20 años sin Paco Rabal, el genial actor que alcanzó la gloria de representar al pueblo

Recordamos junto a su hijo Benito a Paco Rabal: un hombre que no pasó desapercibido por la sociedad, los escenarios y los platós.
Francisco Rabal en 'Viridiana' (1961) y 'Juncal' (1989)
Francisco Rabal en 'Viridiana' (1961) y 'Juncal' (1989)
Cinemanía
Francisco Rabal en 'Viridiana' (1961) y 'Juncal' (1989)

Carlos Boyero escribió una vez que Francisco Rabal contó siempre con “el instinto depredador del que emerge de las sombras y de la miseria para buscar su lugar en el sol”. Seguramente el crítico de cine no exageraba, teniendo en cuenta lo lejos que había sido capaz de llegar el actor murciano desde que vino al mundo, en marzo de 1926, en el seno de una familia bastante pobre y analfabeta.

Hijo de un minero, Rabal nació en una pedanía de Águilas (Murcia) y emigró con sus padres a Madrid a los seis años. Cuando la Guerra Civil llegó a su fin, se puso a trabajar como vendedor ambulante para ayudarles. Pero ya entonces tenía tantas inquietudes y ganas de aprender que cada día, después de terminar su jornada, acudía con gusto a las clases nocturnas que había para personas mayores.

Desde que descubriera el cine en su pueblo natal, Rabal había soñado con convertirse en actor. Pronto se puso a trabajar en todo lo que fue surgiendo con el objetivo de aportar a la economía familiar y, a los 16 años, encontró empleo como obrero en los recién inaugurados Estudios Chamartín, donde comenzaron a rodarse muchos de los filmes de aquella época.

“Se aprendía de memoria los guiones que se encontraba sobre las sillas o encima de algún mueble, y siempre estaba dispuesto para hacer cualquier escena, por muy insignificante que fuera. Por su estupendo aspecto físico e imagen de galán iban dándole pequeños papeles para interpretar”, señalaría luego el periodista Miguel Ángel Blaya Mengual en su libro Francisco Rabal. El niño que llegó a ser un gran actor.

Los versos de un actor total

Un día, la abuela de Rabal le llevó a Dámaso Alonso unos versos hechos por su nieto. El poeta español los leyó y, tras hablar con aquel aprendiz de escritor, le dio una carta de recomendación para Luis Escobar, que entonces dirigía el Teatro Nacional María Guerrero. 

“Aquel aspirante a actor empezó a tener oportunidades con interpretaciones cortas en importantes obras de teatro. Y cuando solamente tenía 22 años entró a trabajar en una de las más famosas compañías teatrales, la ‘Lope de Vega’, con uno de los mejores directores, José Tamayo”, apunta igualmente en su libro Blaya Mengual.

Rabal, que tardaría poco en granjearse una reputación de seductor mujeriego, conoció en la Lope de Vega a una joven y educada actriz catalana llamada Asunción Balaguer, con la que se casaría tres años después y tendría dos hijos (Teresa y Benito). Y en aquella compañía fue también donde, en palabras del propio Tamayo, Rabal se reveló como “un actor total” capaz de hacer bien cualquier papel que le dieran.

Durante años, el actor murciano alternó su carrera en el teatro con el cine. Sin embargo, terminó decantándose por el séptimo arte, sobre todo, después de que, en 1953, el director y guionista Vicente Escrivá, creador de la productora Aspa Films y asociado con el director Rafael Gil, le contratara en exclusiva para actuar en una serie de películas moralizantes con títulos como La guerra de Dios (1953), El beso de Judas (1954) o Murió hace quince años (1954).

El resurgir de las cenizas

En uno de aquellos largometrajes, titulado La gran mentira (1956), Rabal daba vida a una estrella en decadencia que queda desfigurada y deprimida tras sufrir un accidente de coche. Irónicamente, el murciano sufrió en diciembre de 1963 un aparatoso accidente en la autopista de Barajas cuando regresaba de una fiesta de fin de rodaje. Pasar por un trance como este le dejó importantes secuelas a Rabal, y estuvo a punto de acabar con su prometedora carrera.

“Se partió las dos piernas y un brazo, y tuvo cicatrices en la cara”, recuerda ahora a CINEMANIA su hijo Benito Rabal. “Tras varias operaciones que le tuvieron postrado en la cama casi dos años, quedó el problema del brazo. Le intervinieron varias veces hasta que decidieron que se lo tenían que amputar. Mi padre, desesperado (ya que eso suponía el fin de su carrera), llamó a [Luis] Buñuel, más que nada para consolarse, y Buñuel le dijo que se fuera a Londres para que le viera un médico español exiliado, Josep Trueta”.

