'Un año, una noche': Isaki Lacuesta explora el estrés postraumático con los atentados del Bataclan

Noémie Merlant y Nahuel Pérez Biscayart dan vida a una pareja que vive el famoso atentado en esta película basada en la novela del superviviente Ramón González.
Noemie Merlant en 'Un año, una noche'
Noémie Merlant en 'Un año, una noche'
Cinemanía
Noemie Merlant en 'Un año, una noche'

Era evidente que algo estaba cambiando en el cine español. Cuando Alcarràs volvió a casa con el máximo galardón del Festival de Berlín habían pasado 39 años desde que el último español, Mario Camus, se había alzado con el oso dorado por La colmena. Pero quizás lo más significativo fuese que hacía 22 años que dos películas españolas no coincidían en sección oficial. Ese otro largometraje que compitió con el de Carla Simón era Un año, una noche, dirigido por Isaki Lacuesta y producido por Ramón Campos, y su aterrizaje en el festival era de todo menos casual.

“Era algo que hablábamos mucho Elias [Siminiani], Dani [Sánchez Arévalo], Isaki [Lacuesta] y yo: que había un cine de autor europeo que nos encantaba y que no se hacía con dos millones y medio sino con siete”, explica el productor de Un año, una noche convencido de que estos cineastas quieren llegar al público, contra lo que se puede creer de primeras sobre el cine de autor. 

“Ellos quieren, lo que hay que hacer es darles las armas para que puedan construir algo grande”. Para Isaki Lacuesta es una cuestión de cambio de cultura e incluso de cambio generacional. “Si quieres hacer un cine que tenga capacidad de llegar al público pero que no pierda intensidad personal ni vocación artística hacen falta presupuestos equivalentes a los europeos”, explica el director de Entre dos aguas. “Es lo único que ha faltado en España y creo que ahora ya está pasando. As bestas también está en esa liga, Cinco lobitos...”.

Imagen de 'Un año, una noche'
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Campos y Lacuesta llevaban tiempo trabajando en un proyecto que nunca vio la luz cuando surgió la posibilidad de embarcarse en Un año, una noche. “Yo soy coleccionista de fotografía y estaba en París Photo cuando sucedió el atentado de Bataclan”, recuerda el productor. “Al día siguiente, paseando, me quedé pillado con cómo estaba la ciudad”. Esa sensación le llevó a comprar todo lo que se escribió sobre el atentado en busca de una historia que pudiesen contar desde su productora, Bambú. La encontró en el libro Paz, amor y death metal, escrito por Ramón González, un español residente en París que estaba en Bataclan la noche del atentado.  

Eafgles of death

Lo primero que viene a mi memoria es una luz sobrecogedora. Un resplandor repentino me sacude la mente y veo la sala devorada por su aura. Ya no estamos a oscuras. Ya no toca la banda. A mi alrededor, en el foso, hay cientos de personas, como yo, tiradas en el suelo. Mantienen la cabeza escondida entre los brazos y tiemblan. Muchos aún no son conscientes de lo que ocurre. Algunos morirán sin saberlo”. 

Así comienza el recuento autobiográfico de Ramón González del atentado perpetrado por radicales islamistas el 13 de noviembre de 2015 en la sala de conciertos Bataclan, en París, donde murieron 130 personas, de las cuales 90 fallecieron en el recinto. El autor era una de las 1.500 personas que presenciaban un concierto del grupo estadounidense Eagles of Death Metal y, aunque salió físicamente ileso del atentado, acarreó profundas secuelas psicológicas.

Eso fue lo que más interesó de su relato a Ramón Campos, que enseguida pensó en Isaki Lacuesta para llevarlo al cine. El director, sin embargo, no lo veía tan claro. “De entrada, pensé que era demasiado delicado, que recrear el atentado en cine era imposible. Pero el libro me conmocionó, está lleno de impresiones que son imposibles de imaginar si no las has vivido”, explica y recuerda cómo el encuentro con Ramón González y su pareja, que estaba en el concierto con él, fue decisivo para que se animase a aceptar el proyecto. 

Imagen de 'Un año, una noche'
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De hecho, era la historia de amor de ambos y sus secuelas tras el atentado, lo que más interesó a Lacuesta. Tanto le interesaba que, al adaptar el guion con Fran Araujo e Isa Campo, decidió incluir también el punto de vista de ella y convertirla en francesa para añadir una diferencia identitaria y apelar al público galo. “Que dos personas hayan vivido de forma distinta la misma tragedia me parece sumamente inquietante”, explica sobre las reacciones de Ramón y Mariana (Paola en el libro y Céline en la película), diametralmente opuestas, tras el atentado: ante la muerte, ella se da cuenta de que es feliz y él, por el contrario, piensa que su vida hasta el momento ha sido un fracaso. “Porque luego, ¿cómo lo compartes con los demás, si no estás de acuerdo con la persona con la que lo estás viviendo?”.

Conducir dos Ferrari

Isaki Lacuesta no tiene carnet de conducir. Pero cuando le pregunto cómo ha sido trabajar con Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant, los intérpretes que dan vida a Ramón y Céline, responde que ha sido como conducir dos Ferrari. “Pensé en Nahuel en cuanto acepté la película. Quedamos a cenar y nos dijo que contásemos con él sin leer el guion”, explica del intérprete que, años antes, había formado parte del jurado que le había concedido la Concha de Oro en el Festival de San Sebastián por Entre dos aguas. “Escribimos el guion pensando en él. Con el guion escrito, se estrenó Retrato de una mujer en llamas y nos quedamos fascinados con Noémie”.

Pero Lacuesta tiene buenas palabras para el reparto en general. “Si algo falla es culpa mía porque el reparto es un reparto soñado”, dice refiriéndose a Quim Gutiérrez, Alba Guilera, Natalia de Molina, Enric Auquer y C. Tangana, que hace aquí su primera incursión en el cine. “Hace años que le sigo, me enamoró su talento. Estoy seguro de que pronto le veremos actuando más y dirigiendo. Es un crack”, reflexiona Lacuesta, que agradece a sus actores la valentía de aceptar papeles tan pequeños siendo intérpretes de primer nivel.

Imagen de 'Un año, una noche'
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Para el director, el mayor reto de Un año, una noche era la visualización de la violencia. “Hubo un momento en el que hablábamos de la idea de poder jugar con el fuera de campo desenfocado con el que juega László Nemes en El hijo de Saúl y rodamos alguna escena así a la salida de Bataclan pero al verlo nos dimos cuenta de que resultaba obsceno, quizás porque era algo muy cercano en el tiempo. Lo que funcionaba para contar el Holocausto resultaba obsceno ahora. Las líneas rojas eran esas: no ver impactos de bala, no ver a los terroristas, que solo se viesen los ojos de los que miran”. 

Aunque no sea explícita, la violencia se siente en esos recuerdos como flashazos que persiguen a los protagonistas durante el año que sigue a la fatídica noche. También en el sonido. “Es la primera película que he hecho con mezcla en Dolby Atmos, así que cuando se estrene imagino que se podrá ver en cines así –explica Lacuesta–. El Atmos casi siempre se utiliza para el espectáculo, pocas veces a favor del realismo. Quizás las secuencias más obvias son cuando están encerrados en el camerino, porque hay capas de sonido de lo que suena en el exterior y de lo que suena dentro. Y también la hiperestesia que tienen ellos como síntoma del estrés postraumático. Ese efecto más expresionista en el que los sonidos de vida cotidiana se hiperbolizan y tú los sientes como una agresión”.

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