'La Sagrada Familia', la docuserie sobre los Pujol: seguimos siendo incapaces de matar al padre

Había materia prima para un docucrime genial, pero a los creadores de esta serie de HBO les puede el terror
La sagrada familia
La sagrada familia
HBO Max
La sagrada familia
'La Sagrada Familia', la docuserie sobre los Pujol: seguimos siendo incapaces de matar al padre
HBO Max

En una escena que no te firma ni el mejor director de la factoría de terror Blumhouse, Jordi Pujol amenazó, durante una comparecencia en el Parlament, con “derribar el nido” si le tocaban mucho las narices. Era Pujol en todo su esplendor, con esa capacidad suya para convertirse en un padre castigador con la que aterrorizó a su oposición política, pero también a la sociedad catalana durante tres décadas. 

Levantó el dedito como si fuera el pantocrátor de Sant Climent de Taüll, el dios vengativo e inclemente que constituye una de las mejores obras del románico catalán y la sala entró en pánico. Ese terror primigenio al padre es lo que trasciende de La Sagrada Familia, una serie documental involuntariamente reveladora de hasta qué punto la presencia de Pujol sigue contaminando el debate público y político en Cataluña. Un miedo sociológico y transversal del que no nos hemos desembarazado. Los catalanes –o por lo menos sus medios– seguimos siendo incapaces de matar al padre.

La sagrada familia
La sagrada familia
HBO Max

Visto el título uno esperaba una especie de El Padrino, si no berlanguiano, sí de pà sucat amb oli, lleno de ambiciones y corruptelas, marinadas con señoras achicharradas en Solmanía, micrófonos en jarrones de restaurantes, coches de nuevo rico y madres superioras. Por lo menos, nos habría gustado una contraversión a la historia oficial de uno de los personajes fundamentales de la Cataluña del siglo XX. Que el espectador pierda cualquier esperanza: antes acabarán la Sagrada Familia (la otra, la de Gaudí), que poner en cuestión su figura.

La serie baila una sardana con el (falso) mito de Pujol, en un ejercicio blanqueador que ni el del odontólogo de Tom Cruise con los dientes del actor. Lo hace durante tres de los cuatro episodios, destinados a mostrar las luces y no las sombres del biografiado. Pujol se nos presenta como el Rey David de la Biblia soltando salmos a diestro y siniestro, hablando ¡seis lenguas! o subiendo montañas como si fuera el perfil de un seductor treintañero recién divorciado en Tinder. 

La sagrada familia
La sagrada familia
HBO Max

Es la historia oficial contada, en mayor parte, por los relatores oficiales que, en la Cataluña pujolista, son periodistas. El primer episodio compra, por ejemplo, la lucha antifranquista de Pujol, ese Braveheart catalán lanzador de octavillas, obviando la cárcel, represión y muerte de los miembros del movimiento obrero. Tampoco se hace mención a sus devaneos con el esencialismo más xenófobo (y a su texto sobre “el hombre andaluz” me remito). 

Lo de Banca Catalana queda como un error de alguien que no sabía de economía, pues solo se preocupaba de devolver al redil a su descarriado rebaño. La herencia andorrana de l’avi Florenci, un trapi entre ese buen señor y su nuera, a espaldas de su ocupadísimo hijo Jordi, solo descubierto cuando nuestro hombre se revela como apoyo del independentismo… por amor a su pueblo. 

Ese es el argumento principal que lo justifica TODO en TODOS los capítulos. Papá Pujol estaba taaaaaannnn preocupado por todos nosotros, sus hijos adoptivos que –¡mecachis!– se dejó llevar por malas compañías como las de los condenados Lluís Prenafeta, Macià Alavedra, Fèlix Millet, Joan Piqué Vidal, o el homicida Alfons Quintà… y, en último término, descuidó a sus siete churumbeles sanguíneos.

Es una premisa que, por convicción o por terror, se lleva a lo ridículo. El ejemplo paradigmático es el del adulterio de Pujol con su secretaria: entrevistan a la especialista en corazón Pilar Eyre, pero no se atreven ni a afirmar ni a desmentir la doble vida de Pujol, pero se sienten en la obligación moral de insinuarla, pues su existencia justifica que exista una culpa en el Molt Honorable que, como TODO, excusa que mirara para otro lado ante la deriva delincuencial de sus retoños. ¿Qué padre amantísimo no haría lo mismo?

La antagonista de todo este drama de revista del Paralelo, en una mirada inequívocamente patriarcal, como manda la gent d’ordre convergent, es Marta Ferrusola, bruja piruja, celosa amante que lleva mal lo de tener que compartir a su hombre con Cataluña (ya sabéis, él no tuvo culpa de nada). Es tan mala que (¡sacrilegio!), hasta convirtió el Camp Nou en un patatal cuando le encargaron a su empresa replantar su césped. ¿Acaso puede existir una mayor muestra de perversidad humana, intrínsecamente anticatalana, que mancillar el prestigio de tan insigne club? Una Ferrusola cuya parte del Caso Pujol, por cierto, ha quedado oportunamente archivada (¡qué cosas!) por motivos de salud.

La sagrada familia
La sagrada familia
HBO Max

Narrativamente, la estructura tiene una simplicidad cronológica y sigue las diferentes convocatorias electorales. A nivel documental, resulta pobre: cualquier televidente catalán está más que familiarizado con las imágenes de archivo de Pujol tocándole el culo a su señora, o su intecambio público de guantazos, repetidas hasta la saciedad incluso en programas como APM?

A nivel testimonial, se repite el deseo de no hacer demasiado ruido. Sí, el documental cuenta con dos ex presidentes como González y Aznar, las Kardashian de la política española, tan importantes en nuestra historia reciente como adictos a los medios. Pero se echan en falta muchos de sus enemigos íntimos tanto políticos como mediáticos. 

Tan solo Enric Gonález y el fiscal Mena pueden aportar algo de colmillo. A Jordi Amat, por ejemplo, experto en el ascenso de Pujol, autor de El hijo del chófer –obra que vale más por lo que calla que por lo que dice–, no le dejan meter cuchara. ¿Dónde está ese Raimon Obiols al que vejaron los pujolistas públicamente? ¿Dónde el Xavier Vidal Quadras cuya cabeza pidió expresamente Pujol a Aznar? ¿Por qué no se ha convencido a dos de los más preclaros y rebeldes analistas de la actualidad catalana, como son los francotiradores y polemistas Gregorio Morán y Arcadi Espada para participar en la serie?

Cómo será la cosa para que una arturmasista y, por lo tanto, pujolista conversa como la ubicua Pilar Rahola sea la más acerba en sus críticas: “millones de catalanes decidimos no mirar”, dice con una media sonrisa que también se dibuja en el rostro de otros entrevistados. Una media sonrisa que pretende ser irónica y no lo es. Tampoco es la media sonrisa de la hipocresía. Es la triste media sonrisa de la cobardía.

En 1984, un Jordi Pujol acorralado por la justicia debido al caso Banca Catalana salió a berrear al balcón del Palau de la Generalitat que: “¡en adelante, de ética y moral hablaremos nosotros!” Viendo La Sagrada Familia, parece que, lamentablemente, todavía lo siguen haciendo.

¿Quieres recibir las mejores recomendaciones de cine y series todos los viernes en tu correo? Apúntate a nuestra Newsletter. 

Mostrar comentarios

Códigos Descuento