Películas lentas para tiempos acelerados: "El 'slow cinema' te obliga a reflexionar sobre el entretenimiento"

David Ferragut e Iona Sharp-Casas coordinan el libro colectivo 'Lo que dura una película', dedicado a analizar un estilo cinematográfico poderosamente contemporáneo.
Fotograma de 'First Cow'
Fotograma de 'First Cow'
Fotograma de 'First Cow'

Pocas expresiones más intuitivas del capitalismo que una hamburguesa, o en general el tipo de comida que esta representa convencionalmente: la comida rápida, la fast food. Lo que no evita que esa misma hamburguesa pueda haber llegado a vehicular una resistencia a esta categorización, deviniendo objeto de artesanía gourmet conjuntamente a otras muchas otras mutaciones que, en tiempos de agobiante velocidad e inmediatez, propongan que nos tomemos un momento para propiamente disfrutar de ese momento. Iona Sharp-Casas cita el slow eating, la slow fashion o el slow gaming. «Hay un auge de movimientos slow».

También existe el slow cinema, aunque el nombre de esta supuesta tendencia haya sido objeto de debate y cuestionamiento desde que en 2010 Jonathan Romney lo propusiera con respecto a varias películas de la última década. Sharp-Casas sostiene que «el slow cinema es contestatario en cuanto a que responde a un estilo de vida actual». «No solo un sistema económico, sino también un tipo de cine y entretenimiento; esa idea de que un producto cultural nos tiene que entretener y ante todo evadir». Junto a David Ferragut ha coordinado Lo que dura una película: Una antología sobre slow cinema (Laertes), colección de ensayos sobre la que sobrevuelan estas consideraciones.

Portada de 'Lo que dura una película'
Portada de 'Lo que dura una película'
Laertes

«Es esa idea de que está mal perder el tiempo, de que cualquier cosa que sea aburrirse es perder el tiempo». Los ensayos están centrados en nombres como Béla Tarr, Albert Serra o Apichatpong Weerasethakul. «Hemos querido partir del trabajo de cineastas concretos», explica Ferragut. «La trayectoria de todos ellos es coherente, mantiene un interés ético o estético de principio a fin, aunque naturalmente se vayan dando diferencias temáticas». Esto explica que cada ensayo parta de un enfoque distinto, como el relato fantástico en Weerasethakul, la inminencia del apocalipsis en Tarr o el influjo del Marqués de Sade en Serra.

Es lo que nos mueve a pensar, también, en el slow cinema como algo totalmente transversal. No ha de tener una afinidad estricta con ciertas inquietudes, y con su sacudida de las convenciones podría haber estado ahí desde mucho antes de que se acuñara un nombre para él.

Las escuelas de la lentitud

Ferragut recurre al crítico Harry Tuttle, que «considera que las primeras películas slow son de 1895». Es decir, el año en que el cine fue oficialmente inventado. «La obra de los Lumière, con esos planos fijos de los obreros saliendo de la fábrica, sería slow en comparación al cine de Georges Méliès». Mientras Méliès echaba mano de la fabulación y el espectáculo para maravillar al público con viajes a la luna o a través de lo imposible, los Lumière se contentaban con poner la cámara y observar.

«Lo slow siempre corre paralelo a un cine más rápido, normalmente el de Hollywood». Con lo que, en la misma medida y arraigo que existe Hollywood (alineado con las distintas fases del capitalismo), existe lo slow. Aún así Lo que dura una película apenas examina obras anteriores a los años 90, y esto es una decisión consciente. «Empezamos a contar desde 1989 siguiendo el razonamiento de Nadin Mai, una de nuestras autoras. En el 89 tiene lugar la caída del muro de Berlín, que abre una nueva manera de entender la estética y la historia. Así podemos dejar de lado a autores lentos que ya han sido tratados de manera más extensa anteriormente, como Yasujiro Ozu o Michelangelo Antonioni».

Fotograma de 'Buenos días' (Yasujiro Ozu, 1959)
Fotograma de 'Buenos días' (Yasujiro Ozu, 1959)

La citada Mai escribe en Lo que dura una película sobre la documentalista china Zhang Mengqi. Porque el slow cinema no se ciñe a la ficción, y de hecho en el apartado documental encuentra un terreno especialmente apropiado para prodigarse. «La construcción documental es un proceso que requiere mucho tiempo», apunta Sharp-Casas. «Una obra como The Ancient Woods de Mindaugas Survila, dedicada a los bosques ancestrales de Lituania y sus habitantes, tardó en filmarse y editarse cuatro años, sin incluir la fase de preparación. Para construir algo así hace falta entender antes cómo funciona el entorno que vas a grabar».

«Una de las claves del slow cinema es que ofrece resultados que requieren un tiempo específico para mostrarse. Acepta que hay cosas importantes que han de contarse en un tiempo concreto, y eso conecta con el trabajo de investigación previa de los documentales», añade Ferragut. El documental participa pues de un rigor expositivo; el mismo rigor que alienta las trayectorias de buena parte de los nombres del slow cinema, tan susceptibles de dedicar años a un mismo tema. «A partir de Casa de lava Pedro Costa estudió durante dos décadas a un grupo poblacional en particular, los inmigrantes de primera o segunda generación que venían de Cabo Verde y se integraron en barrios periféricos de Lisboa».

