Cannes 2022 | ‘Triangle of Sadness’: Östlund cierra su trilogía de la ridiculez masculina

Cinco años después de ganar la Palma de Oro con ‘The Square’, el sueco vuelve a provocar con una sátira llena de vómitos, ricos y gente guapa.
Triangle of Sadness
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El triángulo de la tristeza es ese espacio entre las cejas y la nariz en el que los cirujanos plásticos se entretienen poniendo bótox. En la perfección de ese triángulo pueden nacer o morir muchos sueños. Ruben Östlund lo usa como metáfora de la premisa de su película, Triangle of Sadness: la belleza como moneda de cambio, como escalera de ascenso social, aún más empinada en este mundo de redes sociales.

Dividida en tres partes, en la primera, Triangle of Sadness arranca con la presentación de una pareja de modelos, guapos, jóvenes, famosos (Charlbi Dean y Harris Dickinson) que parece que tienen más de lo que en realidad tienen por su influencia digital. Ella es una influencer de éxito, que recibe muchos regalos, como un viaje en un yate de lujo en el que se encuentran con ricos de verdad, miembros del 1% de la población mundial, como un vendedor ruso de fertilizantes (o vendedor de mierda, como dice él), otro del mundo digital y hasta veteranos vendedores de armas. Y, entre ellos, el capitán del barco, marxista y alcohólico (un genial Woody Harrelson).

A las pochas noches de la travesía, precisamente, en la cena del capitán una tormenta provoca un auténtico shitshow. Literal. La escena que más gritos y risas ha generado de momento en Cannes, vómitos, mierda… un espectáculo que se alarga entre intentos de la tripulación de seguir sirviendo ostras y champán y de sus pasajeros ricos por disimular su momentánea vulnerabilidad.

La tercera parte transcurre en una isla desierta donde solo han llegado cinco pasajeros y tres tripulantes entre ellos una de las mujeres de limpieza que será la que tome el control por sus habilidades de supervivencia.

Además de convertir a estos ricos en seres miserables que llegan a las costas en chalecos salvavidas, de reírse de su ignorancia y de sus caprichos, Östlund se regodea especialmente con los hombres (o contra ellos), perdidos en los nuevos roles masculinos, como ya empezó haciendo en Fuerza mayor y continuó en The Square. 

¿Por qué tengo que pagar siempre la cena? Se pregunta el modelo y monta un auténtico número en la primera parte. Y en las siguientes va colocándolos más aún en espectáculos patéticos. Son ellos los acosados e utilizados sexualmente. Los que se demuestran completamente inútiles ante las crisis e incapaces de recomponerse. De nuevo, solo la belleza parece conseguir algo.

Alrededor de estos hombres, el director construye escenas que incomodan hasta la risa histérica. Y en algunas, sin duda, lo clava. Pero en otras, en conjunto, parece que sigue perdiendo sutileza en su ironía. Imágenes y chistes obvios que en el Festival han logrado enfrentar posiciones extremas de admiración y odio por el filme, como ya ocurrió en The Square.

Pero aquella consiguió la Palma de Oro y dicen que a Vincent Lindon, el presidente del jurado, le gusta una buena trama y crítica política y social. Triangle of Sadness más crítica no puede ser, otra cosa es que su tono cada vez más grotesco sea para todos los gustos.

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