Raúl Prieto) o la inspectora de policía (Aixa Villagrán)".

El trauma de la protagonista y la desaparición de la niña conviven a partes iguales en la serie, y conseguir ese equilibro entre las tramas no resultó tarea fácil. "Fue uno de los retos: intentar que el conflicto interno de Miren estuviera relacionado con el conflicto externo y con el objetivo de encontrar a la niña. Tuvimos que sudar bastante para que todo encajara", señala Jesús Mesas. "Mientras busca a Amaya, Miren va encontrando retazos de sí misma", sintetiza su compañero.

Una búsqueda que la protagonista no abandona en ningún momento y en la que cuenta con el apoyo de Eduardo (Jose Coronado), su colega periodista. "Queríamos que fuera el mentor de Miren, la imagen de cierto periodismo ético desde el punto de vista profesional, pero, desde el personal, un pilar para ella", describe Mesas.

"Es el único hombre con el que Miren puede relacionarse sin miedo y la propia herida que ella tiene en el interior, fundamental en su personaje, también va a terminar atrayendo a Eduardo hacia la oscuridad", añade el creador: "Se crea una relación que es intensa, que por momentos es muy bonita. Hay mucha intriga, pero también es compleja y tiene matices".

Saltos en el tiempo

La serie transcurre en tres líneas temporales: 2010, 2016 y 2019, con sucesivos saltos al pasado y al futuro. "Hacerlo así era más divertido", coinciden los dos showrunners. "En la novela había muchos más saltos temporales: ¡62 por capítulo!", apunta Jesús Mesas.

"Decidimos jugar con esta estructura a través de tres líneas temporales que tienen un detonante, un nudo y un desenlace, y que además coinciden con diferentes sospechosos de la investigación", explica Mesas, antes de concluir: "Queríamos, de alguna manera, que cada línea temporal tuviera su dinámica narrativa, pero que, al mezclarlas, también nos aportara cierto suspense de por qué los personajes están actuando así".