«Del mismo modo Kelly Reichardt se interesa por la relación entre los seres humanos y la naturaleza, algo que se ve desde Old Joy a First Cow. Y Apichatpong Weerasethakul atiende a los cuentos locales de Tailandia, centrados en la religión y la magia». Ferragut justifica así la variedad de perspectivas de Lo que dura una película, sin que falten ensayos capaces de lanzar una suerte de panorámica sobre cómo el espectador contemporáneo podría relacionarse con ellas. En su texto La estética del aburrimiento Emre Çağlayan se centra por ejemplo en Érase una vez en Anatolia, del turco Nuri Bilge Ceylan, y defiende el tedio como una disposición de ánimo más productiva de lo que pudiera parecer.

Fotograma de 'Érase una vez en Anatolia'
Fotograma de 'Érase una vez en Anatolia'

El tedio, sin embargo, es algo que causa rechazo por principio en la actualidad, y de ahí que este cine contemplativo se haya ido conformando como una alternativa ostensible desde principios de los años 90. Una década que, conectando con el fin de la Guerra Fría en tanto a parteaguas, bien podría haber alumbrado también un tipo de cine acelerado: si existe el slow cinema, se entiende que debe haber un fast cinema. «David Bordwell ya lo dejó caer a finales de los 90: había una tendencia en Hollywood a acelerar el ritmo de las películas».

Frente a los directores del slow cinema, Hollywood habría auspiciado las carreras de Tony Scott, Michael Bay, Baz Luhrmann o Paul W.S. Anderson, dentro de un diálogo de energías tan sorprendente como deslocalizado, que en cualquier caso echaba a perder la posibilidad de seguir haciendo acopio de la historia del cine según un canon sólido y compacto. Y así es como nos topamos con que la mejor película de la historia sea un claro ejemplo de slow cinema.

Lo lento se hace mainstream

A finales de 2022 Sight & Sound colocó a Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles en cabeza de sus votaciones de las mejores películas de la historia. Chantal Akerman vino a desafiar entonces el histórico liderazgo de Ciudadano Kane y Vértigo, con una propuesta tan alejada de lo que estas representaban como para espolear enfrentamientos y desconciertos entre la cinefilia. Ferragut opina que es «una película brutal, maravillosa», muy distinta a lo que representarían Alfred Hitchcock y Orson Welles. «Puestos a intentar dar con una película que perviva y haya generado una influencia determinante en el cine slow, si Jeanne Dielman no es el mejor ejemplo se acerca mucho».

«Por poner un ejemplo. La película se compone de tres días de Jeanne Dielman, y vemos siempre las mismas acciones y los mismos espacios. Pero lo que hace Akerman es ir cambiando los ángulos, las tomas. Añade variaciones a la repetición», explica el escritor. «En El caballo de Turín, la última película de Béla Tarr, pasa lo mismo. Son seis o siete días, y lo que vemos es lo mismo con cambios de plano o perspectiva o duración. Como si lo importante fuera insistir en la repetición de gestos, con un pequeño matiz. Enlaza mucho con un tipo de cine de autor que se hace ahora. Ese interés por lo doméstico, por las acciones diarias».

Jeanne Dielman (Delphine Seyrig) pela patatas sin saber que también está haciendo historia
Jeanne Dielman (Delphine Seyrig) pela patatas sin saber que también está haciendo historia

Sharp-Casas lo vincula entonces con esa otra tendencia, localizada particularmente en el último cine español, de prestar atención a lo rural. Todo nos lleva a lo mismo: a una huida, un tipo de evasión distinta, frente a la velocidad feroz del actual flujo de imágenes. En ese sentido el slow cinema se articularía como una respuesta colectiva, tan intuitiva y necesaria como para que el propio mainstream se nutra de él. No solo en cuanto a sus modificaciones del canon (si así quisiéramos entender el liderazgo de Jeanne Dielman), sino por una utilización de estilemas asociados al slow cinema en producciones alejadas a priori de él.

Rooney Mara, en A Ghost Story, se come un pastel en plano fijo durante cinco minutos. «Lo que se pretende con esto es sumergirte en el estado emocional del personaje», razona Ferragut. «Hollywood usa normalmente el plano fijo, el plano lento, para emociones muy concretas. La lentitud es bastante expresiva y el cine de Hollywood sabe aprovecharse de ella». Sharp-Casas asume que «hay películas mainstream que están tomando características típicas del slow cinema, y esto puede responder a las necesidades del mercado del momento. A algo que realmente se está poniendo de moda, y el mercado lo ve».

«La frontera entre cine comercial y el contemplativo no es rígida». Este tipo de retroalimentación dibujaría un escenario donde el slow cinema podría ser un fetiche, fácilmente apropiable por el mainstream, con unas connotaciones peliagudas que Steven Shaviro critica en el último ensayo del libro. ¿Nutre el slow cinema un Hollywood propio, diseminado en festivales y burbujas críticas? «Añadiendo el artículo de Shaviro al final queríamos abrir este debate, son cuestiones de las que hay que hablar».

«Lo que plantea Shaviro es que quizá la fórmula festivalera de cine lento se haya convertido en otro mantra», apunta Ferragut. «Respetar o copiar ciertos protocolos estéticos del cine lento puede convertirse en un tópico, por más que pueda ser dirimido desde posiciones intelectualistas. Si alguien afirma que el cine de Hollywood es institucional también puede ser institucional el de los festivales, porque tiene su propio código». Lo que está claro, en cualquier caso, es que todos estamos en contacto con diversas expresiones de la lentitud. Ya sea porque un malestar específico nos pide acercarnos a ella, o porque el capital ya tiene su oferta a punto.

Fotograma de 'El caballo de Turín'
Fotograma de 'El caballo de Turín'

Darse un tiempo

Lo que dura una película puede ser tanto una puerta de entrada a un tipo de cine propio de nuestro presente, como una respuesta organizada al zeitgeist. Aunque sigue habiendo una pega insoslayable: el slow cinema puede ser temible. «Es normal que asuste», concuerda Sharp-Casas. «Enfrentarte a una película de dos, cinco, siete horas, donde no pasa nada o pasa muy poco, y siempre en un margen muy dilatado. Nos hemos acostumbrado a consumir un tipo de producto más rápido, con una gratificación instantánea, y supongo que hay películas que requieren una cierta preparación mental porque disuaden bastante».

Así que, ¿cómo entrar en el slow cinema? «Diría que lo mejor es ir con mente abierta y sin expectativas, sabiendo que seguramente te vas a aburrir o a irritar, a pensar ‘¿qué estoy haciendo viendo esto?’», prosigue. «Pero una de las cosas más bonitas del slow cinema es que te obliga a reflexionar sobre el mismo entretenimiento: el entretenimiento como algo en lo que no hay que pensar. Podemos reflexionar sobre nuestros hábitos cinematográficos, sobre esa conexión que hacemos entre aburrirnos y ‘perder el tiempo’. Se dice que en el cine contemplativo no pasa nada y aunque pueda ser verdad, ¿qué es lo que nos da tanto miedo de dedicar un rato a pensar en el silencio, la ausencia, la monotonía…?».

«En mi experiencia lo fundamental es que te apetezca ver una película. No verla porque ‘hay que verla’. Es que además hay mucho donde elegir. Nuestra antología puede permitir eso. ‘Acabo de leer este artículo sobre Ben Rivers y tengo curiosidad por ver esta película’». Ferragut apostilla que «claramente hay que elegir una puerta de entrada». «Claro que da miedo enfrentarte a una película como Season of the Devil de Lav Diaz. Un musical sin música de cuatro horas, donde todo es recitado», apunta refiriéndose a ese cineasta filipino que no tiene ensayo dedicado en Lo que dura una película, pero que bien pudiera aparecer en un segundo volumen junto a Tsai Ming-Liang o Bruno Dumont.

Ferragut y Sharp-Casas recomiendan empezar por las películas slow que se hayan comercializado más o hayan saltado a una conversación más amplia, caso de las mencionadas First Cow y Érase una vez en Anatolia, o de Una pastelería en Tokio de Naomi Kawase. Un director tan consagrado como Jim Jarmusch, para gente como Ira Jaffe (que inaugura Lo que dura una película con un potente estudio sobre Béla Tarr), sería también bastante lento aun viniendo del paradigma de Hollywood.

Fotograma de 'Una pastelería de Tokio'
Fotograma de 'Una pastelería de Tokio'

Hay alternativas. «Antes hablábamos de que lo slow puede orbitar entre la ficción y el documental, y justamente una de las cosas a las que más se puede acercar la experiencia de este cine es a la instalación de museo», destaca Ferragut. «Hay muchas películas slow que son o nacen de una instalación de museo, por ejemplo Man with no name de Wang Bing. Si alguien quiere meterse en el cine slow, yo recomiendo ser práctico y acudir al museo». Ferragut menciona por ejemplo Periferia de la noche, una exposición de Apichatpong Weerasethakul que ahora mismo se ubica en Matadero Madrid y durará hasta abril de 2024. «Si la experiencia de esta exposición les sugiere algo, creo que pueden intentarlo».

«Dicho esto, no creemos que el cine slow sea mejor en ningún sentido», concluye el escritor. «Te propone maneras nuevas de ver las cosas, pero eso no hace que sea mejor ni peor que cualquier otro tipo de película». El cine, como siempre, se puede disfrutar de muchas maneras. Lo interesante es cuáles, de pronto, se antojan más seductoras que otras.

¿Quieres estar a la última de todas las novedades de cine y series? Apúntate a nuestra newsletter.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento