¿Por qué nos enganchan tanto los 'true crime'? Un criminólogo nos ayuda a dar con 10 razones

'True Crime', del criminólogo Vicente Garrido, es el primer ensayo sobre el fenómeno que ve la luz en nuestro país.
'Making a Murderer' y 'The Jinx', dos éxitos del true crime.
'Making a Murderer' y 'The Jinx', dos éxitos del true crime.
Cinemanía
'Making a Murderer' y 'The Jinx', dos éxitos del true crime.

Las más de 600 páginas de True Crime, de Vicente Garrido, publicadas por Ariel, pueden hacernos suponer que se trata de una enciclopedia de obras basadas en crímenes reales, ya sean películas, documentales, series, libros o podcasts. Error. Garrido no pretende ser exhaustivo, sino que, a partir de unos 60 títulos seleccionados entre todos los formatos, analiza el fenómeno en toda su amplitud, como una serie de esclarecedoras clases magistrales a las que sólo les faltaría un índice onomástico para agilizar la consulta.

Garrido, que da clases en la Universidad de Valencia a alumnos de Criminología y Derecho, confiesa que ha operado la selección de títulos en función de “su importancia, variedad, pero también de mis gustos personales. El caso Alcàsser, por ejemplo, no está porque es un caso sobreexpuesto y muy contaminado. Me tiene harto”. 

Nos encontramos con el eminente criminólogo en el bar (cerrado) de un céntrico hotel de Barcelona. No se quita la mascarilla, cosa que nos hace sentir Clarice Starling, aunque le estamos agradecidos por habernos ayudado a elaborar este decálogo aproximativo que explica nuestra pasión por el true crime.

True Crime
True Crime
Ed. Ariel

I. El Mal siempre nos ha resultado fascinante

Nos nos hemos roto la cabeza en este punto, pues el subtítulo de True Crime no es otro que La fascinación del mal. “El true crime representa al Mal”, sintetiza Garrido en persona. Aunque en el decálogo católico sólo ocupa el quinto lugar, matar al prójimo sigue siendo la transgresión ultima que, salvo en tiempos de guerra, afortunadamente sólo acomete una minoría: el asesino.

De ahí que el resto fantasee con aquello. Garrido se resiste a llamarlo morbo: “Morbo viene de mórbido, enfermizo. Por derivación pasó a ser gusto por algo insano. Y yo lo que digo es que es que nuestro interés por los casos reales es lo más normal del mundo, porque no hay nada más humano que aprender cuáles son aquellas cosas, personas, tipos de relación, credos o sistemas políticos que son capaces de dañarnos moral y psicológicamente, o perjudicar a nuestro país o la identidad con la que nos identifiquemos. Y todo eso es el true crime. Definir el true crime como algo morboso es muy peyorativo, limitémonos a calificar de morbosos aquellos que no están hechos para que el espectador reflexione, sólo para que se solace en la sangre”.

II. Las historias escritas con sangre siempre han tenido un alto poder dramático

“La Odisea o La Ilíada, que son los pilares de la literatura occidental, son auténticos baños de sangre. No hay gran escritor que no haya escrito algo que no tenga componentes criminales”, sentencia Garrido. Y tiene razón. La mayor parte de la historia del cine y de la literatura está salpicada de hemoglobina ajena. El true crime no nos atrae sólo por el poder magnético del tabú expuesto en el punto I, sino porque en cada caso, o por lo menos los más interesantes, se activan los adictivos recursos de una novela de suspense.

El lugar del crimen. La reconstrucción del mismo. La investigación. El misterio. Las sospechas. Las pistas buenas y las pistas falsas. La persecución del culpable y su detención. La restauración del orden público y social. Un buen true crime tiene todos estos ingredientes. “Incluso los mejores documentales implican una manipulación artística por parte del director”, añade el criminólogo, para subrayar que el suspense siempre atrapa, y más cuando sale de la vida misma, aunque siempre hay que saberlo dosificar, esté basado en hechos reales o sea pura invención.

III. No podemos evitar que nos atraiga la violencia

No hace falta recurrir al asesinato, cualquier manifestación violenta nos cautiva. No nos gusta, la rechazamos enérgicamente. Pero si vamos por la calle y dos se pelean a gritos, difícilmente podremos apartar la vista. Ahí hay una parte instintiva, por supuesto, que nos lleva a ponernos en guardia, una experiencia en la que interviene el miedo. Los true crime son un subgénero del terror, y por eso tampoco sorprende que Garrido incluya en su ecléctico y nada encorsetado ensayo un ejemplo de pura ficción como True Detective, por su influencia el género, y porque, al igual que este, “nos ayuda a reflexionar sobre la naturaleza de la violencia humana”.

“Por mi trabajo, he entrevistado a numerosos asesinos en serie, como Joaquín Ferrándiz Ventura, que mató a cinco mujeres en Castellón, o el ecuatoriano Chamba, que asesinó a una decena en Ecuador antes de venir aquí y acabar con la vida de una estudiante de derecho”, nos cuenta Garrido a propósito del miedo. “Pero nunca he pasado tanto miedo como cuando entrevisté a un delincuente habitual, hiperviolento. Sólo había matado a una persona, pero cada vez que se lo recordaba se ponía como loco, porque seguía odiando a su víctima. Pasé mucho miedo. Nunca me pasó nada parecido con un psicópata”.

IV. La calidad del documental americano tiene la culpa

Garrido analiza todas las formas del true crime: desde sus orígenes literarios, incluso anteriores a A sangre fría (1966), de Truman Capote –Conan Doyle, por ejemplo, estudió crímenes reales, además de inventarse a Sherlock Holmes– a la actual moda de los podcasts, que tiene en ¿Hablas miedo?, de Mona León Siminiani, uno de sus mejores exponentes nacionales. Pero está claro que el actual boom se debe a la tradicional calidad del documental americano, mucho más que a las películas basadas en hechos reales, que por lo general suelen instalarnos en una distancia demasiado confortable. El trabajo de los actores amortigua el efecto de realidad, salvo en notables excepciones, como Snowtown (Justin Kurzel, 2011), una película realmente violenta.

No cabe duda que, a partir de la que podríamos calificar de fundacional –porque la mayoría de directores lo cita como referencia– The Thin Blue Line (Errol Morris, 1988), se ha creado una gran escuela. En los últimos tiempos, gracias a las plataformas –no por nada, en su mayoría americanas–, nos hemos visto sumergidos en un alud de true crimes de calidad. Sin ir más lejos, el próximo 10 de febrero Netflix estrena Escena del crimen: Desaparición en el Hotel Cesil, del mismísimo Joe Berlinger, que dirigió, junto al prematuramente fallecido Bruce Sinofsky, la trilogía Paradise Lost (1995/2011), que para este cronista sigue siendo el mejor true crime de la Historia. Cada espectador tiene su true crime favorito. En la variedad está el gusto.

V. Estados Unidos es una cantera inagotable

A pesar de que en nuestro país también se han producido true crimes de calidad –véanse, por ejemplo, El caso Asunta o Muerte en León, ambos analizados por Garrido–, no cabe duda de que Estados Unidos es la denominación de origen por excelencia del género. Eso no sólo se explica porque Hollywood sea la industria audiovisual más poderosa (actualmente en liza con China), o simplemente la más influyente, sino porque Estados Unidos tiene también la tasa más alta de población reclusa del mundo: 655 presos por 100.000 habitantes en el año 2000.

El catálogo de casos criminales de Estados Unidos es prácticamente inagotable. Y son muchos los que gozan de los ingredientes adecuados para fabricar un buen true crime. Es cierto que, ante tan maña cantidad, también proliferan los subproductos de marca blanca que no aportan nada. Baratos repasos de casos ya conocidos en los que no aparece ningún elemento nuevo. Pero, como dice Garrido, “si bien vivimos la edad de oro del true crime, junto a los clásicos también aparece mucho autor menor, como ocurrió con el western o con cualquier otro género”.

VI. El culto a los asesinos en serie viene de largo

“El asesino en serie es como el traje de gales que no pasa nunca de moda”, suelta con sorna el criminólogo valenciano, semioculto tras su mascarilla negra, guardando la distancia de seguridad, como si hablásemos a través de un cristal. Y no cabe duda de que, en el origen de este fenómeno que viene de América, está la entronización del asesino en serie como icono pop, como un auténtico Superhéroe del Mal, que tiene sus fans, inadmisibles legiones de fans.

“Es verdad que tienen fans que se compran la camiseta. Pero en Estados Unidos vive mucha gente, y puede que haya, no sé, me lo invento, un millón de personas dispuestas a pujar por un bolígrafo que utilizó Charles Manson, pero no deja de ser una minoría. Para algunas personas, aquel que hace algo excepcional, aunque sea completamente perverso resulta atractivo. No sé puede negar la capacidad de fascinación de un asesino en serie. A mí me fascina ver a Ted Bundy. En comparación con el resto que suelen ser unos palurdos, tenía cosas que decir. Pero no llego hasta el punto de convertirlo en un icono. Eso está claro”.

VII. El campo de batalla se ha ampliado considerablemente

“Si el true crime estuvo mucho tiempo capitalizado por el asesino en serie, el espectro del crimen se ha ampliado mucho por la expansión de la información. Antes se sabía mucho menos sobre los escándalos políticos, por ejemplo. Ahora interesa cualquier crimen que tenga importancia. A ver si acaban sacando un true crime de Trump o de Putin”, espera Garrido. “Aquí también nos haría falta uno sobre Villarejo, no sé por qué no lo hacen, quizás por falta de recursos”.

En el libro, Garrido dedica espacio a algunos célebres true crime que se salen de lo previsible. También aborda el nazismo, porque “Eichmann en Jerusalén, el clásico de Hannah Arendt, aunque filosófico, a su manera también es un true crime”, lo mismo que Le studio de la terreur (Alexis Marrant, 2016), sobre la sangrienta maquinaria de propaganda del ISIS, o Jonestown: The Women Behind the Massacre (Nicole Rittenmeyer, 2018), que recuerda el “suicidio” masivo en la Guyana de la secta liderada por Jim Jones. Esas fotos de los cuerpos inertes junto a vasitos de Tang naranja dejaron mi infancia por los suelos. Desde entonces el único refresco que tolero es la Coca-Cola.

VIII. Al fin y al cabo es periodismo de alto calado

“Si el true crime es la estrella de la programación, también es porque introduce un nivel de análisis que no está al alcance de ningún otro medio. Ni la prensa, ni la televisión, ni la radio. Sólo el true crime te va a mostrar que la justicia da asco. Es el auténtico periodismo crítico”, sentencia el criminólogo de la mascarilla negra, que también es fan de CINEMANÍA, cosa que no es un crimen, sino todo lo contrario.

A lo expuesto, cabe añadir, o subrayar, que difícilmente podremos encontrar un sistema policial, judicial, carcelario, con más fallas prestas a ser visibilizadas que el americano. Y los mejores true crimen son aquellos que ejercen auténtico periodismo de investigación, llegando a alterar el resultado final, liberando a inocentes –el clásico falso culpable–, y ocasionalmente ayudando a capturar a los auténticos culpables. 

Garrido cita como ejemplo elocuente The Jinx, cuando Robert Durst se incriminó a sí mismo mientras le estaban grabando, y analiza la serie Proyecto inocencia, centrada en cuestionar las decisiones judiciales y liberar a presos que han sido injustamente encarcelados. Paradise Lost, Capturing the Friedmans… la lista es larga.

IX. Nos hace más tolerantes a la frustración

Esto me lo he sacado de la manga, pero de la misma manera que hay muchos casos sin resolver, como aquel Zodiac inmortalizado en la obra maestra de David Fincher, el true crime también nos enseña a tirar la toalla. Llega un punto en el que tenemos que renunciar a tratar de comprender: pienso por ejemplo en los interrogatorios de John Wayne Gacy, capaz de contradecirse en una misma frase... Por muchos perfiles psicológicos a lo Mindhunter que leamos, siempre hay algo que se nos escapa. El mismo expediente del más sangriento asesino en serie –abusos y violencias sufridas en la infancia– puede derivar en una persona incapaz de matar a una mosca.

“Sí, es verdad”, reconoce el criminólogo. “Nosotros podemos acotar la realidad, avanzar en su conocimiento y en su predicción. Pero nunca podremos abarcarla del todo, por la sencilla razón de que no hay dos personas iguales, ni tampoco dos situaciones iguales. El mismísimo Richard Ramirez, por ejemplo, en alguna ocasión dejó a sus víctimas con vida. Y te preguntas: ¿Por qué, si a la otra le sacó los ojos?. Siempre hay un margen para la incertidumbre”.

X. Nos permite reconciliarnos con nuestro Yo más oscuro

El true crime nos permite enfrentarnos a “la sombra que se esconde en nuestro subconsciente”, adquirir mayor consciencia de nuestras virtudes y de nuestras limitaciones, hacernos más fuertes. A menudo, después de hundir los brazos hasta el fondo del bidón del True Crime, me gana el desaliento, me invade la angustia, y tengo que oxigenarme con cosas más alegres. De ahí que me pregunte por la pasta de la que está hecha un criminólogo como Garrido.

Él me lo explica: “Te tiene que interesar el tema, dejarte llevar por el interés científico, coger distancia. A raíz de mi profesión, me he relacionado con gente muy mala. Pero también, o sobre todo con muchas víctimas, y familiares de víctimas. Aprendes que la vida no tiene justicia, y que el dolor insondable que provoca el crimen es irreparable. Pero todo eso forma parte de la naturaleza humana. Al final, el médico que está en contacto con la muerte es el más sabio. Un oncólogo tiene más profundidad que un dermatólogo. A mí, mi profesión me ha ayudado a valorar mucho la vida”.

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