Cannes 2022 | La magia de George Miller necesita más gasolina en 'Tres mil años esperándote'

Tilda Swinton e Idris Elba se seducen con el arte de la narración infinita en un relato fantástico carente de chispa.
Tres mil años esperándote
Tres mil años esperándote
Cinemanía
Tres mil años esperándote

El australiano George Miller, autor total de la saga Mad Max, la única franquicia del cine espectáculo que no perdió fuelle sino todo lo contrario al repropulsarse décadas después de su apogeo con Mad Max: Furia en la carretera, tiene en su filmografía otra faceta alejada de la acción postapocalíptica. 

Miller se destapa como un narrador risueño de cuentos fantásticos en títulos como Babe: El cerdito en la ciudad (1998) –secuela de Babe, el cerdito valiente (1995) que él escribió y produjo–, los filmes de animación de Happy Feet o incluso la juguetona adaptación de John Updike en Las brujas de Eastwick (1987). Un terreno creativo al que pertenece de lleno Tres mil años esperándote, la nueva película que ha presentado fuera de competición en el Festival de Cannes siete años después de que Imperator Furiosa quemara la Croisette.

Tres mil años esperándote adapta un relato de la escritora británica A.S. Byatt cuyos derechos adquirió el cineasta a mediados de la década de los 90. Desde entonces ha buscado la manera de llevar a la gran pantalla la historia fantástica de The Djinn in the Nightingale's Eye, escribiendo el guion de manera intermitente a lo largo de estos años junto a su hija Augusta. Si el éxito de Mad Max: Furia en la carretera le dio el empujón de respaldo financiero que necesitaba, el resultado parece aquejado de ese proceso creativo pospuesto y fragmentado.

Es una pena, porque lo fragmentario está en la esencia misma de un proyecto maximalista que integra relatos dentro de relatos siguiendo la línea de Las mil y una noches, referente básico en el arte de cautivar con el placer de la narración. Tilda Swinton interpreta precisamente a una narratóloga que viaja a Estambul para dar una conferencia. Allí adquiere una vieja botella en una tienda perdida del bazar. 

Cuando la abre en el hotel, de ella emerge un genio o djinn encarnado por Idris Elba con orejas puntiagudas y el carisma al 11 de siempre. Siguiendo la tradición, promete concederle tres deseos. Como el personaje de Swinton (de personalidad bastante estereotipada a pesar de la solidez habitual de una actriz por encima del bien y el mal) sabe bien lo que suele suceder en estos casos, en vez de ponerse a pedir deseos de inmediato lo que hace es entablar un diálogo con el ser flotante. 

El genio pasa a ejercer de Scheherezade contándole a Swinton experiencias previas de los últimos milenios en el asunto de los deseos a ver si se anima a pedirle tres cosas de una vez para quedar libre del todo. Así se establece el marco narrativo en el que van surgiendo una serie de breves relatos ambientados en una amalgama indeterminada de elementos estéticos arábigos y de Asia Menor con los que Idris Elba cuenta la historia de su larga vida a Swinton, ambos vestidos de albornoz en la habitación de hotel.

Esa disposición tan austera, que articula de ida y vuelta la mayor parte del metraje, podría contrastar con el despliegue imaginativo de las historias con forma de fábula que cuenta el genio, protagonizadas por gente como la reina de Saba. Sin embargo, el diseño artístico no llega tan lejos como las dimensiones del relato. Pensar en The Fall (2006), el impresionante canto de amor al poder de los cuentos que hizo Tarsem Singh, puede resultar incluso cruel al establecer comparaciones por el vapuleo que cualquiera de sus imágenes (no hablemos ya de los paisajes, vestuarios, arquitecturas y laberintos argumentales) pegan a la película de Miller.

Por si fuera poco, la propia estructura fragmentaria de Tres mil años esperándote llega a sabotearse al diluirse casi por completo en un tercer acto cuyo remate mediante bocados de fundidos a negro parece fruto de una producción que tuvo que disminuir su escala al verse afectada por los años de pandemia. Mejor pensar eso en vez de que un director tan reacio a la zona de confort como Miller no ha querido apuntar nada alto con esta película.

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