Seminci 2022 | ‘EO’: vida de este burro

Jerzy Skolimowski presume de brío cinematográfico con un humanista y descorazonador fresco sobre el mundo desde la conmovedora mirada de un asno.
Eo
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A Contracorriente
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Debajo de la peluda y suave piel de Eo, el burrito de algodón protagonista de la nueva y vibrante nueva película del polaco Jerzy Skolimowski, se esconde una resistencia de piedra.

Es fácil acudir a Juan Ramón Jiménez o a Robert Bresson al evocar la ternura que despierta al valiente asno de EO, errante a su pesar por un mundo en llamas en el que apenas hay ya lugar para el afecto, pero el burro imaginado por el veteranísimo cineasta posee un rebuzno propio, que se lamenta por el cariño perdido sin jamás rendirse.

Cuando vemos a Eo derramar una inusitada lágrima después de ser separado de su dueña en el circo donde vivía, sabemos que ese pesar va a acompañarle el resto de su vida, dejando también un rastro de tristeza en nuestras retinas.

Eo se ve obligado a trotar al son de la rueda de la fortuna, tan pronto protagonista de estampas acogedoras y graciosas como víctima de la crueldad humana, y sus peripecias son también un vivido fresco de una sociedad al borde del apocalipsis.

Tan trepidante como experimental, Skolimowski, como su burrito, huye de cualquier convención y a sus 84 años esta leyenda del cine de autor europeo puede presumir de un brío cinematográfico que ya quisieran para sí voces más jóvenes.

Tako, Hola, Marietta, Ettore, Rocco y Mela, los seis burros que han dado vida a Eo, han ayudado en la tarea, pero la firmeza y confianza del polaco en sus imágenes es mucho más que meritoria.

Por momentos, la película se asemeja al cine del sueco Roy Andersson y en ocasiones parece que estemos frente a una fábula de Esopo o un cuento de Perrault, aunque EO, sobre todo, es expresionista y poética, y no necesita de diálogos ni de otros ambages habituales para dibujar el drama de lo contemporáneo.

No hay duda de que el burrito ejerce de faro moral en las sucesivas viñetas por las que transita, pero la cámara de Skolimowski no pretende reflejarse en los ojos del animal sino ver a través de ellos, lejos de la idea de lo humano como medida del universo.

La intensidad de las imágenes acompaña el punto de vista del animal. A brochazo limpio, con pasajes teñidos de rojo y una cámara que no le teme al riesgo, EO avanza desafiando las expectativas del espectador en busca de una emoción primigenia, tejiendo un cordón umbilical que nos ligue para siempre a la belleza del animal.

Al final, la ternura y el coraje del asno ponen en jaque todas nuestras creencias sobre cómo estar en el mundo, y entendemos que esa es su íntima misión.

Como el recuerdo de la suave caricia que rememora nuestro peludo protagonista, la imagen de sus ojos azabache y de su piel de algodón pervive también fuera de la sala de cine, al trote, alegre, juguetón, melancólico y, por supuesto, tozudo.

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