SEFF 2022 | 'Los hijos de los otros': las madres que no fueron

Radiante y conmovedora, Virginie Efira abre el festival con un bello relato de maternidad truncada.
Fotograma de 'Los hijos de los otros'
Fotograma de 'Los hijos de los otros'
Fotograma de 'Los hijos de los otros'

Puede que Los hijos de los otros, la inauguración del 19º Festival de Cine Europeo de Sevilla, además de ser una buena película, sirva para ubicar definitivamente en el mapa a su directora, la francesa Rebecca Zlotowski. Ella y una estupenda Virginie Efira, su actriz protagonista, estuvieron en el Teatro Lope de Vega para dar el pistoletazo de salida al certamen con este retazo de vida, de un año en la vida de una mujer que ve como la posibilidad de tener hijos se le escurre entre las manos.

Hasta ahora, en filmes como Belle epine, su debut, o Una chica fácil, Zlotowski había retratado a muchachas que, en el tránsito hacia una incierta adultez, lidiaban con su incipiente carnalidad. El exultante primer tramo de su nueva película también rebosa sensualidad, pero el escenario, fotografiado en vivos colores por George Lechaptois, es otro: las angustias, las inseguridades sociales y el enamoramiento de Rachel, una profesora soltera y sin hijos que empezará a transferir su anhelo de maternidad a la hija pequeña de su pareja, Ali, un afable diseñador industrial.

Si bien la cineasta parisina siempre se ha destacado por acercarse con mucha naturalidad al cuerpo femenino, y Los hijos de los otros no es una excepción al respecto, este redactor no pudo evitar quedarse con un momento especialmente tierno, en el que la mirada cautivada de Efira repasa de arriba abajo los contornos del cuerpo de su amante, mientras este termina de ducharse. Es un instante breve, pero feliz, y es que, bajo su sencilla premisa argumental, esta es también una película sobre los gestos, y las miradas, del amor.

Un amor que no se circunscribe a la relación sentimental entre la pareja: con el mismo júbilo vemos carcajearse al propio padre de Zlotowski, que interpreta al padre de Rachel (y de su hermana) o descubrimos las serenas facciones del célebre documentalista Frederick Wiseman interpretando al perceptivo ginecólogo de la protagonista. A medida que algunas malas noticias se abren paso, el propio tono del filme parece resentirse por momentos, como si del deslumbramiento inicial sucumbiéramos a la previsibilidad del destino. Aunque, como es habitual en la cineasta, los trayectos que describe nunca son cerrados: la vida, al fin y al cabo, continúa.

Siempre resulta ampuloso hablar de obras de madurez, pero lo cierto es que no solo es esta una de las películas más redondas y rimadas de Zlotowski, sino que además compendia un poco algunos recursos estilísticos que ya le hemos visto emplear anteriormente, como el terminar las escenas tapando paulatinamente el visor de la cámara o su querencia por los pasajes musicales; aquí, destaca el Cocaine Blues de Dave Van Ronk —el cantante folk en el que los Coen se inspiraron para A propósito de Llewyn Davis— superponiéndose a uno de los clímax emocionales de la pareja protagonista. Atardece en Sevilla, las hojas de los árboles se tiñen de dorado y puede que esta sea simplemente una película bien narrada, una película triste y hermosa.

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