SEFF 2022 | 'Inmotep': que todo brille como si estuvieras muerto

Julián Génisson cruza el umbral de las imágenes de stock de internet para ofrecernos un alocado misterio que parte de la tarjeta de una inmobiliaria
'Inmotep'
'Inmotep'
Cinemanía
'Inmotep'

Desde mucho antes de saber que existiría una película llamada Inmotep —casi diría que la sensación me ha perseguido toda la vida—, una comitiva de encapuchados avanza por un pasillo tenuemente iluminado, repitiendo con fervor maquinal las sílabas “Im-ho-tep, Im-ho-tep”. Ignoro a qué película pertenece el fogonazo, o si ocurría algo similar en un cómic de Mortadelo y Filemón, pero sospecho que si trato de resolver el misterio tecleando en Google terminaré algo decepcionado. Tenía la vaga esperanza de que Inmotep, el estreno mundial en Sevilla de la cinta de terror inmobiliario e imágenes de stock de Julián Génisson, me restituyera esa escena primigenia. No solo no lo hizo, sino que inoculó a mi cabeza imágenes todavía más perturbadoras.

Génisson acudió a la presentación de la película con una camiseta de Tenebre, ese giallo donde el maestro Dario Argento quiso trabajar la inquietud a plena luz del día. La información es relevante no solo porque yo lleve días sin cambiarme una de Suspiria, sino porque la pesquisa de Marc Llansó, un chófer que se obsesiona con un agente inmobiliario con el rostro de Juan Cavestany, sucede en un Madrid alucinado y sobreexpuesto: la fotografía de Pablo Hernando trata la luz como una mancha que se expande y amenaza con devorar a los personajes, traspasarlos a otra dimensión. Algo parecido a lo que hace el personaje de Lorena Iglesias en la película: pinta inquietantes cuadros de los empleados de la inmobiliaria, entre los que está el peculiar villano interpretado por Luis García Luque.

El arranque de la película, en el que una voz informática nos habla de los umbrales mientras la cámara recorre las estancias de un hotel abandonado en el extrarradio madrileño, ya nos sume en una suerte de estado liminar del que, si compramos la propuesta y el humor esquinado de Génisson y su cuadrilla, ya no saldremos hasta que un letrero como los de las películas de terror italianas de los setenta nos diga “Avete visto Inmotep”, dedicada, por cierto, al cantante italodisco Alberto Carpani y a la que fue compañera y colaboradora de Argento, Daria Nicolodi. Contribuye a la hipnosis el que Inmotep no tenga diálogos audibles y sean los sonidos de Jorge Hyperpotamus —luego le vimos echar el resto en concierto en la sala Long Rock— los que nos guíen en esta aventura a caballo entre el banco de imágenes de internet y las calles con nombres italianos de Madrid.

Si hay artistas que se inspiran en los aspectos reconocibles del mundo, en lo que vemos cada día al salir a la calle, y tratan de aprehenderlos con la mayor naturalidad posible, otros se detienen en los juegos, en las rimas ocultas, en lo que solo se ve si miras de otra forma. De ese extrañamiento parte Génisson, para moldearlo junto a un entregado grupo de actores y técnicos que son también amigos en busca de algo que quizá ni siquiera esperan encontrar.

Ser es posar todo el rato, nos dice hacia el final de la película otro de esos Loquendos con la voz rota: posar para la fotografía infinita del cosmos, mucho más huidiza que las imágenes de cosas, lugares y personas que abarrotan nuestras pantallas. Ser es posar todo el rato y supongo que por eso me tiemblan las piernas cada vez más y me giro cada dos por tres, retorciendo la cabeza para ver en la ventana los avances del sol. Quedan cinco minutos para que me echen de esta habitación de hotel y, al fin y al cabo, estas son palabras que trastabillan. Vean Inmotep, si quieren pasar sesenta y cinco minutos de sano cachondeo existencial.

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