SEFF 2022 | 'When the Waves Are Gone': el mejor western de los últimos años tiene acento filipino

Detectives con psoriasis, exconvictos bautistas y un duelo de bailes pueblan la nueva película del filipino Lav Diaz.
Imagen de 'When the waves are gone'
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Cinemanía
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Martes, 16:45 de la tarde. Quizá la peor hora para ver una película a cualquiera que le pregunten por el Festival de Sevilla. La de la siesta, la que te garantiza alguna que otra cabezada. Y más si la película que uno acude a ver es una cinta filipina de tres horas, una de las de mayor duración en todo el certamen y, sin embargo, una de las películas más cortas de su autor, el filipino Lav Diaz

Quizá por eso no es demasiada la gente que se acerca a la sala, y menos aún la que permanecerá en ella. Pero lo que no saben tanto los que no han acudido como los que abandonarán el barco al principio, es que When the Waves Are Gone es una de las películas más especiales de este festival. Un auténtico viaje emocional y físico con detectives astutos y problemas dermatológicos, exconvictos bautistas y un paisaje de ensueño, el filipino, como gran telón de fondo. Como diría uno de los personajes en uno de los pocos mensajes de texto que se entiende dentro de ese indescifrable y heterogéneo idioma que es el filipino: GAME.

A pesar de su duración, When the Waves Are Gone pone las cartas sobre la mesa desde el principio. Las de un detective, Hermes Papauran (John Lloyd Cruz), y su descenso a los infiernos después de un incidente en la escuela de policías en la que enseña y la eclosión de una enfermedad en su piel que terminará por deteriorar e inhabilitarle. Todo eclosiona cuando su otrora mentor y ahora némesis, el general Primo Macabantay (Ronnie Lazaro), sale de la cárcel después de llevar en ella varios años tras ser acusado de corrupto por su pupilo Hermes. 

Imagen de 'When the waves are gone'
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Una lúcida conversación con su buen amigo y periodista Raffy Lerman (Dms Boongaling) nos revela que el deterioro de Hermes no está solo en su piel, sino también en su mente, y que este está cerca de convertirse en un hombre tan enajenado y violento como el que años atrás metió entre rejas. Jugadores presentados y escenario (la esplendorosa ciudad de Manila y la apacible San Isidro) dispuesto, la partida está servida.

Lo primero que llama la atención del filme de Diaz es precisamente es ese imponente paisaje sobre el que sitúa la historia, filmado con un bellísimo blanco y negro en 16mm para intentar captar las luces y sombras de un lugar tan bello como poblado de crímenes, corruptela y demás vicios que empañan la pureza de Filipinas. Una pureza que encarnaba Hermes siendo el mejor detective de toda Manila, pero que incluso él acaba siendo afectado por la tóxica atmósfera en la que vive. Su personaje no deja de ser la otra cara de la misma moneda, la de Primo Macabantay, en en su búsqueda de venganza se dedica a ir secuestrando a gente para someterla a un curioso ritual de bautismo. 

Diaz juega hábilmente con el patetismo intrínseco de sus personajes, muy impulsivos y capaces de cualquier cosa, desde agredir con una violencia inhumana a ponerse a bailar de la forma más insospechada y alegre posible. La crueldad y la bonhomía conviven en este mundo que crea el director, y sus personajes son imprevisibles en sus actos pero no muy diferentes a la hora de mostrar sus sentimientos. 

Imagen de 'When the Waves are gone'
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Entre baile y violencia, Diaz también introduce largas conversaciones en las que reflexiona sobre estos temas, y en las que además deja entrever el gran tema de la película, que no es otro que la corrupción política (y moral) que vive su país en los tiempos que corren. Un sistema podrido que crea monstruos como Macabantay y transforma incluso a los puros como Hermes. Diaz alude a la figura del presidente de Filipinas, el populista Rodrigo Duterte, ahora sucedido por Bongbong Marcos, hijo de otro gobernante del país que fue tildado de fascista como Ferdinand Marcos

El duelo entre Macabantay y Hermes Papauran es el de la dictadura del gobierno contra el pueblo filipino, quien como Hermes ha crecido idolatrando a su mentor y poco a poco se ha dado cuenta de la cruda realidad, aunque aún le profese respeto y cierta admiración. Hay un cierto tono de decepción y falta de esperanza en la mirada de Diaz, como si su pueblo estuviera deteriorándose al ritmo que sucede la enfermedad de Hermes, una enfermedad que como dicen en la película no está solo en la superficie, sino también en el interior, en el alma. 

Solo el tiempo dirá qué significa esta película para Filipinas y para el mundo, pero de momento algunos afortunados han podido disfrutar de este viaje de casi tres horas en las que hay lugar para todo. Para el policíaco, para el humor y también para el western. Atípico, de ritmo pausado y con acento filipino, pero un western al fin y al cabo. Un duelo entre dos pistoleros en medio de un paraje en el que lo único que se escucha no es esa barrilla típica del desierto americano, sino las olas. Las olas que resuenan con cada vez más fuerza y que a veces pueden limpiar y otras, sin embargo y como demuestra la historia, traer de vuelta lo malo.

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