De la coca al fuego: la atormentada vida del cómico Richard Pryor

Las drogas, el sexo y la violencia marcaron la existencia de este humorista tan provocador como genial.
Richard Pryor
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Cinemanía
Richard Pryor

Verano de 1980. Richard Pryor se encuentra en pleno rodaje del filme Perdedor nato. Un día, ciego de coca y marihuana, se rocía el cuerpo con ron y se prende fuego. Como una antorcha humana corre calle abajo hasta que la policía lo lleva al hospital. En la sala de espera, cuando el médico pregunta por la señora Pryor, ocho mujeres se levantan a la vez.

"Hijo de una prostituta y un chimpancé", como a él le gustaba decir, Richard Franklin Lennox Thomas Pryor III (Peoria, Illinois, 1940) tuvo una infancia digna de un personaje de Sade. A los seis años fue violado por un vecino, a los ocho sorprendió a su madre fornicando con un cliente y a los 10 lo enviaron a vivir al burdel de su abuela. 

De adolescente, su temperamento agresivo hizo que lo expulsaran del instituto y el ejército. Harto de todo, el joven se refugiaba en la oscuridad de las salas de cine. Pero ni las películas de su admirado Howard Hawks conseguían acallar las voces que escuchaba dentro de su cabeza: “Un mundo de drogadictos, borrachos y putas que chillan sin parar”. 

Para vomitar esas voces, se hizo monologuista. Corrían los años 60. Empezó actuando en Las Vegas, pero su humor corrosivo cuajó más en Nueva York, donde compartió escenario con Bob Dylan y Woody Allen. 

Sin embargo, hasta 1974 no encontró la horma de su zapato: el programa de televisión Saturday Night Live, que multiplicó su audiencia gracias a aquel espídico negrata que soltaba un “hijoputa” en cada frase y se mofaba de la policía, el racismo, la droga o sus propias miserias conyugales. 

Pryor se casó siete veces y todos sus matrimonios acabaron como el rosario de la aurora; en una ocasión, llegó a liarse a tiros con el coche de su pareja.

Las películas de Richard Pryor

Respecto a su carrera cinematográfica, el propio actor reconocía que “he hecho cosas fantásticas y cosas no tan buenas. El dinero no me ha sido indiferente”. No en vano, firmó un contrato de 40 millones de dólares con Columbia Pictures, y cobró cuatro millones por su intervención en Superman 3 (1983), un millón más que Christopher Reeve.

Entre 1967 y 1997 apareció en unos 30 largometrajes, tan distintos entre sí como El mago (1978), La película de los Teleñecos (1979), Noches de Harlem (1989) o No me chilles, que no te veo (1989), este último junto a su inseparable Gene Wilder.

Devastado por una esclerosis múltiple, se despidió de la gran pantalla con Carretera perdida (David Lynch, 1997) en silla de ruedas y pasó sus últimos años recluido en su mansión californiana, viendo una y otra vez El silencio de los corderos. 

Murió de un infarto en 2005, dejando huérfanos a siete hijos y a discípulos tan aventajados como Eddie Murphy o Robin Williams. Pese a todo, su mejor epitafio lo pronunció alguien tan siniestro como Bill Cosby: “Nadie ha dibujado una línea tan fina ente la tragedia y la comedia como Richard Pryor”.

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