Pero la situación económica familiar era entonces “desastrosa”, según recuerda Benito, con lo que Rabal y su mujer recurrieron a un primo suyo, Alfonso Escámez, entonces director del Banco Central, “pero éste les negó el crédito a pesar de que mi padre ponía dos casas como aval. El dinero se lo dejaron Fernando Fernán Gómez y Fernando Rey, aunque luego el Doctor Trueta no quiso cobrar nada".

"De aquella época mi padre conservó la cicatriz que le cruzaba la mejilla. Nunca se la quiso quitar, creo yo que para recordar la amistad que le brindaron tantos compañeros. Luego, Trueta y su yerno el Doctor Valderrama le fabricaron una especie de protector en el brazo y así pudo empezar a trabajar de nuevo. Y como siempre en su vida, resurgió de las cenizas”, explica.

Prolífico y versátil

Entre las más de 200 películas en las que actuó Rabal, destacan obras como Nazarín (1959), dirigida por su colega Luis Buñuel y rodada en México (donde vivía exiliado este cineasta). Aquel filme, donde el actor dio vida a un humilde cura obsesionado por compartir su pobreza con los más necesitados, contribuyó enormemente a que Rabal empezara a ser conocido y valorado en todo el mundo.

Francisco Rabal en 'Nazarín' (1959)
Francisco Rabal en 'Nazarín' (1959)
Cinemanía

Actor versátil donde los haya, Rabal tuvo siempre una gran facilidad para interpretar personajes de todo tipo. Lo mismo encarnaba con solvencia a César que lo bordaba haciendo del pintor Francisco de Goya, el navegante Cristóbal Colón o el guerrillero Che Guevara. Y fue precisamente su camaleónico carácter el que le ayudó tanto a captar la atención de los mejores directores extranjeros como a recibir numerosas ofertas de países como Italia, donde rodó con asiduidad en los setenta, una década en la que también se atrevió a dirigir cuatro cortometrajes.

Hasta de Hollywood le llegaron guiones a Rabal, al que la prensa llegó a referirse en su día como el “actor-galán más internacional del cine español”. En Estados Unidos, por ejemplo, rodó el intrigante thriller Carga maldita (1977), dirigido por William Friedkin. Varios años antes, este mismo director le había ofrecido también un papel en The French Connection, contra el imperio de la droga (1971), pero Rabal no dominaba el inglés y se echó atrás a la hora de aceptarlo. 

Francisco Rabal en 'Carga maldita' (1977)
Francisco Rabal en 'Carga maldita' (1977)
Cinemanía

En una entrevista realizada con Pedro Manuel Víllora años después, el actor confesaría haber lamentado aquella oportunidad perdida: “Fui yo quien recomendé a Fernando Rey. Me mandaron un telegrama diciendo que estaban interesados, y no hice caso. Sin embargo, me llamaron quince días antes, y en quince días no podía tener preparado mi inglés. Siempre me he despreocupado”.

Indudable don de gentes

Benito Rabal colaboró con su padre en dieciocho películas, y le recuerda como un hombre simpático y con bastante don de gentes. Para muestra, un botón. En una ocasión, ambos coincidieron en Roma, donde el galán se encontraba rodando una película y Benito vivía exiliado del franquismo. Tras cenar juntos en la casa que este último compartía allí con otros compañeros, Benito decidió acompañar a Paco de regreso al hotel. 

“Ya casi llegando a nuestro destino nos paró la policía en un control. El problema es que la mitad de los que iban en el coche tenían pasaporte falso y, además, llevábamos en el maletero varias cosas comprometedoras que íbamos a introducir clandestinamente en España. Mi padre no lo sabía, y cuando quiso bajar del coche para hablar con la policía, que se había puesto muy pesada, yo se lo impedí, hasta que de un empujón consiguió bajar del coche y se encaró con los agentes”.

En esa época, acababa de reponerse la serie italiana sobre Cristóbal Colón (Cristoforo Colombo, 1968) de Vittorio Cottafavi protagonizada por Paco Rabal. “Mi padre se plantó entonces ante el oficial al mando y le soltó: ‘Soy Cristóbal Colón y, con la autoridad que me confiere el haber llegado al Nuevo Mundo, os ordeno que dejéis ir a estos buenos chicos que solo querían acompañar a su padre’. Yo pensé: ‘¡Ya la hemos liado! De aquí salimos esposados’. Pero no. Los policías empezaron a pedirle autógrafos que mi padre firmaba como Cristóforo Colombo y, entre risas, pudimos seguir adelante. Todo por la bondadosa simpatía que derrochaba a raudales”.

Ya en su etapa de madurez artística y personal, Rabal rodó bajo las órdenes de Mario Camus la película Los santos inocentes (1984), basada en la novela homónima de Delibes. Su papel de Azarías (un tierno hombre con discapacidad intelectual) fue muy aclamado por la crítica y le encumbró definitivamente: le brindó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes en 1984 y, además, le llevó a ser galardonado con el premio Nacional de Cinematografía.

Después, Rabal conquistaría al gran público gracias a su papel en la serie de televisión Juncal (1989), y hasta se convertiría en chico Almodóvar después de que el manchego le llamase para encarnar al viejo director de cine erotómano de su comedia negra ¡Átame! (1989). 

Pero lo cierto es que el murciano logró trabajar a lo largo de su vida con los directores españoles más populares de cada época. De la mano de uno de los más grandes, Carlos Saura, protagonizó Goya en Burdeos (1999), un filme que Saura no estaba dispuesto a dirigir si no era Rabal quien encarnara al pintor Francisco de Goya. Pues bien, este trabajo cosechó varios premios y le valió al actor el cabezón a la mejor interpretación masculina.

Pero ni siquiera ganar un Goya cambió a Rabal, que siempre tuvo los pies en el suelo y a menudo hizo gala de su enorme humildad y generosidad. “No soy institucional porque me parece más hermosa la libertad, no estar condicionado a reglas. Soy una especie de comunista muy sui generis. Soy de la idea. No soy asambleario ni nada eso. Lo que me preocupa es la justicia social. Se puede decir que soy un humanista”, confesaría en una entrevista concedida muy poco antes de morir.

Ningún galardón le levantó los pies del suelo

El actor concebía el cine como un trabajo duro que no dejaba espacio al divismo, y mantuvo siempre una buena relación con los medios. “A veces, los periodistas sois insistentes hasta la saciedad, pero es vuestro trabajo. Y esa apuesta mía, de siempre, por ayudar a mis compañeros he procurado hacerla extensiva a vosotros. Hay que facilitaros vuestro cometido”, manifestaría una vez Rabal, que en 1995 fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Murcia, convirtiéndose así en el primer actor que recibía semejante título.

Un merecido reconocimiento a un hombre que siempre presumió de su origen humilde, y que llevó el nombre de su pueblo por bandera. “En cualquier película que hiciera siempre se las apañaba para meter el nombre de Águilas o el de Murcia”, explica Benito. 

“Y la verdad, siempre lo conseguía. Respetaba las raíces, sin dejar de ser ciudadano del mundo. Con la gente de la calle, con sus compañeros, con cualquiera, se comportaba como la persona sencilla y ávida de aprender que era. Nunca le importó la condición de nadie, solo que nada de lo humano le era ajeno. Eso sí, con la gente trabajadora, con los humildes, se sentía más a gusto”.

Según Benito, el aguileño mantenía la idea de que la vocación era el principal motor de su trabajo. “Siempre afrontaba una película como si fuese la primera que hacía, y se sorprendía del éxito. Siempre fue alumno, nunca maestro. Con la gente se comportaba como el niño de pueblo que era, agradeciendo siempre el cariño que le mostraban. Por eso nunca rechazó trabajar con la gente joven o con directores noveles. Siempre decía que aprendía algo. Él sabía muy bien, por experiencia propia, que igual que estabas arriba, al día siguiente dejaban de llamarte. Le pasó al menos dos veces, tras el accidente y cuando tuvo la transición de galán a actor maduro”.

Resulta evidente que la vida singular del actor pedía un final a la altura de su grandeza. Quizás por ello, Rabal murió el 29 de agosto de 2001 a bordo de un avión. Aquel día, el actor viajaba a España desde la canadiense ciudad de Montreal, donde había recibido el enésimo galardón a su trayectoria. De forma inesperada, sufrió un fulminante enfisema pulmonar mientras bebía una copa de champagne junto a su esposa.

“Íbamos a empezar la preparación de una película mía, El furgón, que yo había escrito para él, a su medida”, apostilla Benito. “Con su muerte, la película se retrasó y su papel finalmente lo hizo Sancho Gracia, que, al fin y al cabo, era una especie de hermano suyo”. 

Más de dos mil personas llegaron a concentrarse en Águilas para dar el último adiós al Rabal, cuyas cenizas fueron enterradas a la sombra del mismo almendro bajo el que el actor había pasado horas jugando en su tierna infancia.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento